Desde sus comienzos en la década del ́30 hasta finales del siglo XX, la trayectoria de Anselmo Piccoli atravesó un período central para el desarrollo del arte moderno en Latinoamérica. Su formación plástica comenzó en la Academia Gaspary de Rosario, y en 1932 decidió tomar las clases de dibujo con modelo vivo dictadas por Antonio Berni en el Museo Municipal de Bellas Artes de esa ciudad. En marzo de 1934, en el diario La Capital se publicó un llamado para fundar la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos de Rosario, que se proponía barrer el academicismo que imperaba y establecer un método de estudio a partir del modelo vivo y en movimiento, la práctica de la pintura de caballete y la enseñanza y labor colectiva de la pintura mural al fresco. A la Mutualidad se sumaron Piccoli, Berni, Leónidas Gambartes, Juan Grela, Medardo Pantoja y muchos otros jóvenes que buscaban fortalecer un vocabulario plástico capaz de expresar los ideales de izquierda que sostenían.
En 1935 Piccoli y Berni firmaron la obra de gran formato (3,20 × 2 metros) titulada El hombre herido. Documento fotográfico (hoy destruida), que habían pintado con soplete de aire y laca, siguiendo las técnicas del muralismo practicado por David Alfaro Siqueiros. La escena correspondía a la crónica diaria y representaba el accidente de un obrero de la construcción. Dado que este tipo de pintura social era resistida por los jurados del circuito institucional, la enviaron al XIV Salón de Otoño de Rosario, aprovechando que era de carácter “libre”. Si bien lograron evitar que fuera rechazada, las críticas en los diarios rosarinos y porteños la tildaron como una pintura seca, fría y sin alma.
En los primeros años 40, Piccoli interpretó el clima de quietud y melancolía del entorno rosarino a través de una serie de témperas y óleos, mientras que las figuras humanas recibieron un tratamiento que se inclinó hacia una figuración más preocupada por entrar en el “torbellino de la realidad viviente”, tal como Berni había caracterizado a su “nuevo realismo” en un artículo publicado en la revista Forma, de la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos (SAAP).
Luego de participar en la Agrupación de Artistas Plásticos Independientes y de lograr la beca otorgada por la Comisión Provincial de Cultura de la Provincia de Santa Fe, en octubre de 1943 Piccoli decidió trasladarse a Buenos Aires, donde continuó vinculado a la SAAP, institución en la que Berni no sólo tenía una tribuna para difundir sus ideas, sino que también en ese año había sido elegido para presidir su Consejo Directivo.
Piccoli se casó con Lydia Langbart, una fonoaudióloga rosarina, y en 1947 el matrimonio se estableció en la localidad bonaerense de Burzaco, donde profundizó los estudios de la figura humana a partir del trabajo sobre modelo vivo. Los óleos y dibujos de este período, tomados a partir de los niños del vecindario o del entorno familiar –como en los casos de su madre y su esposa– no sólo presentan el instante del retrato, sino que se sumergen en la realidad del suburbio, sea bonaerense o rosarino, que era parte de su cotidianeidad.
Mientras, a través de las vinculaciones establecidas en la SAAP, Piccoli participó en el proyecto de decoración integral del Teatro IFT, en el cual trabajó en el mural La historia del teatro argentino y la historia del teatro judío, pintado en 1952 conjuntamente por Juan Carlos Castagnino, Carlos Giambiaggi, Manuel Kantor y otros artistas.
Entre la década del 50 y la primera mitad del 60, la obra de Piccoli recorrió un lento pero sostenido proceso de cambio, sobre el que el mismo artista señaló que entre 1958 y 1965 había tomado conciencia de que la pintura consistía en “dar vida con el color a un plano”, respetando al objeto en su apariencia exterior y utilizando la luz en función de la estructura. Desde esta línea de trabajo desembocó en una concepción geométrica de la realidad plasmada en las pinturas constructivas que, a finales de los sesenta, retomaban el vocabulario plástico del arte concreto.
Para Piccoli, este viraje era parte de un proceso de decantación de la forma que, según se sigue en su obra, filtraba la lección constructiva de Paul Cézanne, condensaba el proceso de depuración de la imagen de Piet Mondrian y, además, había sumado la concepción invencionista de la vanguardia local de los años 40, a la que se acercó especialmente a través de la amistad de Raúl Lozza.
En este período concibió series que partieron de la simetría para buscar correspondencias de color, contraposiciones o variaciones a partir de los tonos y valores. Hacia finales de los 70 y principios de los 80 también introdujo diagonales, formas romboidales y figuras con ángulos agudos, así como algunos juegos con formas curvas y circulares. Pero fue en el dominio del color donde se produjo el cambio más profundo porque, respetando el plano, el color se fue modulando mediante la fragmentación de la superficie y, sin abandonar las formas simples y el planteo geométrico, sus obras tomaron el carácter de una poética que se hizo inconfundible. Al reflexionar sobre su pintura en una correspondencia intercambiada con Federico Martino, Piccoli expresó:
“Mi intención es que el color se conjugue, se funda con la forma y que ésta sea fundamentalmente la que determine la estructura del cuadro por medio de la composición dentro de un ritmo bien definido; de allí que en todos los casos sea la composición la que esté en primer plano. Es decir que el color se supedite a la voluntad de la estructura y no que actúe independientemente de ella”.
En 1989, Piccoli sufrió un infarto que impactó, también, en su pintura. Surgió entonces un período oscuro, intenso y profundo, aunque breve. Durante la convalecencia trabajó una serie de conciencia del riesgo de muerte. Sin embargo, pronto el trabajo con formas simples fue despejando el espacio, la pintura ganó luminosidad y vibró el color. Tras su restablecimiento, algunas composiciones de pequeño formato fueron interpretadas en tamaños mayores y, además, sobrevino un momento de experimentación con texturas que perturbaron la superficie plana de su característica pincelada. En la composición de estas obras articuló perfiles y chapas de metal, cartón corrugado, varillas de madera o aluminio, virutas de madera o metal, virulana; materiales aglutinados que, muchas veces, también recibieron color. Esta serie de texturas puso en foco una capacidad de búsqueda que al fin de sus días lo encontraba dispuesto a seguir explorando nuevas formas de expresión.
Anselmo Piccoli, del realismo a la abstracción es un recorrido de carácter retrospectivo que subraya el tránsito desde la temprana figuración y los meditados estudios sobre la forma, hasta la etapa geométrica en la que priorizó la estructura cromática. Se presenta complementado por el libro Avatares de la forma. Anselmo Piccoli, de la figuración a la abstracción y un video que resumen la trayectoria y las búsquedas de este artista preocupado por hallar una expresión capaz de dar fisonomía a la sociedad en la que le había tocado vivir.
* Curadora de la exposición. Texto escrito especialmente para la muestra, que sigue en el Museo Caraffa, Córdoba, hasta el 28 de noviembre.