En un prólogo titulado “’Queremos ser como la BBC’ (pero no queremos)”, Natalí Schejtman subraya de movida una de las “dobles naturalezas” que constituyen al Canal 7: “Es una emisora de TV y también una empresa estatal cuyas cabezas y lineamientos se definen directamente en el Poder Ejecutivo de cada gobierno que llega a la Casa Rosada –escribe-. Ese aspecto está impreso desde el mismísimo día de su lanzamiento, el 17 de octubre de 1951, en un acto multitudinario en el que reapareció Eva Perón para empezar a despedirse de su pueblo”. Es una de las definiciones iniciales en su flamante libro, Pantalla partida: 70 años de política y televisión en Canal 7, una investigación que enfoca en cómo cada administración encaró y conjugó esas ligazones, con el ojo puesto también en funcionarios y personajes decisivos, programas relevantes, historias emblemáticas o más secretas, con sus cargas de sentido y sus consecuencias. “La naturaleza política y la naturaleza mediática confluyen y se dan codazos en la pantalla y en el detrás de escena, en la elección de su star system y la de sus directivos, en la jerarquía que adquiere para un gobierno y en su presupuesto, en la decisión de lanzar o de levantar un programa –anota-. En el desgaste de estar volviendo a empezar siempre, con cada nueva gestión que desembarca, triunfante, queriendo (¡por fin!) domar a la bestia”.
Durante los cuatro años de trabajo que le demandó el libro Schejtman hizo más de ciento cincuenta entrevistas, trajinó diversos archivos públicos y hemerotecas y se nutrió de una bibliografía que consigna en ciento veinte títulos. Pantalla partida se lee con fluidez: además de trabajar en periodismo desde hace veinte años, la autora es licenciada en Letras, se ha especializado en medios y telecomunicaciones y es la coordinadora nacional de Input, una red mundial de televisiones públicas. El volumen está articulado cronológicamente, ausculta lo saliente en cada gobierno y cada tanto se detiene para enfocar con más detalle: la impronta fundadora del peronismo y el papel de Blackie en las primeras programaciones; cierto afloje durante los gobiernos de Frondizi e Illia; el uso propagandístico fascistoide durante la última dictadura y el Mundial ’78, el rebautismo en ATC, la perversa cobertura de la Guerra de Malvinas; el papel de Gerardo Sofovich durante el menemismo y el intento de privatización; el kirchnerismo y el robustecimiento del canal, la Ley de Medios y el enfrentamiento con Clarín, 6-7-8; los recortes, el progresivo vaciamiento y el desinterés del macrismo.
Schejtman nació en 1982 y recuerda que durante los años 90 al canal siempre se lo mencionaba en relación a los escándalos de Sofovich. “Y después eso siguió incluso en los 2000, las descripciones hablaban de un lugar entre enigmático y monstruoso –dice-. Y cuando entré por primera vez al edificio de Figueroa Alcorta vi que era algo monumental y sentí que condensaba muchas historias y temas que me interesaban a la vez. Más allá de que siempre escribí sobre televisión y medios en general, me pareció que al contar la historia del canal podía contar la historia de la Argentina y la del Estado”.
¿Qué dirías que te resultó más revelador o sorpresivo a lo largo de la investigación?
-Por el lado netamente televisivo me impactó la cantidad de programas nuevos que generó; programas que apenas levantaban vuelo se los llevaba la televisión privada. Pero eso habla de un lugar de cierta experimentación, sostenida a lo largo de la historia. También hay muchos programas de medios, cada uno con sus características en diálogo con su época, se encuentra como una insistencia en el tema. Y después, obviamente, la tesis principal del libro en cuanto a que se puede hacer una lectura a lo largo de 70 años entre lo que se ve en pantalla y lo que pasa detrás, en las oficinas, cómo va dialogando con los gobiernos, qué muestran y qué deciden no mostrar en cada momento, cómo se concibe la tarea televisiva, si van a ocupar lugares profesionales de los medios o de la política. Esa relación con el expertise también habla de cada gobierno, además de qué muestran en el noticiero o de sus programas políticos. O qué lugar se le da a los jóvenes en la pantalla misma: El otro lado, de Fabián Polosecki, es de la era Sofovich, por ejemplo. Aparecen cosas interesantes más allá del mensaje político central. Aunque hay algo que es recurrente: el canal siempre fue oficialista.
El rol de los trabajadores es otro de los hilos que constituyen Pantalla partida. “El peso sindical es muy fuerte e interviene en el día a día de la producción –dice Schejtman-. Es de las primeras cosas que mencionan sobre el canal las personas que pasaron por ahí, a veces en modo parodia. Está construido por algunos hitos como la defensa al canal en los años 90 frente a la amenaza de la privatización, que les dio poder real y alta autoestima. Y también por un contrapunto: los funcionarios –y sus proyectos– son efímeros, frente a un cuerpo de trabajadores que tiene mucha antigüedad en promedio”.
Son muchos las variables a tener en cuenta, pero ¿cuál resultó tu período favorito?
-Como investigadora hay momentos fascinantes: el kirchnerismo, por ejemplo, aunque es reciente y lo viví como espectadora. Es muy interesante ver qué pasa cuando en un canal históricamente vapuleado, medio marginal, se juega fuerte; entender cómo esa decisión política redunda en la pantalla y en un montón de cosas. Los primeros años del alfonsinismo también, porque entendí lo difícil que habrá sido: en ese momento era ATC, con un edificio construido y una marca creada durante la dictadura, con un montón de empleados que habían sido contratados durante el mundial. Lo difícil de convertir una institución de la dictadura en una institución de la democracia: bastante rápido hubo programas como La noticia rebelde, se hizo la cobertura del Juicio a las Juntas. Ya después de Malvinas empieza una transición, pero había asambleas de trabajadores a las que iba gente armada, desconfianzas sobre quién podía ser espía, boicots, una bomba que explotó por un programa. Alfonsín tiene una frase muy buena: “Abro un cajón y aparecen serpientes”.
Schejtman considera prioritaria “una revolución de tipo institucional” para la televisión pública. “Yo creo que tiene que ser más abierta a la comunidad, pero no solamente con los programas –dice-. Me parece que todavía es opaca, que hay muchas cosas que no sabemos, que es difícil acceder a los presupuestos. No se sabe cómo se toman las decisiones, las actas del directorio no están publicadas online, hay todo un laburo por hacer ahí. Hay muchas formas de ser público, no hace falta ser la BBC para hacer televisión pública, pero una de ellas es brindar información sobre la manera de tomar decisiones. Eso todavía está pendiente: tiene que haber una mayor transparencia. El desafío sería como sacar las tapas de los cubos esos del edificio de Tagle y Figueroa Alcorta y hacer visible lo que hay adentro a los ciudadanos”.