Si podemos encontrar una utopía en la última dictadura, esta no se asemeja al infierno sino a una más terrenal que recorre la elite Argentina desde 1955, llegando hasta el tándem Milei-Espert. Una línea de continuidad sobrevive --con todas las salvedades de circunstancias y actores-- entre el espíritu de la Revolución Libertadora de 1955 y la dictadura y el genocidio de 1976 que intentará recoger la utopía inconclusa del 55. En democracia, el guante lo recogerán con diferentes trayectorias y éxitos, personajes como Alvaro Alsogaray y Domingo Cavallo.
Una república liberal, parlamentaria, con economía abierta, gestionada por sus dueños, que consolide nuestro legado dependiente pero sin renunciar al sueño de grandeza de una Argentina potencia basada en el esfuerzo personal. En síntesis, mantener vivo el relato de una clase dirigente que a fines del siglo XIX y principios del XX hizo grande a la Argentina y que el primer peronismo vino a arruinar.
Ese es el imaginario movilizador de libertadores del 55 y procesistas del 76. Los métodos criminales no hablan de su locura sino de las dificultades que encontraron para hacer posible la ecuación del país semi colonia pero con aires de grandeza. La deuda externa y la fascinación con el dólar barato fueron un hallazgo que permitió fusionar --siempre durante periodos cortos-- estas dos cuestiones incompatibles: el lugar real que ocupamos de un país dependiente y periférico, con los delirios del destino de grandeza de pertenecer al club de los grandes del mundo que anidan en una parte no menor de nuestra población.
Los norteamericanos en plena Guerra Fría le imprimieron una línea general y sencilla para el hemisferio a estos sueños de nuestras elites: anticomunismo y neoliberalismo. Un programa sencillo para ser ejecutado por democracias vaciadas o por dictaduras cuando no se pueda lograr el camino al anticomunismo y la libertad de mercado con buenos modales.
Este relato sostiene que el peronismo, el de las décadas del cuarenta y cincuenta, su industrialización asistida y artificial, el poder desmesurado de la clase obrera, el estatismo agobiante y el tercermundismo, han sido el gran obstáculo para una modernización de la economía y para que Argentina alcanzara su destino de potencia. El golpe del 76 también viene a cumplir de manera brutal este sueño: una Argentina liberal y moderna sin peronismo. En el contexto puntual de esos años, también sin comunismo.
Martínez de Hoz seguramente creyendo en su rol histórico de poder desatar para siempre las fuerzas modernizadoras de la Argentina obturadas por "35 años de socialismo estatizante y agobiante", como dijo en la presentación de su programa económico el 2 de abril de 1976, le grita tres años después a un grupo de empresarios: "Nosotros hicimos lo que ustedes pidieron durante décadas, ahora les toca a ustedes". ¿Qué les reclamaba? Que inviertan, que no pongan más excusas. El trabajo sucio --el exterminio-- ya estaba hecho. El sueño de nuestras elites, no incluye pareciera, la inversión productiva.
Con la misma recuperación democrática, el alfonsinismo logra rearmar una cultura progresista que va a modificar tenuemente la ecuación impuesta de democracias tuteladas: del énfasis en democracia liberal y libre mercado propondrá democracia liberal, derechos humanos y una agenda social, "con la democracia se come, se cura y se educa", frase que está en el podio de frases de la historia de nuestra democracia y que retoma Alberto Fernández para cerrar su discurso el día que asumió.
La derecha acorralada refunfuñará por lo bajo que la izquierda derrotada de antaño se disfrazó en democracia bajo el paraguas de los derechos humanos, que posibilitó el aumento del delito y tergiversó el pasado setentista. En estos últimos años, la derecha política y social se sumará de manera militante a enfrentar la nuevas agendas: feminismo, educación sexual integral y aborto.
El PRO, parido por la crisis del 2001, revive la potente agenda de la UCeDé, el partido fundado por Alvaro Alsogaray y su hija María Julia, en los ochenta, que se esfumó en su mejor momento al ver que el peronismo de la mano de Menem asumía sorpresivamente su programa. El PRO, electoralmente, logra llegar mucho mas lejos: ganar, con el radicalismo deglutido, una presidencial en el ya lejano 2015.
La irrupción de Milei y de Espert es hija del fracaso de la ilusión de Cambiemos. La ilusión del gobierno que había despertado las esperanzas de un quiebre definitivo con la "Argentina progresista" cimentada desde el alfonsinismo y que el kirchnerismo, hijo también de ese 2001, había radicalizado y profundizado.
Los que esperaban de Macri el despido de un millón de empleados públicos, el fin de los planes sociales, o un indulto a los genocidas, se desilusionaron y varios de ellos acusaron a su gobierno de "kirchnerismo de buenos modales" bronca que reaparece con el insulto de Milei a Larreta diciéndole "zurdo de mierda", buscando capitalizar una derecha que expresa una enorme desilusión de la experiencia de Cambiemos en el poder sumando al siempre útil discurso de la antipolítica que recorre todo el espinel.
La coalición Juntos sabe que en la tentación de derechización está el peligro de dejar de ser una opción de mayorías, teniendo que manejar una prudente distancia con las utopías explícitas e inconclusas de sus padres no reconocidos.
Las balas que harían de un delincuente un queso gruyere, como expresó Espert, y la escena bizarra del casi disparo de un custodio de la militante negacionista Victoria Villarruel a un candidato propio en el festejo electoral en el bunker de Milei, expresan una derecha bravucona, envalentonada, que recluta al peor submundo de nuestra sociedad pero que no se siente sola: Bolsonaro, Vox en España, y el pinochetista hijo de un oficial de las SS Alemanas en Chile que disputa la presidencia, le dan el impulso de creer que son parte de una nueva ola.
Este espacio sin duda no alcanzó todavía su techo, que no puede ser mas del 10 por ciento nacional, una minoría intensa pero importante en el tablero del 2023, sobre todo en momentos de ausencias de mayorías claras.
* Guillermo Levy es sociólogo, profesor UBA y Undav; autor del libro La Caída, de la ilusión al derrumbe de Cambiemos (Marea editorial, 2020).