El estreno de la remake de Cowboy Bebop tiene a los fans de la serie original expectantes y reticentes, ilusionados y desconfiados. Es que la serie que Netflix (re)lanzará con actores de carne y hueso (“live action”, como se dice ahora) tiene la vara alta a la hora de las comparaciones. La Cowboy Bebop original, del estudio nipón Sunrise, es no sólo un clásico del animé, también está considerada por muchos como uno de los mejores (sino el mejor) animés de la historia. Y aunque el puesto en el hipotético ranking puede discutirse, lo cierto es que se trata de una serie de méritos indiscutibles: es sutil en el acercamiento a los temas que aborda, avanzada a su época en muchos aspectos sociales, notablemente bien animada para la época (1998), perfectamente cerrada en su estructura narrativa, dueña de una síntesis sin fisuras entre el western, la ciencia ficción y el policial negro, con un tratamiento estilístico groovy y, de yapa, con una banda de sonido explosiva.
Cowboy Bebop cuenta la historia de un pequeño grupo de cazarecompensas que trata de ganarse la vida en un futuro no muy lejano, en que un accidente hiperespacial provocó una caída dramática en la calidad de vida de la Tierra y la humanidad se esparció por el sistema solar buscando nuevos horizontes. Así, Marte es una visita común, lo mismo que Europa –la luna de Júpiter, claro-. Lo que no cambia, según el relato que propone la serie, es ni el predominio de los grupos mafiosos ni cierto melancólico nihilismo sobre la vida y su sentido, propios de los últimos años de la década del ’90. El tono de la serie lo marca el blues, pero tranquilamente podría haber sido el grunge. Del mismo modo, la dinámica narrativa de cada capítulo podrá ser la del western, pero el alma de la serie está en el policial negro. Que consiga sintetizar esos elementos es ya de por sí un logro impresionante.
Como muchos otros relatos de los géneros en los que abreva la serie, en Cowboy Bebop también el pasado vuelve como un fantasma sobre los protagonistas. Y para sus botines muchas veces el pasado es un hado trágico que pasa implacable a cobrar sus deudas –y deja a los protagonistas sin recompensa-. A veces, los objetivos de los protagonistas son villanos payasescos e idiotas, más ridículos que temibles. Otras, son rufianes melancólicos escritos por Tuñón.
El pasado de Spike en la mafia, el de Jet en la policía, las dudas sobre la vida anterior de Faye o el origen de la adolescente Ed son el eje de la mayoría de los 26 capítulos, aunque muchas veces eso esté envuelto en la apariencia de la captura de turno y la historia autoconclusiva. Con paciencia de orfebre, la serie construye un final de singular belleza que se sostiene en toda la temporada.
Si al comienzo el espectador puede encontrar simpática tal o cual resolución y sentir que está ante una serie más de antihéroes o bichos con mala suerte (porque les puede pasar, por ejemplo, que un misil no les explote porque “compraron de los baratos”). Pero con el correr de los episodios empieza a generar algo, una suerte de cariño o camaradería para con los protagonistas, muy similar a las relaciones de amistad y exasperación que guardan ellos entre sí. Aunque por momentos ninguno se tolere, los tripulantes de la Bebop se convierten en lo más parecido a una familia y un cable a tierra en la soledad del espacio. Y aunque parezcan egoístas y encerrados en sus asuntos, en última instancia tienen una preocupación profunda y genuina por los demás.
Por eso la identidad y los dilemas existenciales fundamentales son ejes temáticos centrales. ¿Quién soy? ¿Qué voy a hacer con la vida que me tocó y el (poco) tiempo que me queda? ¿Qué relación vamos a establecer como sociedad con la tecnología, con la causa ambiental, con el peso de las corporaciones en nuestras vidas? Si otros animés de la época abordaban esos temas (Evangelion viene rápidamente a la memoria, para las primeras de esas inquietudes), Cowboy Bebop plantea esas cuestiones sin aspavientos. Están todas ahí, pero los diálogos grandilocuentes no son los protagonistas de la aventura ni se comen largos minutos de pantalla. Si algo caracteriza a la serie es la sutileza del jazz en esos aspectos, que a la vez convive con la espectacularidad de las persecusiones en los bajos fondos del sistema solar, los tiroteos en tugurios y los combates de naves espaciales monoplaza con música hiperadrenalínica.
Así las cosas, si Cowboy Bebop no es efectivamente el mejor animé del sistema solar y aledaños, merece, al menos, un sitial de honor. Aunque no haya recompensa por ello.