Lucas González tenía 17 años, era de Florencio Varela y andaba por las calles del Barrio San Eduardo. El jueves a la tarde, después de agonizar durante poco más de 24 horas en el hospital El Cruce de su ciudad, murió y se convirtió en otra víctima de gatillo fácil. "Ellos tiraron por tirar. En medio de la desesperación buscábamos otros policías para que nos ayudaran hasta que mi amigo gritó y ahí me nublé. Vimos a un patrullero que estaba recorriendo la zona, le toqué bocina y no me ayudó, siguió de largo", reveló Julián, amigo y conductor del auto en el que viajaba Lucas y al que un policía de civil, sin ninguna identificación, le disparó. "Tenía a mi amigo baleado mientras manejaba, sobre mi rodilla, con su mano me tocaba la pierna. No lo podía creer", contó a IP noticias.
“Defensa y Justicia lamenta el fallecimiento de Lucas González, jugador de Barracas Central, vecino de Florencio Varela y quien jugara en las inferiores de la institución. Le enviamos nuestro más sentido pésame a la familia y amigos. Pedimos #JUSTICIAPORLUCAS”, manifestó la cuenta oficial de Twitter de Defensa y Justicia.
Por su parte Racing hizo lo mismo y escribió: “Racing Club lamenta profundamente la muerte de Lucas González, ex futbolista de nuestras Divisiones Inferiores y actual de @barracascentral, se solidariza con su familia, amigos y seres queridos y se suma al reclamo de JUSTICIA”.
Y Barracas Central, por su parte, decretó tres días de duelo “sin actividades sociales y deportivas”.
Lucas era jugador de fútbol. La pelota era su lugar, el puente hacia la vida. Dentro de una cancha conoció la diversión, tuvo amigos y sueños. Su carrera empezó desde muy chico. En su infancia temprana vistió la camiseta de Racing, luego pasó a Defensa y Justicia y antes del comienzo de la pandemia, se había ganado un lugar en Barracas Central. “Lucas era un buen pibe, respetuoso. Nunca trajo ningún problema”, dice Daniel, Coordinador de Fútbol del club que preside Matías Tapia. “Todos sus compañeros lo querían mucho, nadie decía nada de él”, agrega.
Anhelaba jugar en la primera de su club. Su posición en la cancha era la de volante ofensivo y sus condiciones con la pelota eran prometedoras. “En Barracas jugaba de volante por izquierda. Jugaba a pierna cambiada porque era derecho, pero podía jugar de enganche, de ocho o también, cuando el equipo lo necesitaba, jugaba de cinco. Tenía un muy buen primer pase. Era muy técnico, un jugador que cuando estaba se notaba, porque el equipo jugaba de otra manera. Armaba juego, no era egoísta con la pelota, te hacía participe todo el tiempo”, cuenta Adrián Monzón, compañero de equipo y amigo de la adolescencia, a Página 12.
Monzón conoció a Lucas cuando tenía 9 años. Ambos jugaban en Racing. Compartieron solo un año y medio en la institución de Avellaneda, pero sellaron una amistad inquebrantable. “Éramos muy unidos”. A los 13 años también jugaron juntos en el baby fútbol de Dock Sud, hasta que sus caminos futbolísticos fueron por carriles distintos y se separaron por un tiempo. Años después, cuando se enteró que Lucas se había quedado libre en Defensa y Justicia, le propuso que fuera a Barracas para volver a estar juntos. “El primer día que vino tuvimos una práctica, al técnico le gustó como jugaba y el otro día jugamos un partido amistoso con Riestra y entró de titular”, recuerda.
Lucas, además de su objetivo de jugar en primera, también soñaba con comprarle una casa a su mamá. “'A la Cintia', así me lo decía siempre, cada vez que hablábamos de qué iba a hacer cada uno”, cuenta Monzón. Los recuerdos intentan construir aquello que no se puede recuperar: la vida. A Lucas se la arrebataron, una bala de la policía se incrustó en su cabeza. Intentó pelear hasta el final, pero su corazón dejó de latir. “Era una muy buena persona, muy carismático. En el grupo era muy querido por eso. Llegábamos a las 7 y media a los entrenamientos y ya arrancaba con sus chistes, a bailar, a joder. Siempre estaba alegre, nunca lo ibas a ver de mal humor. A veces no le tocaba entrar, pero seguía tirando para delante. Lucas tenía la chispa, no se merecía para nada terminar como terminó”, dice.
Y agrega: “Humilde, trabajador. La verdad que se rompía el lomo todos los días. Se levantaba a las 5:45 de la mañana para ir a entrenar y después lo levantaba el papá de un amigo que nos llevaba a los dos juntos. Más de la mitad de este año, fuimos juntos a todos los entrenamientos porque el papá de un compañero nos llevaba a los dos o sino nos llevaba mi mamá”.
Monzón muestra fotos que encontró en su casa. Con Lucas en una pileta, en un entrenamiento, en un cumpleaños. Las mira y no entiende como pasó, lo que pasó. “Es más –completa– el miércoles, que desgraciadamente fue su último entrenamiento, jugamos juntos. Él jugó de interno por izquierda y yo jugué de 3. Hicimos una jugada que terminó en gol y cuando nos íbamos del entrenamiento, la comentamos, nos reímos y al rato terminó pasando esto”, dice y describe que sus cualidades eran destacables. “Tenía unas condiciones bárbaras. El entrenador, a principio de año, le dijo que era uno de los mejores que tenía, que con la pelota era distinto”.
“Todas las mañanas me mandaba mensajes para avisarme que ya había tomado el tren o el colectivo, para que le prepare la comida. Después llegaba a casa se acostaba un ratito y se iba a la escuela. Lo habíamos cambiado de turno para que no se le junte con los horarios de entrenamientos”, contó Cintia, su mamá, en conferencia de prensa. “Mi hijo venía de entrenar, los cuatro venían de entrenar. Él no le hizo nada a nadie”. Familiares de Lucas convocaron a una marcha este lunes frente al Palacio de Tribunales para pedir justicia. “Pido por favor que no me dejen sola, que me acompañen y que por favor estas personas estén presas. Yo no meto a toda la policía en la misma bolsa pero quiero que ellos paguen por lo que hicieron”, agregó.
Lucas solo quería jugar al fútbol. Solo quería divertirse y sonreír después de cada entrenamiento.