Entre la enorme y variada cantidad de “modernos servicios” que se vociferan y ofertan en el mercado, se encuentra uno, al parecer, cada vez más de moda, llamado –en verdad, un tanto estrafalariamente– “coaching ontológico”. La mercadería que se le ofrece al cliente que la solicite es, por decir lo menos, algo extraña: brinda la posibilidad de obtener algo, supuesta y positivamente: “resultados”.

El “coaching” es una disciplina que, alejándose del psicoanálisis y del funcionalismo, fue desplazándose –o mejor, ampliándose– del ámbito de los deportes al de los negocios. Baste recordar las múltiples y célebres “Técnicas para triunfar en...”. Se desarrolla, especialmente desde 1990, en Estados Unidos, Inglaterra y Europa, manteniendo su sentido general de “conducción” y/o “entrenamiento”. Y, como “aporte” sudamericano, nace, hacia comienzos del siglo XXI, el coaching ontológico, que pretende todavía abarcar más áreas, o zonas, o dimensiones de la existencia, conquistando, por la vía de su “terapia conversacional”, distintos ámbitos e instituciones de la vida social, pública, privada, y también personal-íntima.

Vidas diseñadas: Crítica del coaching ontológico, publicado recientemente por Ubu Ediciones en su colección La tripulación –inspirada por postulados de Marx y de Foucault–, contiene cinco ensayos producidos por integrantes del Grupo de Estudios sobre Problemas Sociales y Filosóficos, del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Fue “fruto de un largo proceso de exploración que incluyó lecturas y escrituras cruzadas, discusiones y puestas en común, además de sesiones de coaching ontológico y entrevistas con referentes de la disciplina a modo de trabajo de campo”, se lee en la introducción de Daniel Alvaro, uno de los autores y coordinador del libro.

La “industria del coaching”, dice la introducción, la conforman en Argentina más de 40 “escuelas de formación de coaching ontológico”, además de programas de grado y posgrado en universidades privadas y públicas. Existe una Asociación Argentina de Coaching Ontológico Profesional (AACOP), fundada en el año 2000, y una Federación Internacional de Coaching Ontológico Profesional (FICOP), fundada por la AACOP, junto a la empresa Newfield Consulting, en 2015. De ahí “el hecho de que Argentina se haya convertido en un lugar de referencia regional y global en lo relativo a la concepción, divulgación y consumo de este servicio”. Una moda, con “un discurso que a primera escucha causa impresión”, escribe Alvaro. En efecto, es un discurso que pareciera fuerte “teóricamente”, sofisticado, aunque en realidad hace un libérrimo y superficial uso de las filosofías de Nietzsche, Heidegger y Wittgenstein, de las filosofías del lenguaje de Austin y Searle, y de la “biología teórica” de Humberto Maturana (fallecido en mayo de este año). “Se trata, en rigor, de un género híbrido”, dice la introducción, “y como tal, difícil de aprehender, donde se entrecruzan la formalidad del discurso filosófico, el espiritualismo estereotipado de la cosmovisión New Age y el estilo impetuoso de la instrucción managerial.

Siendo “un discurso que aspira a la masividad comercial y que, a un mismo tiempo, se basa en la rama más intrincada y abstrusa de la filosofía, a saber, la ontología” (es decir, la pregunta por el ser y lo real), la teoría y la práctica del coaching ontológico son analizados y criticados en su devenir histórico, acorde a la actual época neoliberal, de atomización del sujeto, de individualismo y competencia, y a los mandatos –sean del comercio y la propaganda, sean de la política u otras figuras de predicamento público– de la obligación de –o el deber– “ser feliz”.

DE LA UTOPÍA A LA ONTOLOGÍA

En el primer ensayo, Emiliano Jacky Rosell interroga las “condiciones de posibilidad” del coaching ontológico: “Su saber eclosiona entre Santiago de Chile y California, entre la vocación revolucionaria y el compromiso empresarial con la transformación humana, entre la Universidad Católica de Chile y las universidades de Berkeley y Stanford, entre la introducción estratégica de la ontología de las ciencias de la administración y los conflictos por la paternidad de los conceptos y los procedimientos de la práctica”. Hay nombres destacados o “famosos”, fundadores del coaching ontológico: Rafael Echeverría, Fernando Flores, Julio Olalla. Los tres, chilenos. Varios con pasado político “sesentista-setentista” militante, e incluso alguno habiendo integrado el gobierno de la Unidad Popular y Salvador Allende.

El golpe de Pinochet, junto al destierro y el exilio, los condujo –como a tanta gente más– a revisar posiciones, y así se reconvirtieron: cambiaron la utopía por la tecnología, y al pueblo y al partido político y al Estado por la empresa individual y privada como “nuevo” motor de la historia. Otra “filosofía de vida”: del dolor –la dura derrota política– a la conversación “sanadora”; de lo intelectual a lo espiritual. Pero nada necesariamente pasivo, inerte o meramente contemplativo: Flores destaca los “actos de lenguaje” y las “conversaciones para la acción”, tomadas del management, en lo que sería una “ontología performativa”, sumando aspectos de Heidegger “sobre el ser útil y el mundo circundante”; y un momento de “quiebre” o “rompimiento” en el proceso: un polémico autoritarismo que se ejerce desde el/la coach sobre el/la coachee, proveniente nada menos que de técnicas norteamericanas de la Guerra de Corea (el “lavado de cerebro”). Así se llegaría a la posibilidad del proclamado (auto) diseño ontológico. Los resultados: Olalla menciona por ejemplo “el caso de ese empresario que, durante una conferencia en Perú, se para en la sala y manifiesta que tiene todo menos felicidad: ahora dirige una fundación para niños con síndrome de Down y aprende a tocar la guitarra”, y “el caso de esa mujer indígena de sur de México que relata en un taller el ‘mundo de abusos más allá de lo concebible’ en el que vive: hoy es una flor que inspira y lidera un programa con voluntarios de la empresa de Olalla, Newfield Network, para ayudar a su pueblo”. Hablamos del fenómeno de un nuevo modelo de negocio-empresa, que crece en América Latina. De este modo emergen asociaciones profesionales de coaching ontológico en Paraguay, Uruguay, Colombia, Chile, Perú, Costa Rica y México, además de Francia.

En el segundo ensayo, Daniel Alvaro desmonta las fuentes teóricas de esta pretendida “ontología del lenguaje”, destacando sus múltiples paradojas, buscando “mostrar cómo este discurso se apropia de algunos de los legados más críticos y radicales de la filosofía para terminar reproduciendo el sentido del orden existente”. Trabaja sobre la amalgama de Nietzsche y Heidegger con “la opción de los emprendedores”, la “autopoiesis” con la retórica sofista, el individualismo y la meritocracia como el “valor” y la “ética” a adoptar, acompañando la actual “modelación de la subjetividad neoliberal” que ya señalara, entre otros, Mark Fisher en su Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?

El tercer ensayo, de Tomás Speziale, indaga las raíces teóricas del coaching ontológico, en particular la exclusión de todo “lo negativo” que contienen las filosofías de los tan (mal) utilizados Nietzsche y Heidegger, así como su concepción del tiempo y su relación con el ser, y con su fin, la negación inevitable y “total”: la muerte. Demuestra cómo el discurso del coaching ontológico genera una vulgata en estos temas –la pluralidad de los tiempos, la conformación de la subjetividad con estos y su interpenetración mutua–, promoviendo un “presentismo” de tipo voluntarista, pro-voluntad de poder, que no indaga al futuro, y abandona el pasado, congelándolo, fijándolo como algo, esto sí, muerto.

El último ensayo, de Mandela Indiana Munigurria, explora al coaching ontológico “como espacio para el tratamiento de un malestar”, conectando el “estar en el mundo” con una ética. Señala la contradicción de la afirmación de la posesión de un alma insondable, y el (supuesto) poder modificar esta misma a voluntad, y de manera permanente. Y, también, la imposibilidad de cualquier sujeto de poder “autonomizarse” a partir –o mejor: sólo y exclusivamente– del lenguaje.

DANIEL ALVARO, compilador y autor de Vidas diseñadas

SER O NO SER (COACHEADO)

Consultado para esta nota, Daniel Alvaro explica: “La crisis de sentido que atraviesa la humanidad es el diagnóstico y el punto de partida de la filosofía del coaching ontológico. Esta filosofía tiene la ambición de ocupar el lugar que la religión y la ciencia habrían dejado vacante al demostrar su impotencia para darle sentido a la existencia en el mundo actual. Por desmesurada que sea, se entiende de inmediato que esta no es una ambición cualquiera. Independientemente de lo que se piense acerca del coaching ontológico, creo que el error más grave que se puede cometer en el intento por analizar este fenómeno es subestimarlo. La pobreza filosófica de este discurso no lo hace menos efectivo al momento de construir y direccionar el sentido común de nuestro tiempo”. Para Alvaro “criticar el coaching ontológico es un modo de cuestionar el conjunto hegemónico de prácticas, creencias y valores que este dispositivo terapéutico, directa o indirectamente aliado con tantos otros, ayuda a producir y reproducir”.

La política –o importantes sectores de esta– es otra de nuestras “prácticas, creencias y valores” que ha sucumbido a la nueva moda del, pareciera, necesario e imprescindible “coacheo”; se ha aliado a este, tal como puede apreciarse en las performances en las intervenciones y los debates por TV y demás medios y formatos audiovisuales. El último ensayo del libro, firmado colectivamente, pone el acento justamente entre coaching y política, recordando la asesoría de Julio Olalla para Michelle Bachelet en 2014, la de la coach ontológica y astrológica María Luján Brinzoni para el gabinete de Horacio Rodríguez Larreta en 2018, la de la fonoaudióloga Micaela Méndez para Mauricio Macri ante las elecciones legislativas de 2013, y el servicio de Alejandro Marchesán, asesorando por más de 10 años a Mónica Fein, del Partido Socialista.

Entre los “liderazgos emergentes”, la “positividad” y lo “motivacional” surgen las “propuestas” del coaching ontológico hacia la política, y la incursión del primero en esta: Flores fue en 2001 senador nacional por el Partido por la Democracia (PPD) y en 2010 integró la Coalición por el Cambio, que llevó a Piñera a la presidencia de Chile, hasta 2013, cuando renuncia y vuelve al ámbito privado; Echeverría, autor de significativos títulos como La ciencia presunta de Marx y Mi Nietzsche: La filosofía del devenir y el emprendimiento, participó en el 53° Coloquio de IDEA (2017), donde estuvo presente todo el personal de Cambiemos; e incluso cabe incluirse aquí los “talleres de entusiasmo” del filósofo Alejandro Rozitchner (quien no se autodefine como coach) para el gobierno nacional durante el macrismo y para el gobierno porteño.

Y vale nuevamente el recordatorio del pasado como una explicación del actual contexto en el que se degrada la política y ante la sociedad toda: la aceptación y adaptación actuales –tras la derrota histórica de los intentos emancipatorios de los setenta: los proyectos contra el sistema, por el socialismo–, “a las prácticas de una democracia desigualitaria, consensual y pos-ideológica”. Un “cambio”, acorde a los métodos y mecanismos neoliberales, que “tiene un agente privilegiado en el emprendedor, modelo de innovación de sí mismo y de su comunidad”. Un presente donde se convierte a cada individuo “en una entidad que actúa según la lógica operativa de lo empresarial. A este respecto, ya no es necesaria la mediación de un afuera ubicable, sino que la sumisión es interior al sujeto. El sujeto característico del neomanagement no está animado por la voluntad de obedecer, no es dócil ni servicial, sino más bien empoderado, en la medida en que su perfeccionamiento beneficia su propio capital humano.

“Es cierto que el coaching está de moda”, asegura Alvaro, con realismo, y sin perder optimismo. “Se trata de un hecho indiscutible. Pero también es cierto que poco a poco se empiezan a escuchar algunas voces críticas o disidentes respecto de esta disciplina. Las voces en cuestión provienen mayormente del campo académico, del campo psicológico y psicoanalítico, y también del campo político”.

 

>Un fragmento del capítulo final de Vidas diseñadas

Poner de relieve que el coaching ontológico no interviene de manera neutral, sino que despliega una mirada particular del poder y la política, es fundamental para seguir abriendo la investigación sobre su conexión con el quehacer político. Pues eso significa que su discurso y su práctica no se contentan con formar a los que van a tomar las decisiones que llevarán a nuestras sociedades en una u otra dirección, sino que este coaching postula ya él mismo una direccionalidad. La política es el arte de ampliar lo posible. Ella trabaja con y solo con lo posible. De esta forma lo dice Echeverría, Vera y, como veremos, Alejandro Rozitchner. Este filósofo fue una figura central antes y durante los cuatro años de la presidencia de Macri, pero sus cursos sobre “positividad inteligente” no eran presentados como cursos de coaching. ¿Entonces? La importancia de identificar y delimitar el discurso del coaching ontológico sobre el poder y la política radica fundamentalmente en este punto. Porque ello nos permite establecer las bases para rastrear sus similitudes con otros discursos anclados también en la práctica política, sus efectos concretos en otras enunciaciones, e incluso su localización al interior de formaciones discursivas que lo exceden. De nuevo, el coaching ontológico no sólo asesora políticos o forma líderes, sino que dice algo sobre la política, sobre lo que tiene que ser y sobre lo que hay que hacer con ella. Este discurso es susceptible, entonces, de ser retomado, transportado, heredado por otras enunciaciones que no se reconocen explícitamente en él.

Creemos que este es el caso de Alejandro Rozitchner, gurú del PRO y asesor presidencial durante el gobierno de Cambiemos (2015-2019). No sabemos si Rozitchner aceptaría el rótulo de coach ontológico, pero quizás eso no importe demasiado. Su texto, La evolución de la Argentina (2016), posee tantas afinidades conceptuales con el discurso del coaching ontológico que es difícil no percibirlas. Lo cierto es que encontramos en su pensamiento un modo de entender la política, la historia y la temporalidad.

El texto traza un diagnóstico de época que toma partido expresamente por la alianza Cambiemos, y lo hace postulando un conjunto de premisas sobre cómo debemos pensarnos en relación con lo que somos y lo que queremos ser, con nuestra historia y nuestro futuro. Rozitchner habla de lo que debemos cambiar, de eso que la Argentina ha empezado a transformar a partir del triunfo de Macri. Debemos, en primer lugar y ante todo, abandonar la utopía, dejar de pedir lo imposible, para soñar con un país alcanzable, posible. Si el país debe desarrollarse, es porque el desarrollo es “el arte de la realización, de transformaciones que abran nuevas posibilidades de vida”. De este desarrollo surge para Rozitchner el deseo de cosas que antes no se podían. No podemos todo, dice el filósofo, pero, al igual que Echeverría, señala que “podemos mucho”. El énfasis en lo posible, ya sea como el límite ante el cual hay que detenerse para no caer en la búsqueda de una utopía desconectada de la realidad o como lo que hay que expandir, multiplicar, ampliar, es notable. La política debe encargarse de esto. No apuntar hacia lo que parece irrealizable, sino hacia lo posible. Lo posible depende del presente y del futuro. A este respecto Rozitchner es mucho más directo y descarnado que Echeverría. El pasado y la historia son tiempo muerto. Es preciso superarlos. El presente es el tiempo de la realidad, y el futuro es un tiempo auxiliar, secundario en relación con el presente. El pasado ya pasó, por eso hay que abandonar toda voluntad política de buscar nuestras identidades en ese tiempo. El proyecto de Cambiemos vendría a establecer una nueva forma de hacer política, dado que deja de lado la historia pasada para ocuparse de vivir el presente y mirar hacia el futuro. (...) “libertad implica futuro, presente y futuro, no hay libertad en el pasado, que es tiempo ido”. Como nosotros estamos vivos, y la historia es la historia de las personas muertas, se nos dice que hay que desechar toda posición política anclada en los referentes del pasado o en las causas perdidas. Obsesionarse con la historia es obsesionarse con la muerte. Si, en relación con el futuro, debemos dejar de pedir lo imposible y abandonar las utopías, con respecto al pasado, debemos entender que no hay nada por recuperar, ni por restablecer, ni por rescatar. La tradición supone cerrarse al cambio, a las nuevas realidades, y quedarse estancado. En contraposición, “el cambio necesario pide que respetemos menos a los muertos y queramos más a los vivos, entre los que estamos nosotros mismos”. Nos hacemos espacio a los codazos, señala Rozitchner. No queda otra opción más que ocupar el lugar de los que ya se han ido, desalojándolos del mundo.