Imborrable para mí el 17 de noviembre de 1972.

Imborrable la imagen en blanco y negro que transmitían desde el Aeropuerto Internacional de Ezeiza los canales de televisión.

Yo era por entonces un adolescente de trece años que admiraba por igual a Mijail Bakunin, el autor de Estatismo y anarquía, a Salvador Allende que arengaba a la multitud en Chile y al Chango Gramajo y Aldo Pedro Poy, ídolos de Rosario Central.

En la pared junto a la cama tenía pegados los retratos de Karl Marx y Mahatma Gandhi.

No terminaba de comprender al anciano ex presidente que saludaba con los brazos en alto mientras un burócrata sindical sostenía un paraguas y en otro ángulo de la imagen un hombre de mirada torva cruzado de brazos observaba la escena.

Perón, Rucci y Juan M. Abal Medina, figuras relevantes de la política de entonces y que meses después serían protagonistas de la tragedia y el baño de sangre.

Otro "operativo retorno" y otro escenario que muchos prefieren olvidar, Ezeiza, 20 de junio de 1973 la masacre y las tenebrosas prácticas represivas.

Recuerdo imborrable el debate televisivo entre Agustín Tosco, clasista y combativa y Rucci, otra vez Rucci, emblema de la burocracia sindical.

Mucha agua tinta en sangre se ha derramado en el territorio de la región Argentina desde aquel lluvioso 17 de noviembre del 72.

Miles y miles que ya no están merced al terrorismo de Estado y al perverso imperio del capital mercancía.

Retazos de una larga historia, siempre discontinua pero incesante y turbulenta.

Carlos A. Solero