Yo tenía un tío que era amante del cine, durante su juventud no fue fácil para él sostener económicamente ese placer que le producía el ver todas las películas que se estrenaban, las veía en continuado entraba con el sol y se retiraba con las estrellas.
Ya de adulto se perdía por las tardes en la calle Lavalle, la emblemática calle de los cines. El mapa de su semana se podía reconstruir mirando en el interior del bolsillo de su sobretodo. El fue quien me presentó a Gilda, A la hora señalada y mi amada Casablanca.
En mi adolescencia un pequeño cine de Caballito tomó la costumbre de reeditar antiguos éxitos del cine mundial, y mi tío cada tanto usaba la palabra “peliculón” y yo sabía que esa tarde había cine.
Entrábamos fascinados en busca del pasado a ese pequeño cine de Rivadavia al 5000, el cine Moreno que había quedado como una estampa de tiempos pasados, al avanzar por su alfombra gastada se oía crujir por debajo su piso y en ese lugar se abría la magia.
Así fue que llegó a mi que era una adolescente de los 70 una peli en blanco y negro de 1949 que hablaba de una Viena en ruinas después de finalizada la Segunda Guerra Mundial.
Frente a mi explotaba el mundo de El tercer hombre, que iba a ser un viaje de ida para aclararme cosas tremendas que ocurren en este planeta a lo largo de todos los tiempos.
Sus brillantes actores Joseph Cotten, Orson Welles y Alida Valli, con dirección de Carol Reed y su autor Graham Greene iban a lograr este éxito memorable.
No conocía a Orson Welles y vi su imagen invadiendo la pantalla como nunca más lo vi, sus sutiles gestos eran como una fantástica síntesis de sus pensamientos, retazos de cara sobre el negro más profundo. Fantásticas tomas con planos inclinados de fondo y juegos supremos de sombras como nunca más vi.
Persecuciones increíbles por las alcantarillas de Viena, Viena en sus entrañas doloridas y oscuras. Todas esas impresionantes imágenes ganaron el Oscar en 1951 y para mi se convirtieron en el lugar donde recurrir cada vez que tengo que fundamentar mi amor por las imágenes en blanco y negro.
Un tema aparte fue la música de esa película compuesta por Anton Karas descubierto por el director tocando su cítara en una taberna de Viena, con ese mismo instrumento graba esa maravillosa melodía que fue top de los rankings en 1950.
El argumento trata de un hombre que llega a esa Viena destruida buscando un amigo que le prometió trabajo, pero el día de su llegada coincide precisamente con el sepelio de su amigo.
Ante la idea de una muerte dudosa investiga, siempre aparece la presencia de un tercer hombre misterioso y finalmente persiguiendo la sombra de ese tercer hombre en una encerrona frente a él se devela el misterio, su amigo está vivo.
Descubre que el muerto que no era tal, tiene en su espalda el peso de la muerte, está siendo buscado porque en medio del dolor de la posguerra se ha enriquecido vendiendo penicilina adulterada.
En el transcurso de su investigación tratando de saber cuál es la verdad visita un hospital donde se hallan niños nacidos con deformidades por el uso de esa penicilina.
Hubo una escena que me hizo comprender con tristeza como se puede dañar con tanta impunidad a tanta gente.
Estos amigos finalmente se encuentran cara a cara en un parque de diversiones y el personaje de Welles, descarnadamente malo, pero de los malos que gozan de su maldad invita a Cotten a subir a un juego que es como un ascensor eterno que no deja de elevarse y ahí arriba hablan y es Cotten quien pregunta y Welles que con una impunidad absoluta le pide que mire hacia abajo, se ve por el parque circular gente, él explica que lo que están viendo son puntos y que nada va a ocurrir si un punto se detiene.
Reduce al ser humano a nivel punto. Desde esta altura todos son puntos. Ahí entendí para siempre lo que piensa la gente que hace tamañas atrocidades. Se colocan alto, tan alto que transforman el resto en puntos, jamás van a medir los daños.
Harry Lime (Orson Welles) desde lo más alto de la noria: "¿De verdad sentirías compasión por alguno de esos puntitos si dejara de moverse para siempre? Si te ofreciera veinte mil libras por cada puntito que se parara, ¿realmente me dirías que me guardase mi dinero, muchacho, o empezarías a calcular cuántos puntitos podrías permitirte dejar con vida? Libres de impuestos, amigo. Libres de impuestos. (Le dirige su sonrisa de complicidad infantil.) Hoy en día es la única manera de ahorrar."
Años después de esa primera vez llegué a pensar que yo agrandaba mis sensaciones en el recuerdo pero volví a verla y descubrí que estaba frente a una gigantesca obra de arte, hoy al espiar escenas sigo descubriendo que sus sombras llevan luz a mi vida.
Silvia Copello es autora, investigadora y actriz narradora. Llegó al mundo del teatro estudiando escenografía en USAL y hasta 2002 trabajando en proyectos de Tahier, Carella, Presa y Gonzáles Gil. A partir de 1989 escribe y dirige cerca de veinte espectáculos, en su mayoría ligados al tango, Don Juan Tangorio, Un tal Drácula, Juego Tangueado e infantiles como Mis Cajas, De paraguas, Ventanas. En 2012 abraza su gran pasión, los cuentos. Llega a Portugal con Un Cuento de Lágrimas en Portugal, estrena De Muerte Andamos, Xilocuento y Tarea de rescate. Fundadora de la sala teatral Del Pasillo, que acaba de cumplir 25 años, presenta 28 Almas en el hielo, espectáculo de narración basado en la historia real de la expedición a la Antártida de 1914. Sábados a las 20 en Teatro Del Pasillo, Colombres 35.