Un domingo de octubre, algo interrumpió tradicional la siesta suave de Parque Chas. Varios grupos de personas se acercaron al barrio y los vecinos miraron con extrañeza: algunos con latas de cerveza, otros con mate. Se ubicaron en los alrededores de la iglesia San Alfonso. Cuando la muchedumbre fue considerable, el cura barrial salió de la sacristía y repartió algunas sillas. ¿Qué alteraba el paisaje esta vez? A las 17 en punto se resolvió el misterio, cuando las campanas de la iglesia comenzaron a sonar en un concierto que llegó lejos, a todas las curvas y las diagonales del barrio. Algo parecido sucederá esta tarde en los alrededores de la parroquia San Miguel Arcángel, esta vez en el centro de la ciudad.

El alma detrás de la idea es el tucumano Federico Orio, músico, percusionista y el responsable de que los campanarios vuelvan a sonar, ahora, de una forma diferente, sin llamar a misa ni dar la hora, sin anunciar nada. En cada nuevo concierto recupera una de las funciones más olvidadas de las campanas: la de ser un instrumento. 

La inspiración le llegó como un regalo en 2010 cuando Llorenc Barber, músico experimental español, dio un concierto llamado Será Buenos Aires, que puso a tronar 53 campanas de la ciudad. “Ahí me enteré de que esto existía. No lo podía creer. Investigué seis años en Internet, en páginas de campaneros españoles e ingleses. Empecé a ver campanarios por todos lados, sobre todo en mi ciudad”. El Mocho (como se les dice en Tucumán a las personas que llevan rulos, como él) levantó entonces la mirada al cielo. Y ahí las vio, grandotas, solemnes y olvidadas. La posibilidad de un sonido.

Las campanas pasaron de ser “la voz de Dios” a estar canceladas cuando empezaron a intervenir demasiado en la geografía de las ciudades. Las iglesias se rodearon de edificios y ese sonido pausado y profundo empezó a molestar en contraste con el ritmo de la vida, cada vez más acelerado. Se fueron apagando. “Ahora se ve como muy rancio a algo que antes era parte imprescindible de la organización social, desde el medioevo hasta entrado el siglo XX. Nuestros padres, incluso, fueron criados a campanazos”, se ríe.

Antes de las campanas, Mocho estudió percusión y entró como suplente en la orquesta sinfónica de su provincia, donde le dieron los instrumentos más “fáciles”: triángulos, panderetas y finger bells. Más tarde ascendió a gongs y campanas. Y esa experiencia le confirmó lo que interiormente ya sabía: si es de bronce, puede sonar. Su viaje siguió al lado de Rosario Bléfari, con quien giró por toda la Argentina como integrante estable de sus últimos proyectos musicales. Pero pasaron los años y la idea de tocar el instrumento grande no dejaba de resonar en su cabeza.

El primer concierto fue en su Tucumán natal. Los tres campanarios que rodean la plaza principal vibraron al unísono. Con walkie talkies, el Mocho marcaba las entradas a sus secuaces campaneros, distribuídos en las tres cúpulas. Todavía no sabía que su obsesión por la música de altura iba a llevarlo lejos.

Foto: Inés Quinteros Orio

Entre diciembre de 2019 y febrero de 2020, cintureando la pandemia, viajó a Holanda y pasó dos meses estudiando carrillón, una especie de torre hecha de campanas. “Escuché muchas veces que los músicos que se van a estudiar afuera vuelven tocando folklore o tango, y es algo natural, porque es lo que uno tiene adentro. Intenté adelantarme y me fui con mis partituras de música argentina. Tocaba ‘Lunita tucumana’ y los tipos me miraban, me daban palmaditas, pero nada más. Hasta que un día, jugando, probé con una melodía de Gilda y fue increíble. Los holandeses abrieron los ojos, fascinados. Gilda me abrió las puertas, hizo que me destacara. Esa era la música que yo llevaba dentro, me di cuenta de que fui criado a cumbia”.

Con un repertorio que incluía Gilda y Los Charros, Federico llevó la música más popular de la Argentina a las cúpulas de Rotterdam y otras ciudades del sur de Holanda, donde los campanarios son cosa seria y gozan de pleno funcionamiento. Ya entrado el 2020 y varado en Mar del Plata, tocó las campanas del puerto para el Día de la Música y el Festival Internacional de Jazz. Ahora, radicado en Buenos Aires, en cada campanario ve una posibilidad.

Hacer sonar varias campanas a la vez requiere fuerza, concentración y más de una mano. En Parque Chas, lo acompañaron Gustavo Monsalvo, Andrés Serantes y Ulises Conti. Ahí estuvieron, al ras del cielo, con cascos protectores y martillos, siguiendo su guía. “Busco que me acompañen músicos o artistas con determinadas características que pueden funcionar. Cada concierto se escribe especialmente para el campanario, que son todos muy variados. Armo una obra para cada lugar adonde voy: paso tiempo arriba, habito el campanario”.

Foto: Inés Quinteros Orio

El resultado es una extraña combinación entre una vibración que invita a la concentración pero también a moverse. Ahí está la magia campanera: un estado intermedio entre la meditación y el baile. “No es que tenga una cualidad curativa, ni nada de eso, pero el sonido es tan abrazador y envolvente que las voces que tenés en la cabeza se van”, dice Federico, enamorado de su instrumento. “Son conciertos espejo, vos ves lo que querés, lo que tenés adentro. Muchos lo perciben en silencio, otros se persignan, otros hablan o caminan. No hay solemnidad.”

Esta desacralización es parte de su plan. Porque en el hecho de subirse a los campanarios y cambiar el uso eclesiástico por un hecho artístico, hay una potencia política. “Cancelamos a la iglesia y cuando vos cancelás estás negando la existencia de ese otro, que sí existe. Si quemás una iglesia, ¿qué va a pasar? Seguramente algo negativo. Pero poniendo un poco de arte en ese sonido, ya logré que abran las puertas para que suceda otra cosa. Eso me parece mucho más fraternal y que invita a un diálogo. Yo tengo familia desaparecida y siempre en las marchas de Tucumán nos parábamos frente a la iglesia a señalarla diciendo ‘vos sos la dictadura’. Ahora me parece más importante subir y tocar el instrumento de poder, además con su voluntad”, dice Mocho, que ya está pensando en lo que viene, tiene dibujada en su mente la ruta de las campanas: “Tengo marcados muchos puntos de la Argentina como Tandil, Salta, La Pampa. Me gustaría tocar en Luján, que es como el River de los campanarios. Pero mi objetivo cumplido es rescatar ese sonido tan fuerte, tan trascendental para la sociedad. Donde haya campanas yo quiero hacerlas sonar”.

Federico Orio realiza un concierto de campanas hoy en en la Parroquia San Miguel Arcángel en Mitre 892. Invitados: Lucas Garófalo, Morita Vargas y Santiago Azpirri. No se suspende por lluvia. A las 17.