“Estuve estudiando tu idioma, pero ese tema de ser y estar es complicado”, le dice un angloparlante de origen asiático a Nico, actor argentino emigrado en Nueva York. “Ser es permanente, estar es circunstancial”, explica Nico. De eso, de la circunstancial pérdida de lo permanente, trata Nadie nos mira, tercer largometraje de la realizadora Julia Solomonoff, después de la algo formulaica Hermanas (2005) y la porosa El último verano de La Boyita (2009). Filmada en Nueva York, ciudad donde la realizadora reside desde fines de la década pasada, el opus 3 de Solomonoff trataría, de acuerdo a sus declaraciones de ayer a este diario, del desarraigo, la soledad y la identidad. Si bien esos elementos están presentes, la temática de Nadie nos mira parece sin embargo más específica y concreta: la huida ante un desengaño amoroso, la dificultad para romper el vínculo, la dependencia de un único proyecto, el estado de fragilidad vital.
Nico (Guillermo Pfening, un actor infalible, aquí luciéndose más que nunca) trabaja de algo muy raro para un varón: es baby sitter. Según Solomonoff en la entrevista con PáginaI12, el crecimiento del número de parejas femeninas genera la necesidad de una energía masculina para poner al cuidado de un chico. No es, en verdad, el caso de Nico, que cuida al bebé de una amiga argentina, Andrea (Elena Roger) y su marido francés, Pascal (Pascal Yen-Pfister). Pero bueno. Nico es actor. En la Argentina estuvo trabajando en una de esas tiras que ve todo el mundo. El problema es que el productor, Martín (Rafael Ferro), era su amante, y cortaron. Para Nico no era una relación cualquiera, así que dejó todo y así como estaba se fue a Nueva York, donde un director mexicano le había prometido un papel en una película. Pero la película no sale y mientras tanto Nico cuida al bebé de Andrea.
No hay nada fijo, nada definitivo para Nico, y no lo hay en Nadie nos mira. El propio título proviene de una situación absolutamente ocasional, que no parece representar más que a sí misma. La situación del protagonista en la fase en la que la película lo sigue es de una transitoriedad total, viviendo de prestado en casa de una amiga, esperando primero que se concrete un proyecto y llamando luego con desesperación en busca de otro, viéndose rechazado por rubio en un casting en el que buscan latinos, recibiendo la visita del amante que no le conviene. Una coda deja claro que se trata de un período limitado, justamente transitorio en la vida de Nico, y es por eso que Nadie nos mira no es una película-bajón sino una película-devenir, en la que los momentos visualmente más poderosos son justamente aquellos que narran contingencias: un par de visitas de Nico a boliches gay y una camorra de bar, todas ellas buscadas como modo de descarga adrenalínica. En estas escenas se luce, con cámara en mano y uso de luz artificial con predominio de rojos y de filtros, el notable Lucio Bonelli, uno de los muchos excelentes directores de fotografía del cine argentino (Un año sin amor, Liverpool, La araña vampiro).
En su protagónico más absorbente hasta la fecha, Pfening –ganador del Premio a Mejor Actor en la última edición del Festival de Tribeca– despliega toda la paleta. En la primera parte, cuando tiene fe en que las cosas saldrán bien, está tan seductor como puede estar un actor (la referencia es a Nico, el personaje), ojos rasgados y sonrisa ganadora. Cuando vienen los golpes, puede verse cómo su mirada se nubla y sus ojos se embotan, en cámara, sin pasar por la mesa de maquillaje. Cuando Andrea le tira un cross verbal, Nico parece un peso medio pidiendo la toalla. En todas estas escenas, y en las demás, Pfening reacciona como si desconociera la parte de sus partenaires, y ese es seguramente uno de los mayores elogios que puedan hacerse de un actor.