Y llegó, después de más de un año de guardar ganas, la juntada multitudinaria y de autocelebración del 17. Al respaldo al Presidente se superpuso una autoafirmación de los miles y miles de militantes de diferentes partidos, organizaciones y sindicatos que llenaron la plaza y la desbordaron de esa alegría que exaspera, irrita y provoca acidez en la oposición. La autoafirmación provino del trabajo hecho puerta a puerta y por abajo, que es lo que saben hacer los militantes de base, los que nunca suben a un escenario ni buscan otra cosa que levantar la bandera de su lugar de pertenencia.
Son los que entienden sin necesidad de que ningún sociólogo ni politólogo les explique ningún cuadro de situación. Hay un saber profundo y una inteligencia carnívora en esas bases, incluso la hay en los que retaceando sus votos en las PASO, reconfiguraron el escenario político: el gobierno ya sabe que tiene buenas respuestas si el rumbo es el que se prometió, pero nunca hay romance político sin promesas cumplidas. Es ese trato sencillo que hacen los electorados con sus dirigencias: el acompañamiento viene de la mano de las políticas necesarias para sacar la cabeza y tomar aire, o comer todos los días o tener techo o trabajo.
Sin embargo, un día después, las caras agrias y exasperadas de la oposición en la que no hay palomas, porque todos consienten hace años prácticas de violencia institucional y ese desvío judicial que convierte a la justicia en una mascarada emperrada en perseguir y en hostigar a opositores o a pobres, llegó la reacción. Se llevó a Lucas González, cuyos 17 años fueron interrumpidos por dos balazos de la policía metropolitana, mucho más feroz y temible que los delincuentes porque, como ante el terrorismo de Estado, al delincuente se lo puede denunciar ante la policía, pero cuando es la policía la que llega de civil, sin ninguna identificación, y acribilla a un pibe que está comprando una gaseosa en un kiosco, ¿qué se hace?
Ese mismo día, en Neuquén, en la delegación del Ministerio de Desarrollo Social vandalizaron con esvásticas un mosaico de pañuelos blancos. Y en Pergamino, un mural sobre el peronismo de la reconocida artista Nora Patrich fue también vandalizado, y el resultado fueron las caras de Perón y Evita ennegrecidas. Planificada o inercial, la extrema derecha hizo su ingreso y barrió con su odio los símbolos de la alegría popular, porque un pibe como Lucas también es un símbolo de lo que los odiadores detestan: detestan la vida en paz.
¿Por qué se permitió que los negacionistas entraran al Congreso? ¿Por qué no se impide, en un país con un genocidio reciente que es cosa juzgada y no una fotocopia de cuaderno, que se candidateen quienes lo niegan? ¿Es tan difícil comprender que los que lo niegan no es porque no crean en lo que sucedió, sino que negándolo lo reivindican, y a mismo tiempo indican que volverían a hacerlo?
No sólo, como dijo el Presidente, no hay nada que dialogar con los que niegan la verdad histórica argentina que incluyó crímenes aberrantes. Hay que cortar de cuajo el impulso negacionista y esta abominación de policías que van por su presa y su presa es cualquiera que sea joven y morocho.
Como pueblo, hemos sufrido pérdidas terribles, de los que este diario da testimonio cada día en los recordatorios ¿Qué nos pasó que le abrimos la puerta del Congreso a estos espeluznantes que instan a “meter bala” o a dejar a un sospechoso como “un queso gruyere”? Los empleados mediáticos de Macri han colaborado mucho para que ese fascista que se autonombra libertario haya tocado el cielo con las manos y esté llenando de veneno muchas mentes.
Hace falta el rigor de la ley, hace falta que no se valide, bajo absolutamente ninguna presunta forma de “libertad”, el crimen por la espalda. Hace falta mucha civilidad y mucho coraje. Hace falta que los jóvenes, les jóvenes, tomen conciencia de que la única rebeldía posible es contra el fascismo, que no es otra cosa que el instrumento del statu quo para que se crean lobos cuando son ovejas.
No hay que tener miramientos con estas escaramuzas ni con estos crímenes al voleo que Bullrich celebró en su momento y Macri también. Y dejémonos de hablar de halcones y palomas. Cualquier paloma se escandaliza ante un asesinato tan brutal como el de Lucas González. Todavía nadie de Juntos se mostró escandalizado, y en todas las pantallas que forman parte de su inventario lo minimizan. Dejan hacer. Lo hicieron siempre pero hoy tienen sed de revancha.
Hay que prohibir los discursos de odio y de eliminación del otro. No insinuar o amonestar o apercibir. Prohibirlos. Constituyen apología del delito, porque ya vemos, son el verbo que precede a la acción, que es crimen. Los argumentos para no entrar en el juego de ellos, que se esconden en la palabra “libertad”, los dio perfectamente Angela Merkel varias veces, separando a las fuerzas democráticas de los neonazis que pretenden ser incluidos para después destrozar ese sistema de gobierno.
Es ahora que hay que hacerlo, antes de que sigamos llorando la pérdida de vidas por gente que, si puede, también acribillará a la democracia.