Hace 10 años oí los primeros poemas de Erika Aristides, leídos por ella en ese sueño hermoso que fue Ciclotimia, los días en que el mundo era los martes a la noche. Luego empezó a publicarlos en la revista Cortada, unida a un grupo valioso de poetes (Anabel Martín, Nico Aimetti, etc.) y luego ya en la antología Corte al Biés (Gatogrillé Ediciones), donde un poema en especial, VOS, adelantaba este satori completo que revela “La Inmensidad puesta en las sombras”.
Hay dos tradiciones que circulan en la poesía de Erika, y que suelen alumbrar un lenguaje tan expresivo como lírico: un registro callejero, salvaje, social, una poesía que empieza en los oídos, los ojos, la piel y donde el eros se vincula con la injusticia y la marginalidad. Erika es de Tablada (como yo), sur profundo de Rosario, no cualquiera cruza el bulevar 27 de Febrero en esta ciudad.
El otro tono es el del desastre. Blanchot dice que los buenos libros son la escritura de un desastre. No de un problema o un disgusto, sino de una catástrofe. En este caso, el fin del amor. La dedicatoria del libro, “A mis amores”, nos remite a la pregunta: ¿qué hubiera escrito Idea Vilariño sin los amores de Claps y de Onetti? ¿Qué hubiera escrito José Sbarra si no lo hubieran dejado tantas veces…? Erika parece escribir un solo y largo poema en este libro, porque el punctum, aún con las variaciones recursivas (coloquio, oximorons, metáforas, sinestesias, inventarios, intertextos), es uno solo: que el amor es un desastre, sucede y termina, y hay que reeditar la ruina, escribiéndola, porque es la única manera de terminarla y empezar de nuevo. Otro derrotero, derrota.
Aviso al lector: si lo agarra livianito la puede pasar mal del modo más bello con este libro, Erika te asesina... Sin ningún efectismo te pone a la parrilla en un escenario lírico de la soledad, de los restos, del vacío: la sombra es inmensa puede leerse, metáfora de la muerte, reverso del eros ("te esperaba, pero ya no quiero cogerte"), un infierno tan encantador que si uno pasa la lengua a los versos, saben ácidos, acres, con un regusto dulzón paraguayo, como un pinito perfumado, perenne, pero que nunca da flores. Da orgullo y alegría que una poesía con tanta carga de sentido se esté escribiendo en mi barrio, y que sea una mujer la que compite con su canto, con las sirenas de tanta policía. Y que además, sea Erika.
Publicado por Editorial CR Ediciones, Rosario (2021)