La ciencia no puede separarse de las valoraciones que realizan quienes la llevan adelante. Mucho menos cuando se trata de ciencias sociales. Lo que no debería ocurrir es que esa visión del mundo subjetiva, identitaria, se convierta en la protagonista, por sobre la intención de entender al objeto de estudio.
Los escritos de María Matilde Ollier siguen este camino. Nunca guardó sus opiniones, pero siempre, y en primer lugar, nos dio herramientas a todos para entender dónde hay que mirar, qué es lo importante para entender y cómo emprender ese camino. Y siempre desde un marco de referencia local y regional: “Hay que discutir con los gringos su metodología, para ello hay que crear una propia”, insistía en forma permanente.
Tampoco permitió que las modas académicas o metodológicas oscurecieran los recorridos para encontrar formas originales y prácticas de explicar y comprender. Siempre con el campo mental abierto elaboró nuevos marcos teóricos para analizar la realidad sudamericana, una de sus pasiones. Y para ello se nutrió de lecturas y miradas novedosas, siempre abiertas a nuevas interpretaciones.
Así investigó las experiencias de la izquierda política en los años 70. Con la misma impronta avanzó sobre la comprensión de cómo los intendentes y gobernadores bonaerenses llegan al poder y despliegan su ejercicio. Y no se alejó de esa mirada cuando buscó poner en el centro del análisis la forma en que los líderes presidenciales sudamericanos se convierten en el “eje” de sistemas políticos que sí, son democracias, pero que funcionan de manera diferente a las del cuadrante noroeste del mapamundi. Allí acuñó el concepto “democracias presidencialistas de baja institucionalización” para referirse a las que habitan en nuestras latitudes. Con el mismo empeño definió como recursos a los que ostenta todo presidente sudamericano a la hora de ejercer el poder político, o discutió acerca de la mirada simplista, y por qué no “gorila”, de los intendentes bonaerenses y sus reelecciones, y con similar esmero ofreció una mirada sobre la militancia en los ‘70, de la que forma parte, original y despojada de prejuicios.
Su opinión sobre esas experiencias de izquierda, sobre los intendentes y gobernadores peronistas, sobre buena parte de los líderes sudamericanos que protagonizaron el “giro a la izquierda” en la región era conocida. No permitió que fuera más importante su opinión que la necesidad de aportar herramientas para entender esos fenómenos de manera más profunda. Tal vez allí se encuentre el principal legado de María Matilde, una profesional del estudio de la política que nunca claudicó en su esfuerzo por comprenderla antes que valorarla.
Se va una de las más brillantes referentes del campo académico argentino. Quedan su legado, sus libros, sus ideas y sus enseñanzas. Y una forma de entender la realidad sudamericana despojada de anteojeras ideológicas y de marcos foráneos. No es poco. Hasta siempre María Matilde.
* Mariano Fraschini y Nicolás Tereschuk son docentes de la carrera de Ciencia Política (UBA).