Gran pensador y orador, Juan Domingo Perón dejó muchas frases y muchos libros, aunque seguramente más de una vez se preguntó cómo fue que los principales símbolos del movimiento que lideró no salieron ni de su boca ni de su mente. Desde la Marcha Peronista (más evangelizadora que Las Veinte Verdades) hasta los dedos en V, la semiótica Justicialista rompe el yoísmo, la autorreferencia y el culto a la personalidad insuflado por el General con creaciones que aún hoy no tienen autores claros. Quizás el secreto de sus encantos resida, justamente, en el anonimato de su origen.
Son tantas las historias acerca de los dedos en V, que habilita a que cada cual tome por cierta la que más cómoda le quede ¡Si hasta el propio Cristo aparece blandiendo el gesto en varias obras de arte! Los Beatles (quienes, según el propio John Lennon, eran “más populares que Jesús”) también ayudaron a divulgar el ademán en sus momentos de gloria. Aunque el que más contribuyó a universalizarlo fue otro inglés: tras la batalla de Stalingrado que zanjó la suerte del nazismo en Alemania y del Eje en la Segunda Guerra Mundial, el premier británico Winston Churchill apareció levantando los dedos índice y medio en todo evento público que protagonizó. Siempre lo hizo con su mano derecha, aunque le daba lo mismo hacerlo tanto con el frente como con el dorso de su palma.
Pero así como la Segunda Guerra instaló ese gesto como un símbolo de la victoria bélica, fue otro conflicto bélico el que le dio exactamente el sentido inverso: mientras las tropas norteamericanas combatían con el Vietcong en la vieja Indochina, distintos grupos pacifistas expandieron por los Estados Unidos los dedos en V como una proclama en contra de los vejámenes que se cometían en Vietnam bajo el nombre de la libertad (y otras expresiones mal utilizadas con vileza más cerca en el tiempo y el espacio, tal como nos acostumbramos a observar).
También desde Inglaterra para el mundo se propagó un significado divulgado y compartido: en toda la región del Commonwealth, la vé corta proyectada desde la palma sugiere, sin más, un ademán insultante. Casi que un sinónimo de lo que se puede lograr con la mitad de ese esfuerzo: simplemente levantando uno de los dos dedos, el del medio. Ya tu sabes.
La pregunta es cómo llega todo esto a convertirse en un gesto ineludible del peronismo. Cuando la vuelta de Perón a la Argentina aún no estaba confirmada pero ya se presagiaba como un hecho inevitable, algunos cuadros de la Juventud Peronista le hicieron llegar al músico Miguel Cantilo una propuesta: componer una canción cuyo título debía ser “La marcha del retorno”. El cantante había compuesto a mediados de los años 60’ la célebre “Marcha de la bronca”, grabada con el dúo Pedro y Pablo en su disco debut “Yo vivo en esta ciudad”, de 1970. Uno de sus versos más recordados es aquel que habla de la “bronca con los dos dedos en vé”. La militancia suponía que, en esa línea, Cantilo intentaba metaforizar los años de resistencia ante la proscripción, tal como hicieron otros artistas con cabriolas similares. Pero estaban equivocados.
“Les dije que no tenía la raigambre peronista suficiente para aceptar esa propuesta. En general me simpatizaron siempre los partidos de izquierda, aunque lo político tiene un plano secundario en mis apetencias”, confesó el cantante años más tarde. Como si fuera poco, Cantilo encima se despachó con “La leyenda del retorno”, una canción crítica sobre esa época que vio la luz recién en 1975.
Como fuere, esos dedos en vé que la liturgia peronista incorporó en su simbología no responden ni al símbolo de la victoria, ni al de la paz; tampoco al insulto que se proliferan los británicos que así lo interpretan. La explicación parece provenir de la iniciar del verbo “volver”, tan tanguero como el propio Carlos Gardel, co-autor de la canción así titulada junto al poeta Alfredo Le Pera (y, por cierto, uno de los cantantes que Perón más reconoció admirar). La vé de “vuelve”, una profecía de lo que el General terminaría haciendo el 17 de noviembre de 1972, hace casi medio siglo atrás.
Claro que el gesto es, en realidad, una sinécdoque de otro que lo explica mejor: las pintadas callejeras que combinaban la vé corta con la pe, clara reminiscencia del “Perón vuelve” en tiempos de prohibición y resistencia, inspirados en una furiosa respuesta a las tintadas con brocha gorda que aparecieron en los aviones utilizados por la Armada Argentina para bombardear Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955. En esa ocasión, un trazo desprolijo pero no por ello menos siniestro mostrada una vé corta debajo de una cruz, aludiendo a “Cristo vence”, lema de las corrientes católicas enfrentadas con el peronismo en aquellos tiempos.
La relectura de esta enseña (a la que el peronismo le cambió su polaridad tan solo con agregarle una curva en el extremo de la cruz, convirtiéndolo en una pé y, por ende, en otra cosa) se volvió harto representativa de la militancia y la resistencia. Y también del pedido por la vuelta de Perón. Quien, curiosamente… jamás en su vida aceptó replicar ese gesto con su mano.