A Adele
"El solitario es como un pozo muy profundo…" F.W.Nietzsche
La casa era enorme y el jardín parecía homologar los jardines orientales; todo estaba dispuesto con buen gusto y mejor aún, dispuesto para responder a las necesidades inmediatas. A simple vista se diría que nada faltaba, nada pertinente a los Lares, tal vez la imagen de Lar, que después pasó a ser dos, pintada en alguna pared. Pero, más allá de esa contingencia, el corazón de la casa resplandecía, alentado por los manes de sus habitantes, que más allá de las inquietudes y obstáculos de la existencia, se ofrecía generosa a la llegada del extranjero. Victorio se sintió afectuosamente acogido. Provenía de un lugar minúsculo del universo, de Rosario, en el país más austral del mundo, un lugar minúsculo pero tan absoluto y tan común como cualquier otro punto del universo y ahora encontraba a la familia de su padre, la cual había ignorado que existía. Por consiguiente tenía una idea que lo amedrentaba y lo colmaba de impaciencia, máxime que viajaban con él sus lecturas preferidas o por lo menos las más leídas y por ese influjo, Italia era Siracusa, Cuma y Rávena y ahora, por el reconocimiento de sus ancestros, Macerata.
Fiel a su costumbre, más urgido por el significado de las palabras que de las cosas, recorrió la incierta etimología, no porque un diccionario lo indicara (un diccionario nada sabe de lo que hay que pensar más allá de las palabras), sino porque esta lo remitía siempre a lo que le era pertinente pensar. Pensó en el latín, que había prácticamente olvidado. Macerata, tal vez, macerare: ablandar algo a golpes o metiéndolo en el agua, reblandecer la piel mediante el contacto prolongado con un líquido; la definición lo sorprendió porque el mayor espíritu de la casa, Lina, trabajaba con sus manos la piel de sus clientas; pero también, mortificar el cuerpo con penitencia… y esa posibilidad la asociaba al hecho de que Macerata era sede diocesana en la región de Le Marche… La marca… Sonrió ante el hecho fortuito de que siempre había usado un seudónimo en sus escritos, Z Marcas que había leído en Balzac. Esa noche, la primera, Victorio soñó con Eneas descendiendo al horno para hablar con la sombra de su padre después de haber perdido a su piloto Palinuro, insepulto en ignorada arena… “O nimium coelo confise sereno nudus in ignota Palinure iacebis arena”. Y la última imagen era la del pozo que daba nombre al espacio de tortura de la jefatura en Rosario. Una inevitable metafísica viajaba con él… ya que de ese pozo, ahora soñado, fluía el sentido de un tiempo por el cual el pasado alcanzaba al futuro, ya que lo que entraña en la memoria, lejos de ser pasado, pertenece por completo al futuro, que deja de ser para convertirse en lo que será…
Los días sucesivos transcurrieron con sorpresas agradables, su familia lo colmaba de atenciones y de esto se podría inferir que Victorio era un hombre feliz lejos de su calendario y de su entorno, pero el mundo seguía resultándole extraño y la vida una continua relectura para olvidar lo que había comprendido… Por suerte, o mejor dicho para extender la bienaventuranza de esos días, por la mañana Victorio encontraba a Giuseppe, que recorría los alrededores del jardín y con quien estableció una relación inmediata y de una intensa afinidad promovida por el hecho de que advirtió de buenas a primera, en Giuseppe, algo así como un cierto pudor por condescender a la presencia de los otros, que ciertamente no había advertido en el espíritu festivo del resto, a excepción de su hija Vania. Como sea, esa impresión la sintió confirmada aun cuando Giuseppe le esbozó un retazo de su adolescencia cercada por los rigores de la guerra. Recordó que en el transcurso de un bombardeo su padre lo cubrió con su cuerpo y rodaron por un acantilado... Recordó los pozos que las bombas dejaban sobre la fertilidad de la campiña, y comprendió la fuerza destructora inutilizando el esfuerzo reproductor de los agricultores… Giuseppe provenía de un hogar muy modesto y habían salido esa mañana, como tantas otras, muy temprano a repartir leche para las familias vecinas y se encontraban con el carro destruido.
"Sentí tanto miedo –dijo Giuseppe– al ver los cadáveres de hombres y animales dispersos sobre la grama que me puse a cavar nerviosamente, con mis manos en la tierra, recientemente removida, sin saber para qué, tal vez creyendo que podría ocultarme de tanto horror. Mi padre dijo: 'no es suficiente el poder destructor de los elementos que agregamos el de nuestra insensatez…. Ven, busquemos un poco de agua'. Pero un poco más allá nos detuvo el cuerpo de un hombre que parecía recostado sobre el cuerpo de un chico. Siempre me persiguió ese recuerdo".
"Morir abrazando a otro –dijo Victorio– a un niño, como si todos lo fuésemos y de algún modo... todos hermanos...".
"O tal vez –agregó Giuseppe– como un gesto inevitable, como un gesto que arranca la muerte recordándome que puedo no ser, y en ese sentido que otro viene a mí por la muerte, hermanando…".
Victorio sintió algo que iba más allá de las palabras, sintió algo que retornaba a costa de tanta reiteración para pasar desapercibido, sintió el misterio de lo que estaba y que ya no está… digamos el misterio del pasaje, grávida condición de la materia que necesita desrealizar la condición de sí misma para consumar el misterio de toda alteración.
"Lo cierto –murmuró Giuseppe– es que comencé a cavar el pozo como buscando agua, pero en realidad no sabía bien para qué y en un momento me detuve ante la sensación de que era vana la tarea, ya que sólo redondeaba el vacío que lo define; pero lo extraño es que ese vacío me abrigaba".
"Sí –asintió Victorio– es un vacío que contiene, el pozo recibe y retiene para dar. El agua de la lluvia que preanuncia el manantial. El manantial que posibilita el florecimiento del jardín".
Giuseppe esbozo una sonrisa: el cielo y la tierra hermanados…
"Dar es devolver lo que nos ha sido dado. Parece que lo hubiéramos olvidado –agregó– inclinando su rostro".
Esa noche, la cena parecía un banquete en la mesa extendida alrededor de todos los familiares provenientes de distintos lugares para agasajar al que había surcado el Atlántico con la secreta intención de reverenciar los lugares que sus lecturas habían consagrado, Cuma, Siracusa, Ravena y se encontraba ahora, pudor mediante, ante la mesa servida y la generosidad de su familia, circulando en los dones de la unánime tierra, el pan, el alimento, el vino, la jarra de agua que Giuseppe adelantó hacia su vaso, como si volcase en él, el contenido de un pozo que albergaba los dones que le fueron legados.