La vuelta de los recitales presenciales en Buenos Aires estaba renga sin una misa ricotera. Y finalmente sucedió. En la noche del sábado, Skay Beilinson regresó a los escenarios con un show recio, en el que literalmente mezcló presente, pasado y su inminente futuro musical. Pero antes de que eso sucediera, en varios puntos del barrio de Villa Crespo, y desde bien temprano, la feligresía de los Redondos se encargó de esparcir su liturgia. En el cruce de las avenidas Dorrego y Corrientes, una columna de devotos se enfilaba hacia el Movistar Arena mientras pregonaba: “Es una noche especial, no te la vas a perder. Toca el corazón de Patricio Rey”. Uno de los tantos himnos que hacía casi dos años que no retumbaban masivamente en la calle.
Si bien la performance estaba anunciada para las 21, era todo un enigma la hora en la que el guitarrista y cantante, en complicidad con sus Fakires, saldría a escena. Al borde del inicio del show, aún quedaba mucho público por ingresar al imponente predio. Sin embargo, un vendedor de gaseosas, tras la osada pregunta de una terna de clientes, tenía la posta: “Nos dijeron que va a empzar cuando el campo esté casi lleno”. En tanto eso sucedía, en las pantallas del estadio alternaba la ilustración que sirvió para acompañar este recital, con otras alusivas al músico, quien no se presentaba en vivo desde febrero de 2020. Luego de esa actuación en el Cosquín Rock, aparecieron el coronavirus, la pandemia y el encierro. Eso no frenó su producción. De hecho, un día antes de la última Nochebuena, a manera de regalo de Navidad, estrenó el single “¡Corre, corre, corre!”, al que le siguieron otros seis. El más reciente es “El candor de las bestias”, lanzado en agosto.
También se mantuvo activo en redes sociales, en especial en Instagram, donde interactuó con sus fans, recordó fechas memorables propias y de los Redondos, despidió a su otrora compañero de aventuras Willy Crook, y presentó temas nuevos. Y de pronto se apagaron las luces. Así como esa milenaria “Gran ola de Kanagawa”, que el cantautor tomó prestada para estamparla en su single “Olas”, arrancó el recital faltando 20 minutos para las 10 de la noche. Pero esa escena inspiradora, épica y tremendamente poderosa, concebida por el artista nipón Katsushika Hokusai, no sólo quedó patentada en la canción “Arcano XIV” sino que se extendió a lo largo de dos horas. A ese rock de matiz mozárabe de su disco La marca de Caín (2007), le secundó un “Por fin, por fin”, de parte del músico. Entoces desenvainó “El Golem de la Paternal”, en cuyo final pudo completar su desahogo previo al manifestar su alegría de volver a estar junto al público. A lo que agregó: “Será una noche especial”.
Skay se encargó de que así sucediera. Al noctámbulo “El ojo testigo”, cosecha prepandémica, lo escoltó “Aplausos en el cosmos”. Y vaya que lo hubo, tras semejante oda al blusero Howlin’ Wolf. Subió un cambio con “El redentor secreto”, y apeló por el misticismo en “Plumas de cóndor al viento”. Si en esa canción incluida en En el corazón del laberinto levantó las manos al cielo (a manera de invocación) antes de tocarlo, en “Suelo chamán” no necesitó de ritos. Ese tema en sí mismo ya lo es. Después de dedicarse a calibrar su obra solista, el violero de los Redondos presentó una novedad, “Palomas y escaleras”, con la advertencia de que se trataba de un estreno mundial. En vivo, porque lo puso a circular en plataformas digitales en marzo. De pronto, su futuro y su glorioso pasado se volvieron una misma unidad, una vez que se desprendieron de su instrumento los acordes de “Jijiji”. La respuesta del público ricotero fue la habitual para el caso, que -paradójicamente- no es habitual en casi ningún otro caso.
En medio de ese remolino de parroquianos, parias y antisistemas, despuntaba una bandera del colectivo LGTBIQ+, lo que contrastó con la ostentación publicitaria del aforo, en la despuntaban espumantes y celulares imposibles de pagar para el proletariado. Una suerte de alarido electrónico marcó el despegue de “Gengis Khan”, y esa furia encontró remanso en la ternura de “Falenas en celo”. Lo que allanó el terreno para el segundo estreno en vivo de la noche: “¡Corre, corre, corre!”. Esa flamante canción, con sabor a Patricio Rey, fue el abreboca para el himno “Criminal mambo”, remozada en una adaptación más contemplativa en la que incluso hubo un volantazo inesperado y un tanto efímero hacia el yeite de “La bestia pop”. El público, rápido de reflejos, pese a esa previa y humareda estimulante, la enganchó, la arengó y luego se la devolvió a Skay, quien regresó al clásico que hace las veces de antesala al cierre del disco Gulp!. Tremendo.
Al igual que el tema que estaba por venir, “Lejos de casa”, a esa altura del recital “No pasa el tiempo, la noche no cae”. Eso lo aprovechó el frontman para bajar un cambio en “Chico bomba”, lo que vino bastante bien para el arrebato que se avecinaba. Cuando desembarcó en el Movistar Arena “El pibe de los astilleros”, esa muchedumbre entregada entró en el trance, estado en el que ahondó el líder de los Fakires tras hilvanar ese clásico de los Redondos con “Nuestro amo juega al esclavo”. Como respuesta al “Vamos los Redó, vamos los Redó”, Skay señaló con su mano izquierda al trío que lo acompaña. De una actuación impecable. Sin más preámbulo, retomaron el repertorio solista y “Flores secas” salió de la galera. Al terminar, el artista que enero próximo cumplirá 70 años (¿habrá homenajes para él tal como los tuvieron Charly y Gieco?) se despidió avisando que iba a hacer una más antes de irse. Y tocó su hit “Oda a la sin nombre”.
Si poco luego de la media hora del inicio del show avisó que se tomaría 10 minutos de receso, para los bises vez el músico demoró lo mismo. O quizá menos. El que no se movía ni un ápice era el público, que quería mucho más. Skay regresó con otro temazo de su debut solista A través del mar de los sargazos, “Síndrome del trapecista”. Y saltó hasta 2013 con “La luna seca”. Nuevamente, se despidió. Y buena parte del aforo le creyó. Cuando la gente saltaba disparada hacia la calle, en el fondo comenzó a sonar “Aves migratorias”, y hubo que volver corriendo. Al entrar al estadio, se ubicó donde pudo. Entonces sí, afirmó Skay, venía la última. Al terminar “Soldadito de plomo”, paradoja o metáfora, la policía esperaba afuera.