El término sofista proviene de la Antigua Grecia, en particular de la Atenas del siglo V a C. Esa denominación se utilizaba para referir a los filósofos que actuaban como profesionales en la materia de la elocuencia o la persuasión.
Los sofistas no constituían una escuela única de pensamiento, pero lo que los distinguía era que vendían sus servicios al mejor postor. Su objetivo consistía en alcanzar a través del debate público una aparente victoria argumentativa, para lo cual sistemáticamente recurrían a estructuras de razonamiento falaces o incluso abiertamente deshonestas.
Así fue que el término sofista que originalmente proviene del griego [sophía], "sabiduría", y [sophós], "sabio" comenzó a utilizarse como sinónimo de farsante o, simplemente, en referencia a aquellos individuos dispuestos a defender determinada postura sin importar sus convicciones ni las evidencias disponibles.
Como señalaban sus detractores de ese entonces, los sofistas sólo procuraban la persuasión de una audiencia determinada, para lo cual construían argumentos cuyo único objetivo era la eficacia discursiva y los cuales estructuraban en base a diversos sofismas o falacias.
Construcción de relatos
Si bien hoy la figura del sofista es recuperada al estudiar filosofía antigua, la actividad que estos personajes desarrollaban sigue absolutamente vigente, aunque con algunas diferencias de estilo. A partir de la relevancia que ostentan los medios de comunicación y el auge de las redes sociales, la construcción de relatos destinados a incidir o moldear la opinión pública en favor de determinados intereses económicos resulta cada vez más frecuente.
De esta forma, los discursos difundidos mediáticamente van forjando la percepción de la sociedad bajo el criterio de las emociones y los dogmas, ocultando la tensión de los intereses en pugna y los procesos que las determinan.
No obstante, más allá de este fenómeno general que permanece siempre latente en el debate público, en el último tiempo estos discursos se han radicalizado y esto se debe a una serie de victorias que estos sectores han logrado concatenar fortaleciendo aún más sus posiciones.
La crisis económica del macrismo y la pandemia han desplegado una situación social muy deteriorada. En este escenario de agobio y perturbación por las penurias cotidianas, los sectores más postergados buscan naturalmente aferrarse a cualquier atisbo de esperanza que se les presente. Y la ilusión que emerge con mayor intensidad y voracidad en los medios de comunicación y en las redes sociales es, no casualmente, la de esa derecha radicalizada.
A río revuelto, ganancia de pescadores. Van por más, porque saben que la mejor defensa de sus intereses es un buen ataque a los sectores populares. Es por eso que se encuentra cada vez con más frecuencia e histrionismo, con propuestas tales como eliminar las indemnizaciones por despido, bajar impuestos, achicar el gasto público y desregular los mercados.
Estado versus Mercado
La experiencia histórica ha demostrado en numerosas oportunidades y en todas partes del mundo que bajar el gasto, es decir reducir transferencias a los sectores populares, disminuir salarios y despedir trabajadores del sector público, conduce a una caída en la demanda agregada que retroalimenta un círculo vicioso de mayor desempleo, caída del salario real y más pobreza.
En el mismo sentido, facilitar las condiciones para despedir empleados no favorece la generación de puestos de trabajo, sino que, lógicamente, lo que logra es aumentar los despidos.
Al contrario de lo que se repite mediáticamente, las estadísticas disponibles evidencian que los países de mayores ingresos y mejor nivel de vida son aquellos que presentan Estados más grandes y los niveles de mayor recaudación en relación al PIB.
Esto no significa que un elevado nivel de gasto público o una elevada presión tributaria sean suficientes para alcanzar el desarrollo por sí solos. Pero, la historia económica muestra que no existe sociedad en la era capitalista que se haya desarrollado a partir de los mandatos del libre mercado. Por el contrario, ha sido siempre la regulación estatal y la planificación económica lo que permitió a las actuales potencias globales desarrollarse a través de la educación, la ciencia y la innovación productiva.
Esquemas de poder
Por lo tanto, el discurso económico liberal, hoy tan enfáticamente difundido, no es más que un relato construido por los sectores más favorecidos a nivel global para conservar sus posiciones de privilegio, inhibiendo toda posibilidad de desarrollo colectivo.
La sistemática difusión de este mensaje obsoleto y carente de toda rigurosidad científica no es casual, sino que la construcción de subjetividades que impulsa, se encuentra debidamente direccionada y orquestada por aquellas minorías que se benefician con estos proyectos y con la reproducción de una estructura productiva subdesarrollada que garantiza la continuidad de los actuales esquemas de poder.
En este marco, donde los sofistas del debate económico esgrimen sus argucias y estratagemas construyendo una narrativa absolutamente incongruente sólo sostenida a fuerza de repetición y a partir de la ausencia de repreguntas por parte del interlocutor implicado, es nuestro deber desarticular esos argumentos falaces y exponerlos como lo que son: sofismas inconexos construidos para reproducir o incluso profundizar las relaciones de poder vigentes.
* Economista UBA
@caramelo_pablo