“Imagínense a Adam Sandler interpretando a Malcolm X”. El chiste era parte de la rutina de Charlie Hill, comediante de sangre mohawk y cree, para referirse al modelo hollywoodense de los nativos americanos. Como bien describió el documental Reel Injun (Neil Diamond; 2009), el registro descansó en estereotipos –noble salvaje, bárbaro impiadoso, espíritu libre, borracho perdido-, desconocimiento o racismo maquillado de culpa. El “redface” (actores caucásicos encarnando a aborígenes) fue, sin dudas, la versión más insensata del barullo. Nada de esto sucede en Reservation Dogs (estreno de Star+ el próximo miércoles). Mejor dicho, el proyecto de Sterlin Harjo -y con el padrinazgo Taika Waititi- convierte dicha cuestión en motor discursivo. Compuesta de ocho capítulos de media hora, la ficción es un notable relato iniciático que sacude con un humor impertinente, drama íntimo, conciencia de clase y lugar.

Su primera temporada (ya fue confirmada su continuación) sigue a Bear (D’Pharaoh Woon-A-Tai), Elora Danan (Devery Jacobs), Willie Jack (Paulina Alexis) y Cheese (Lane Factor). El líder, la verdadera guía, la chica ruda y el miembro más manso del clan. Acaba de cumplirse un año de la muerte del quinto integrante del grupo y aún están de duelo. Quizás por ello, los “Rez Dogs” sueñan con huir de su reserva en Oklahoma hacia la soleada California. En el ínterin van al colegio y coquetean con el crimen (sus golpes incluyen vender porro, robar cobre o snacks) porque el horizonte no luce demasiado amigable. La manada debe aprender de los golpes que se les presentan día a día. También de las tradiciones. Así es como entre sueños brota el fantasma de un ancestro, William Knife-Man (Dallas Goldtooth), que incita al protagonista a ser un guerrero aunque se queja de que en el más allá hace frío. “Mis pezones están siempre duros”, desgrana.

La serie pendula entre esos dos tonos junto a una denodada puesta en escena de lo rural. Reservation Dogs pasa de la riña con una banda rival a las declaraciones de amistad de fuego, del drama por una muerte prematura a la comedia más estúpida, todo eso cruzado por una imaginería y costumbres llena de malos entendidos. Lo tribal, en todo caso, está presente en función de la trama. “Hay varias verdades universales. No es solo para que los nativos americanos se identifiquen con el programa”, declaró Harjo en una conferencia de prensa virtual de la que participó Página/12.

El proyecto, según los involucrados, marca un mojón en el retrato de los nativos americanos en la pantalla chica puesto que el elenco, equipo técnico y creativo pertenecen a diversos pueblos originarios. Lejos de la corrección política, Reservation Dogs tiene muy en claro el sentido de pertenencia del pueblo navajo como de la mirada foránea. Dos de los mecanismos más ricos que exhibe el programa son la subversión de los clisés y la reapropiación de la cultura pop. De esta forma, los guiños cinéfilos -de Quentin Tarantino a Napoleon Dynamite (Jared Hess; 2004)-; la rockola amplia; se vuelve más cercana que declamativa.

Basada en las experiencias de la infancia de su propio creador, Harjo aquí se toma una dulce revancha. “Por muchos años fuimos los zombies, ¿verdad? Fuimos la especie de seres sin rostro y sin alma de los que John Wayne y todos los demás vaqueros tuvieron que deshacerse en nombre de la expansión occidental. Fuimos el obstáculo en el camino del progreso. Y, obviamente, no fue correcto para describirnos como lo que realmente somos”, declaró el director. Reservation Dogs lo plantea sin vueltas. En tu cara... pálida.