El 7 de mayo de 1926, en el pueblo de Subiaco, Italia, nació Honorato Pistoia, el mismo que años más tarde arribará a Salta ya consagrado como fraile.
A su llegada a estas tierras en 1954, Honorato se afincará y rápidamente será parte del pueblo salteño, entremezclándose e integrándose a la comunidad como uno más.
Abundan las anécdotas de su trajinar por la ciudad de aquí para allá, en su característica moto Vespa, atendiendo diversas necesidades de aquellos que lo solicitaban.
Conjuntamente, sus facetas por fuera de la tarea espiritual fueron diversas. Algunas, de orden públicas y notorias; otras, muy pocas veces relatadas.
Un símbolo antoniano
Sin duda Honorato Pistoia se convirtió en un símbolo dentro de la vida social y deportiva del Centro Juventud Antoniana. Muestra cabal de ello es el estadio ubicado en la calle Lerma, el cual lleva su nombre. Este dato muy conocido, es solo una muestra de la unión a fuego entre el fraile, el club y todos sus simpatizantes.
Muchos son los socios que pueden dar testimonio de este vínculo, tal es el caso de Amalia Miranda, que pronta a cumplir 70 años, es socia vitalicia de Juventud y conoció a Honorato desde muy joven. Así recuerda aquellos días: “Mi padre vivía cerca de la Iglesia de San Francisco, concurría de niño ahí. Hay que recordar que en aquel lugar nace Juventud Antoniana por los curas franciscanos. Entonces el vínculo de mi padre con el club era de años. Él además fue jugador de basket y luego también dirigente del club. Tengo 5 hermanos y los 5 somos socios vitalicios”.
“A Honorato lo conozco por Juventud, porque cuando llega a Salta se pone rápidamente al lado del deporte. Íbamos a la cancha a ver los partidos, lo seguíamos en todos los campeonatos y él acompañaba siempre. Era uno más. Lo recuerdo sacando una silla de la secretaría y sentarse sobre un techito donde estaba el buffet que era como una terraza. Desde ahí miraba el partido. Iba con su sotana pero de igual manera en la cancha era apasionado. Retaba a los jugadores, se peleaba con los dirigentes, con el árbitro también, era un hincha más”, comenta la socia vitalicia del Santo.
Amalia subraya que “Honorato fue director espiritual de Juventud y eso significaba hablar con los jugadores, con los dirigentes, tenía mucho carácter pero también una chispa bárbara”. Y agrega: “En aquel tiempo, cuando vivía Honorato, viajábamos a los nacionales, a los regionales, a distintas provincias como Jujuy o Tucumán. De hecho, una anécdota que tengo es de un viaje a Catamarca, fue hermoso. El equipo jugó allá y salieron como 20 ómnibus. Estábamos en la esquina de la plaza, y los veíamos llegar y me decía '¿y estos de dónde han salido?', no lo podía creer… los saludaba a todos, tenía una felicidad terrible”.
Honorato participaba en las reuniones de Comisión Directiva, era uno más en todo sentido. La sotana no resultaba impedimento para resolver del primero al último problema que podía suscitarse en el mundo antoniano. Inclusive hoy, en el salón de reuniones y en la oficina de socios, la imagen de Honorato está presente manteniendo constante su aura protectora.
Jugársela en tiempos difíciles
Una faceta poco conocida, poco explorada o poco difundida de Fray Honorato está vinculada con su compromiso en la defensa de la vida en los difíciles tiempos de la última dictadura militar.
Nora Leonard, referente de los derechos humanos en Salta, recuerda cuando conoció a Honorato: ”Me eduqué en un colegio religioso franciscano, entonces estaban todos los curas de San Francisco. Ahí conocí a varios y entre ellos, el que más se distinguía era Honorato Pistoia. Una persona muy especial, profundamente humano, alegre y muy querible”.
Leonard, quien estuvo detenida durante la dictadura un año en Salta y más de 2 años en la cárcel de Devoto en Buenos Aires, comenta los momentos transitados junto a Pistoia. “Me integro a la universidad estudiando historia, y mi hermana Celia Leonard de Ávila y Benjamin Ávila, que era su esposo, militaban en la Juventud Universitaria Católica. Resulta que a nosotros nos había tocado tener a Honorato Pistoia como asesor de la juventud, entonces teníamos mucho contacto con él, muchas reuniones y demás. De hecho, él mismo es quien casa a Benjamín con Celia en la Iglesia San Francisco. Además, durante años fue director espiritual de Silvia, de Benjamiín y también mío. Tuvo mucho que ver en nuestra vida y formación personal”.
“Entrados los 70, desde la Juventud Católica se comienza a tener una idea de cuestionamiento a la iglesia tradicional, una mirada comprometida con los pobres. Nosotros creíamos que si respetábamos el pensamiento cristiano teníamos que decidir estar del lado de los pobres. Esta línea de pensamiento crece en la Juventud Católica, y ahí Honorato se diferencia un poco de nosotros, discutimos y decide irse del lugar de asesor. Pero él era una persona profundamente humana, y yo sé que cuando los detienen a mi hermana y a mi cuñado, en el año 75, sufre muchísimo. Esto se lo comenta a gente amiga y comenta también la impotencia que sentía en no poder hacer nada. Estaba muy preocupado por la situación. Finalmente ellos dos son masacrados en Palomitas”, recuerda Nora.
Al mismo tiempo Leonard relata un gran acto de valentía poco conocido de Honorato: “Yo sé, por Lucrecia Barquet, que es una compañera fundadora de la comisión de familiares detenidos desaparecidos en Salta, que Arturo Blatesqui, del movimiento ecuménico por los derechos humanos, en aquellos años visita Salta y tiene una reunión con Pistoia. Ahí le pide que nos permita estar en el colegio Tomassini, que era el colegio del cual era director. Así es como todos los sábados a la tarde, la comisión de familiares se reunía en el colegio en plena época de dictadura. Hay que recordar que en esos momentos era muy difícil que un cura te preste la iglesia para reuniones, por prejuicio, miedo, o lo que sea, pero no era un actitud común ceder un lugar para hablar y denunciar los desaparecidos. Me parece muy importante difundir lo que pasó en Salta en esa época, que fue muy difícil, así como fue muy importante la gente que tuvo actos de valentía como Honorato. Un gesto noble, de protección. Así era él, una persona que se distinguía por su humanidad”.
Recuerdo vivo
Don Honorato Pistoia fue socio fundador del Instituto Guemesiano de Salta, director del Colegio Padre Gabriel Tommasini, se recibió de profesor de historia, ejerció la docencia, sostuvo durante largos años un programa de radio, e inclusive se hizo tiempo para escribir varios libros.
Amalia Miranda lo trae al presente como si lo estuviera oyendo. “Recuerdo su tonada de italiano pero también algo de acento salteño. Era un ser hermoso, lleno de luz, muy comprensivo... si estaba con los niños, era un niño más, si estaba con los jóvenes eran un joven más”.
Pistoia será trasladado al Convento Franciscano de Jujuy con el fin de que se recuperase de algunos problemas de salud. Sin embargo, muchos creen que en ese acto le quitaron una parte de su vida.
“Cuando falleció fue un dolor tremendo, no lo podíamos creer. Recuerdo cuando lo trajeron de Jujuy, fue impresionante la cantidad de gente y las muestras de afecto. Quedó un hueco muy grande. Creo que sería importante recordarlo como un cura sencillo, que tenía la palabra justa, pero también tenía su picardía, te daba aliento. Como él no va a haber otro”, concluye Miranda.
En tanto, Nora Leonard describe con profundidad: “Se distinguía por su capacidad, por su humanidad y la valentía que demostró. Realmente era una persona cercana al pueblo”.
En memoria de Honorato existen escuelas, avenidas, murales, monolitos y hasta un estadio con su nombre, símbolos latentes del fuerte vínculo que cosechó en Salta.
Aquel 26 de noviembre de 1987, día en que físicamente se fue Benito Honorato Pistoia, el pueblo salteño lloró. No se iba solo un religioso, se iba una persona íntegra que supo apoyar sin distinción, inclusive arriesgando su propia vida, al prójimo que lo reclamaba.