Raúl Aráoz Anzoátegui nació en Salta el 31 de marzo de 1923. Desde su primer libro de poemas, Tierras altas, de 1945, su escritura alternó la lírica con el ensayo, la narrativa y las notas periodísticas. Ejerció numerosos cargos públicos en el ámbito provincial y nacional, realizó compilaciones poéticas y antologías, recibió premios nacionales como el Premio Konex, Premio de la Fundación Argentina para la Poesía, Premio Regional de la Secretaría de Cultura de la Nación, etc. Fue designado Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras en 1988, Profesor Honoris Causa y Profesor Extraordinario en varias universidades argentinas y reconocido por la crítica como uno de los poetas argentinos que más ha ahondado en lo latinoamericano. Será recordado por sus amigos, lectores, críticos y escritores por su labor literaria por supuesto y sobre todo por ser un generoso interlocutor con los poetas jóvenes a quienes recibía en su casa junto a la querida Renée Reyes, su esposa, la compañera inseparable. Siempre dispuesto al diálogo, hacía gala de la conversación, rica en anécdotas, citas, referencias literarias, comentarios y hondamente humana. Quienes lo conocimos, jamás olvidaremos ese rasgo generoso y jovial. Falleció en su casa de Limache a los 88 años, el 24 de octubre de 2011.
La pertenencia a la generación del 40
Hacia 1940, en la Argentina, surge una línea de pensamiento y arte que expresa una subjetividad que mira hacia lo americano y universal. El crítico Carlos Giordano, habla de la “generación del 40” sin dejar de aclarar que el concepto de generación puede resultar artificial (aunque como principio ordenador y didáctico es un valioso auxiliar de la historia literaria), y que responde a la dialéctica histórica que se mueve entre contradicciones y opuestos. De todos modos, Giordano, resalta el perfil “neorromántico” de los escritores del 40 y parcela un espacio, el del noroeste, en el cual aparece un movimiento de gran relevancia estética: La Carpa, cuyos integrantes serán reconocidos como voces fundamentales de la lírica argentina y latinoamericana. Algunos estudiosos sitúan a La Carpa como un movimiento regional; pero, en realidad, este movimiento tiene un alcance continental, profundamente americano. Nacido en Tucumán en torno de su prestigiosa universidad, el grupo de La Carpa plasma en su escritura, también en su pintura, fotografía y música a “Nuestra América”, al decir de José Martí: desde las costas caribeñas hasta Tierra del Fuego, desde los Andes y sus cumbres y valles nevados hasta el litoral y el ardiente Chaco, pasando por las montañas del Perú, la altiplanicie de Bolivia y los extensos y musicales ríos del Paraguay. Las tierras de los mineros, los cafetales, los cañaverales, los pastores andinos, los pueblos perdidos entre las nubes y el sol o entre la selva, aparecen en los poemas y relatos de Raúl Galán, Raúl Aráoz Anzoátegui, María Adela Agudo, María Elvira Juárez, Manuel J. Castilla, José Fernández Molina, Sara San Martín, Nicandro Pereyra, Julio Ardiles Gray y otros/as.
La Carpa es también una voz universal. No pierde de vista la historia contemporánea y se siente comprometida con su devenir. En el famoso “Manifiesto”, saluda la liberación de París del nazismo. Conscientes del papel del artista en la comunidad, sus integrantes encarnan el compromiso de una generación con su tiempo.
Más allá del mensaje
Como movimiento literario, La Carpa , integra el paisaje con la vida humana y describe a los habitantes de esa América Profunda que señalan los intelectuales como Eduardo Mallea o H.A. Murena, esa América que asoma su mirada milenaria desde las piedras y de la conciencia social , como ocurre con el célebre libro Copajira de Manuel J. Castilla.
Si La Carpa es regional, lo es en el sentido de región sudamericana y va más allá del paisaje, es literatura y arte de compromiso y de denuncia, intención a la que adhieren artistas cosmopolitas que alternan en sus tertulias y publicaciones como el pintor Carybé, la fotógrafa Elena Hosmann y la pintora Gertrude Chale.
La historia argentina en un marco continental
Las provincias del norte representaban el rostro épico, el pasado patriota y abnegado, dolido y a la vez indómito, inclaudicable, mientras que Buenos Aires iba perdiendo la noción de patria, la noción de independencia y se tornaba servil ante el canon burgués y capitalista, primero europeo, luego norteamericano. Este ámbito norteño y patriótico se advierte en una extraordinaria elegía por la muerte de Juan Lavalle que publicó Raúl Aráoz Anzoátegui en 1941, dedicada precisamente a Juan Galo de Lavalle, y premiada por el gobierno de Jujuy en el Centenario de la muerte del célebre guerrero.
La “Elegía a Lavalle” está estructurada en tres partes:
1- Anuncio de la tragedia cuando las tropas marchan hacia Jujuy, por “la herida del monte”; mientras “los potros dibujaban un muro de neblina”; en medio de los campos resecos que responden al “martillar” de los cascos de los caballos.
2- El general Lavalle es muerto por una bala que atraviesa la puerta de la casa de Bedoya en San Salvador de Jujuy.
3- El cuerpo de Lavalle es despojado de su carne en la capilla de Huacalera para facilitar la retirada a Potosí.
Estas instancias son las que marca la voz narrativa de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato en la famosa secuencia épica dentro del marco novelístico, y que luego fue musicalizada por Eduardo Falú.
Dice el poeta Aráoz:
(…)
La mitad de su sombra se quedó acompañando
su carne desgarrada que anidó en Huacalera;
mientras sobre el caballo, jirones de sus huesos
despedían terribles a sus últimas breñas.
Hacia Potosí se encaminan los soldados que llevan el cuerpo de Lavalle. Potosí, la patria americana donde la tierra volverá a la tierra…
Y la elegía finaliza con tono apostrófico:
¡No lloréis por su sangre que se apagó en el alba!
¡No!...ni por su recuerdo que se ha puesto a cantar.
¡No lloréis por su vida mientras viva en el fondo
de aquellos montes gauchos del puma y del jaguar!
El epígrafe de Tierras altas (1945) pertenece a Antonio Machado, poeta admirado por la generación del 40, del mismo modo que Federico García Lorca, Pablo Neruda y Rainer María Rilke. El poeta anhela un mundo más justo y fraterno:
Necesario es que vengan otros días
trayéndonos sus rostros molineros,
y que volvamos toda a las vegas
a los templos sencillos del labriego:
fundador de milagros.
Que losares del mapa marinero
tengan aguas profundas sin cuchillas, y esté la Cruz del Sur,
en cruz frente a las costas infinitas de un mundo venidero. (“Poema a la Argentina”).
La selva, las mesetas, los valles y quebradas, acompañan a la voz poética que avizora el enigma del paso del tiempo, la soledad, el amor, el olvido y la muerte. Poesía universal que viene de la montaña y las nubes. El compromiso con América surge en poemas como “A la América del Sur” donde dice:
Porque los mártires de nuestra América son un montón de muertos
-sin nombres y sin fechas-,
y otro montón que vive
o anda por lo menos en su tierra.
Hacia lo íntimo y universal
En Rodeados vamos de rocío (1963), libro dedicado a su mujer y a sus seis hijos (los “seis cachorros”), la poesía se adelgaza o reconcentra hasta la instancia de la íntima palabra filial, hasta el amor y lo familiar como cuando evoca a su hijo Antonino Francisco en el bellísimo poema “Epístola en viaje para el hijo”, fechado en Moscú en 1959. Paul Valéry, Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, Czeslaw Milosz, asoman en su poesía cada vez más íntima y profunda… Los textos de Aráoz Anzoátegui se tornan virgilianos, y se acercan a la médula de la palabra poética, como en el gran latino. En este punto, se arriba a la verdad de la poesía, a su rostro evanescente pero quizás el más fiel para nombrar “lo real”… Raúl se aleja o retorna para escribir esos versos de un canto sublime, cercano a la sabiduría que se advierte en sus últimos libros: Pasar la vida (1966) y Confesiones menores (2008)
Tan altos
en la noche
pusimos nuestros fracasados fuegos,
que el río de la noche
fue borrando sus vestigios.
(“Tan altos, en la noche…”)
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Somos aquellos
que llegaron a sostener
el reluciente prestigio
de estos álamos;
de unas mudables hojas
regadas
por la gracia
de tu amante ternura.
(“Somos nosotros…”)
Instante de iluminación por la palabra, lo efímero y la mortalidad, necesario “Carpe diem” ante el devenir del tiempo y la cercanía del fin:
Y si hemos
de vivir, que sea ahora,
antes de regresar
hacia una eternidad
a solas
con la muerte.
(“Somos nosotros…”)
Poesía despojada. La metáfora y la imagen dicen lo imposible de decir, la pérdida y la certeza de lo efímero y a la vez eterno, la vida como un soplo, irreversible verdad… El amor se viste del paso de los años, de la madurez y la vejez. Hacia el final se encamina el poema, sereno y cantando, como la voz lírica en El cementerio marino de Valéry, perdiéndose sobre las ondas del mar, sobre la arena, o sobre los yuchanes y tarcos silenciosos de Salta, en una tarde de primavera.
Oigo cantar los molles, en el jardín,
junto a la casa en que el amor se escucha
como fuente que surge, eterna.
(…)
(“Confesiones menores”)