No habrá Justicia para Lucas González, y mucho menos así, escrita con jota mayúscula para marcar que es una palabra grande y solemne. Porque muy pronto su familia denunció el crimen y una parte de la sociedad le creyó, es probable que el hombre que asesinó a Lucas sea condenado y castigado a pasar muchos años en la cárcel. Para que eso pase, la familia de Lucas tendrá que invertir recursos -tiempo, mucho mucho tiempo, y también dinero- para litigar “el caso”, como se dice. Ya tuvo que hacerlo, desde el primer segundo: el hijo muriendo en una cama, sus familiares y amigxs en la calle, empujados a exhibir el dolor.

🔴 En vivo. Cómo sigue el caso del asesinato de Lucas González

Si no lo hubieran hecho, si el tamaño del dolor los hubiera aplastado todavía más, si no hubieran prestado atención a lo que estaba pasando en los medios, o si simplemente hubieran preferido hacer ese duelo en soledad, hoy ni siquiera sabríamos de la existencia de Lucas. Ese título cruel “Inseguridad: un ladrón fue baleado en la cabeza” hubiera quedado publicado, como lo están tantos parecidos.

Ese chico, sin su nombre propio, hubiera sido uno más de la lista, la que forman los asesinados por el Estado durante el régimen democrático. Todos ellos se parecen: eran varones, eran muy jóvenes, algunos niños, eran más morochos que blancos, eran más pobres que de clase media, vivían más en la periferia que en el centro. Aunque todavía cueste decirlo así, la violencia estatal argentina del presente es racista. Hay excepciones, siempre hay excepciones, pero con Google Imágenes alcanza para comprobarlo. Lucas y sus amigos tenían el aspecto de un "chorro" y estaban en una zona de la ciudad que se presume "picante". Por eso el funcionario estatal que disparó los consideró vidas sacrificables en el altar de la Seguridad. El primer parte, con el que la Policía de la Ciudad intentó encubrir el crimen, los llamó “malvivientes”; más expresivo no hay.

Sin embargo, hay que tener cuidado con las palabras. Porque decimos “racismo” y entonces asoma en el horizonte otro peligro: el atajo del “fuimos todos”. Fue la policía. Pero en el fondo, fueron las ideas de mano dura. Y también los medios que alimentan la bola de nieve. Y también una cuando cruza de vereda porque tiene miedo que el pibito que viene de frente le robe el celular. ¿Cómo distinguimos? ¿Podemos delimitar qué parte de la muerte de Lucas es nuestra responsabilidad? ¿Lo es? ¿Por consentir el microrracismo? ¿Por dejar pasar los chistes sobre “la negrada”? ¿Por callarse cuando el endurecimiento penal se justifica en nombre de la real politik? Las causalidades no son directas, las respuestas no son unívocas. Pero si sostenemos la pregunta durante suficiente tiempo tal vez algo cambie. A Lucas lo mató la policía. Pero el Estado no va a cambiar por sí mismo su modo de jerarquizar las vidas. Si nos quedamos quietxs, Justicia no habrá.

* Ximena Tordini es directora de Comunicación del CELS. Autora de Desaparecidos y desaparecidas en la Argentina contemporánea.