Las fronteras futbolísticas entre Argentina y Brasil están recalentándose. No es por una nueva secuela de la última Copa América, ni por el codazo ignorado de Nicolás Otamendi a Raphinha en las Eliminatorias. Jair Bolsonaro logró lo que no pudo su socio político en retirada: Mauricio Macri. Consiguió en poco más de tres meses dos objetivos. En agosto que el Congreso de su país aprobara la ley Club-Empresa para que las instituciones deportivas puedan pasar de sus socios a inversores privados. Y el jueves último su ministro de Economía y mejor gerente de calamidades, Paulo Guedes, anunció que fondos qataríes están dispuestos a comprar dos clubes locales. Incluso bromeó sobre cuáles serían. Flamengo, con el que simpatiza, su rival carioca Vasco da Gama o hasta el mismísimo Palmeiras del presidente, hoy sometido a la voluntad de su principal acreedor, el banco Crefisa. Su dueña es la multimillonaria Leila Pereira.
Los cráneos de esta movida privatizadora no tomaron desprevenida a la gran masa de torcedores brasileños. Flamengo y Corinthians son dos de los clubes con más hinchas del mundo en un país con 213 millones de habitantes. Muchos saben cómo piensa Guedes porque lo votaron. El ministro que a fines de 2019 declaraba en Folha de San Pablo: “Los ricos aprovechan sus recursos. Los pobres lo consumen todo”. A mediados de octubre, el militar que gobierna en pronunciado descenso confesó su voluntad de privatizar Petrobras en la radio evangélica Novas da Paz: “Voy a ver con el equipo económico que podemos hacer”. Lo dijo en plena escalada del precio de los combustibles.
El gigante petrolero se transformó en material de descarte para el presidente brasileño y los clubes de fútbol fueron ofrecidos a la voracidad del mercado. Riéndose ante los periodistas que seguían su conferencia de prensa, su ministro reprodujo el diálogo que mantuvo con la monarquía qatarí: “Me dijeron, ‘tranquilos, vamos a comprar dos equipos, estamos examinando y vamos a comprar dos equipos’. Ellos están preparándose para traer inversiones a Brasil”. Unas horas después, de regreso tras la gira por Emiratos Árabes, Bahrein y Qatar, Bolsonaro fue todavía más preciso: “Los inversores de Emiratos tienen doce clubes de fútbol fuera de su país y quieren dos de Brasil. Voy a sugerirles que opten por el Botafogo”. Hasta ahora no pasaron de las promesas.
El desenfado con que el militar ultraderechista puso en venta al club donde brilló Mané Garrincha en los años 60 hace recordar la subasta que hizo Macri de los palcos VIP de la Bombonera en 1996. Pero hay dos diferencias. Este último presidía Boca y apenas alcanzó a vender una pequeña porción de su patrimonio. Bolsonaro nunca pareció interesado en el juego y la industria del entretenimiento hasta que descubrió su potencial electoral. Camaleónico, se paseó con distintas camisetas en pleno sprint final para llegar al Palacio de la Alborada. Si fuera por el expresidente, hace tres décadas hubiera permitido el ingreso de las sociedades anónimas al fútbol argentino. Pero perdió por paliza la votación en el comité ejecutivo de la AFA cuando vivía Julio Grondona.
Las facilidades que les ofrece Brasil a las realezas de Qatar, Bahrein y los Emiratos Árabes tienen una razón: sus petrodólares. Lo explicó Guedes apenas regresó del tour de ofertas: “Ellos tienen una inmensa riqueza sobre la arena, crearon ciudades, invirtieron bastante, les sobra el dinero, tienen petrodólares y deben reciclar eso en forma de inversiones. Nosotros estamos modernizando la economía para atender a esas señales que nos dieron”.
La presunta modernización empezó con la ley de Clubes-Empresa que salió con fritas del Congreso gracias a su autor y uno de los alfiles que le quedaban a Bolsonaro: Rodrigo Pacheco, del partido Demócratas, actual presidente del Senado y del Congreso brasileño. El mismo que cuando viajó a la cumbre del clima COP26 en Glasgow permitió que Romario llegara a quedar tercero en la línea de sucesión presidencial. El ex futbolista y senador del partido Liberal encabezó una sesión conjunta de ambas cámaras. En los meses previos a la votación que permite ahora comprar clubes en su país, apoyó con entusiasmo la ley.
En junio pasado y antes de que se aprobara la norma en el recinto, en una entrevista que le concedió al medio deportivo Lance declaró: “Pienso que el proyecto que creó las Sociedades Anónimas del Fútbol podría representar un paso adelante en la mejora de la gobernanza y la transparencia en nuestro fútbol. Al establecer un tipo corporativo específico para que nuestros clubes se conviertan en empresas, con diferentes condiciones y características, puede ser una alternativa muy interesante para nosotros y traer más seguridad e inversiones al fútbol brasileño”.
El primer paso estaba dado. Aunque ya existían antecedentes – como Red Bull Bragantino y Cuiabá, privatizados de hecho -, faltan ahora los grandes inversores que Bolsonaro y Guedes pretenden para rescatar a varios clubes con historia: Botafogo, Cruzeiro y tal vez Atlético Mineiro, el líder holgado del Brasileirao y probable campeón en un par de semanas más. Fue cuando aparecieron los capitales árabes dispuestos a comprarlos a precio de baratijas.
La ley que votó Romario les otorga beneficios impositivos a los nuevos propietarios de las SAF y además, gracias al veto presidencial, mantendrá en el anonimato la identidad de los inversores y los porcentajes de participación que posean. Es un camino de ida hacia el lavado de activos con ejemplos de sobra en el mundo del fútbol. Bolsonaro se opuso a que se difundieran los nombres de estos socios, que presumiblemente surgirán de ese semillero de multimillonarios con turbante que hay en las monarquías del Golfo Pérsico. Están comprando clubes en todo el mundo como si fueran caramelos.
El diario O Globo publicó en estos días informaciones que podrían haber salido en una revista de chimentos: el emir de Qatar, Tamim bin Hamad al-Thani –dijo el medio – “declaró que es hincha de Vasco da Gama”, el segundo más popular de Río de Janeiro, detrás de Flamengo. El club hoy está sumergido en el Ascenso sin chances de volver este año a Primera. El ministro Guedes quiso hacerse el gracioso y dijo de regreso a Brasilia que si invertían en Vasco da Gama “iban a perder plata”, no así con el Mengao. En su gira por las monarquías del golfo ofreció clubes de fútbol, los nuevos commodities brasileños.