NOCHE DE FUEGO - 7 PUNTOS

México/Alem./Brasil/Qatar/Arg./Suiza/EE.UU., 2021

Dirección y guion: Tatiana Huezo, sobre novela Prayers for the Stolen, de Jennifer Clement

Duración: 110 minutos

Intérpretes: Ana Cristina Ordóñez González, Marya Membreño, Giselle Barrera Sánchez, Blanca Itzel Pérez, Camila Gaal, José Estrada

Estreno en Netflix.

La realidad latinoamericana, la mexicana en particular, provee los elementos para construir las ficciones más escabrosas, a partir de las guerras entre fuerzas del ejército y narcos, o de dos carteles entre sí. Allí, se sabe, la vida no vale nada, y los cuerpos mutilados sirven sólo como mensajes al enemigo. Las fuentes de subsistencia las proveen los narcos, con sus cultivos, sus encargos y la paga de sus crímenes. En muchos pueblos las mujeres jóvenes saben que, tarde o temprano, los soldaditos vendrán a buscarlas para comerciarlas (si se trata de soldados de los narcos) o violarlas (si son del Ejército). No hay ley, no hay Estado, no hay escapatoria.

Esa es la realidad con la que la realizadora salvadoreña Tatiana Huezo, radicada en México desde pequeña, trabaja Noche de fuego, su primera ficción. Una película estrenada en la sección Un Certain Regard de Cannes, ganadora de la sección “Horizontes Latinos” del Festival de San Sebastián y candidata mexicana al Oscar. Lo que le interesa a la autora del notable documental El lugar más pequeño (2011) no es “sacarle jugo” al potencial tremendismo del asunto, usándolo como argumento de venta. Tampoco apretar los pedales del thriller, aunque algunos elementos de ese género van a aparecer, por la sencilla razón de que son parte indisociable de esa realidad. 

Animada por la ética del documentalista más que por el posible cálculo del realizador de ficción, Huezo se acerca a sus personajes, al mundo que moldea, no para hacer de ellos un tablero y sus peones, sino como tales, como personas en este caso sufrientes. Un dato que Huezo tampoco subraya, logrando mantener a raya a los dos demonios que suelen guiar esta clase de proyectos: el miserabilismo y la fábula inspiradora.

Noche de fuego tiene por protagonistas a una niña y sus dos mejores amigas, compañeras de escuela en un pequeño pueblito de una zona montañosa. El relato las muestra en dos momentos de su desarrollo, a los ocho y a los trece años. Un plano que está entre lo cómico y lo fantasioso condensa una parte importante de la realidad del pueblo: a la caída de la tarde brillan como bichitos de luz las pantallas de los celulares de las mujeres, que subieron a una loma para tener buena señal. 

Los hombres están todos trabajando “del otro lado”. Aunque se supone que deben comunicarse con cierta regularidad, y enviar las remesas que permitan dar de comer a los suyos, esto no siempre sucede con la frecuencia que “las de este lado” quisieran. Hay una escuela, camiones militares recorren la zona y cada tanto asoman 4 x 4 negras, equivalente narco de los Falcon verdes de los grupos de tareas. Ante esta situación los maestros se fueron yendo, queda el último. En un momento un grupo de pobladores instala una campana casera, por si se requiere en caso de urgencia.

Huezo construye este mundo con un fuerte fuera de campo (a los narcos se los ve en una única escena, pasa un solo camión militar, se rumorea que se habrían llevado a una chica, los soldados de uno y otro lado piden diezmos, se oyen tiros, aparece un cuerpo en medio de la noche) y una serie de detalles que cobran significado cuando hacen eco unos en otros. Cuando su madre lleva a Ana (interpretada por las sensibles Ana Cristina Ordóñez González y Marya Membreño) a una peluquería y pide que le corten el pelo muy cortito, el espectador supone que será para evitar piojos, tal como dice la mamá. Cuando la reta porque se pintó los labios, parecería que lo hace por cierta envidia. Cuando Ana tiene su primera regla, su turbación parece la lógica en una niña que está empezando a experimentar cambios. 

Si se unen esas líneas de puntos, sin embargo, se comprende que en esa zona ser una chica es un peligro, y hay que hacer todo lo posible por disimularlo. Los varones tienen otro destino, tal como indica el arma con la que un día su mejor amigo enseña a tirar a Ana. Ésta no dispara, sólo canta para adentro una suerte de ruego gutural, con el que tal vez implore lo que debe callar.