Tenía una capacidad tan descomunal para deslumbrar y reinventarse que el garrotazo de aquel mediodía caluroso retumbó durante varios días en todo el mundo, estupefactos todos entre el dolor y la incredulidad, los viajes a zonas inolvidables de nuestras vidas y la tristeza inconmensurable. Mi primer sueño es jugar en el mundial, decía el pibito en blanco y negro, las medias bajas y el potrero desparejo, ya un fenómeno con la pelota, y el segundo es salir campeón de octava. Estaba en las inferiores de Argentinos Juniors, al parecer es el primer registro fílmico de él, y le contaba a la tele que tenía esos sueños, dos. Después ya vimos que era una máquina tremenda de soñar, que esa mezcla de ganas y talento y generosidad y romanticismo lo convirtieron en uno de los personajes más fenomenales de los últimos tiempos, con famosos episodios y zonas surtidas de pesadillas, la camorra y las adicciones, el cuerpo entero descalabrándosele. El dolor y la gloria.

Hemos leído y corroborado sobre esto de la emoción contenida a la hora de escribir, pero con el Diego el asunto se pone difícil. Uno se echaba a llorar a cada rato, entre los detalles de ese final desangelado, la pena colectiva, el aluvión de imágenes e historias. Está la historia fundacional, desde ese comienzo de pobreza rotunda en Fiorito hasta el paraíso de México ’86, donde se consagró para siempre: ¡qué hermosura! Pasa el tiempo y sus jugadas siguen deslumbrando. Hay un librito de Arty Latino, El gol del siglo, que reproduce página a página cada cuadro de la filmación del segundo a los ingleses: los detalles de su cuerpo en esa genialidad. En términos de genialidad Osvaldo Soriano lo ponía al trote con Borges o Beethoven y, siguiendo a Norman Mailer, hablaba de “la inteligencia del cuerpo”. Maradona lo exigió al mango, está visto, y ahí están sus relatos sobre Italia ’90 y las infiltraciones en su tobillo convertido en una bola de bowling. “El fútbol se lleva en el corazón –decía en una entrevista en 2007-. Es el beso de un hijo, de una madre. Se lleva hasta en la cama, en los sueños. Uno quiere que la noche se haga día para jugar al fútbol”.

“Le toma la leche al gato”, “Se le escapó la tortuga”, “La pelota no se mancha”: tiraba cada tanto unas frases memorables, pero además era un gran narrador oral, y eso implica el manejo de tiempos e información, viajes por la aventura y el drama y la comedia. Y la conciencia sociopolítica: jamás renegó de su origen popular y se alineó con Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, con Hugo Chávez, con el Che y Fidel, con Lula y con Evo Morales: hace unos días Evo, conmovido, le agradecía que hubiera defendido la localía de la selección de Bolivia en la altura, a pesar de que cuando Maradona fue técnico del seleccionado argentino perdió allá 6 a 1. Incandescente, desmesurado, las historias sobre él brotan de continuo por todas partes. La camiseta argentina era su pasión y nunca pasó desapercibido por un mundial, ni siquiera cuando quedó afuera de la lista de Menotti en el ’78. Fue el capitán del campeonato juvenil en Tokio ’79 y se fue expulsado por un planchazo en España ’82; dejó el pellejo para llegar a la final de Italia ’90 y puteó ostensiblemente a los tanos por chiflarnos el himno; se entrenó a lo Rocky para llegar en forma a Estados Unidos ’94 y después de un par de partidos de fantasía se acabó lo que se daba, la enfermera aquella que se lo llevó de la mano, el doping positivo, uno de sus tantos finales.

Diego: Nacido para molestar, el libro de Rep que se despliega y cuenta en estas páginas vecinas, es un laburo amoroso, emocionante, una recorrida ilustrada por la vida de Maradona, que allá al final se encuentra con doña Tota, y anda de pesca con su padre, y se abraza con Evita. “Recién andaba flotando por arriba de Fiorito y ahora vuelo en círculos por encima de todos –se lee-. ¡Qué chiquito se ve el mundo desde acá!” . Rep también da cuenta -como todos- de su personal "Diego y yo" en sus tiempos, desde 1986 y pasando por el 90 ("en la mitad de la sua vita") y después el declive y eclipse del 94, para postular un continuará, que quizás no sea más que un diálogo permanente entre dibujo y vida, prólogo y epílogo.

En las últimas semanas aparecieron varios libros notables, de variado enfoque, sobre el diez: uno de ellos es Mi Diego, del periodista Alejandro Duchini, es un abordaje personal, dinámico y en detalle por diversas encrucijadas, con entrevistas a un gran caudal de allegados al ídolo. Diego: Desde adentro, es un volumen en el que Fernando Signorini, su histórico y emblemático preparador físico, cuenta historias de primera mano de las vivencias de ambos. Otro libro que acaba de aparecer es Rey de Fiorito, un trabajo colectivo coordinado por Ezequiel Fernández Moores, Alejandro Wall y Andrés Burgo, que aborda aspectos políticos y sociales de la vida de Maradona (con textos de Ayelén Pujol, Sergio Olguín y Pablo Perantuono, entre otros). De Juan Bautista Duizeide, por último, se publicó La muerte de Europa, un diálogo entre Pasolini y Maradona que puso en marcha sus engranajes a partir de una frase que le pescó a Diego: “Todo está gobernado por la brutalidad”.

Es una frase de cuando asumió como técnico en Gimnasia y Esgrima de La Plata: todavía no lo sabíamos, pero era el comienzo del final. Eran ya muy visibles los problemas de salud, le costaba caminar. Aquella vez, cuando lo de las piernas cortadas en Estados Unidos, Soriano escribió una contratapa titulada “Un mundial vacío”: “Hizo todo al revés: no buscó una princesa para casarse, no se inclinó ante los poderosos, no fundó un banco con la plata que ganó, se puso del lado de Fidel mientras la mayoría lo abandonaba. Jugó para una ciudad pobre y olvidada de Italia y disgustó a las buenas conciencias del mundo posindustrial. Claro que ganó plata, sin duda mucha, pero no cuidó las formas. Quizá haya hecho cosas feas, es muy posible, pero aquí, con tanta culpa a cuestas, ¿quién puede tirarle la primera piedra?”

 

La pasión y las formas, el talento y la desmesura, el juego que amó, toda esa belleza en las canchas. “La gloria es más que el dinero –decía-. ¿Sabés lo lindo que es que te diga tu mamá que ganaste la copa del mundo, que te lo diga un hermano, que te lo diga un hijo? Eso no tiene precio”.