Insignia de una generación que abrió las puertas al clasismo en la Argentina, superando los moldes clásicos del peronismo sindical, Alberto Piccinini, el Cabezón, o “el Pichi” como lo apodaban en las fábricas, forjó junto a su nombre una leyenda. La que se recupera en los textos de Pichi, homenaje a un luchador por la emancipación de lxs trabajadorxs, un libro que sus compañeros le dedican con pasión militante. Hay en este homenaje un rescate de memorias digno de un orfebre, puntilloso y esmerado. Al mismo tiempo, en la semblanza del conjunto sobre el líder santafesino -fallecido en mayo de este año-, se agiganta su herencia, se actualiza, y comprenderlo se vuelve hoy una necesidad, una urgencia, aseguran sus compiladores.
Junto a apellidos como Tosco, Salamanca, Di Pascuali, el de Piccinini quedó asociado a la construcción asambleísta desde los años 60. El hacer en conjunto lo define y eso rescatan sus compañeros. Los que militaban con él en la industria metalúrgica y los que sufrieron la cárcel con él, y luego, la recuperación del sindicato –intervenido tras su detención- enarbolando las banderas de la lista Marrón, la que lo convirtió en secretario de la UOM en Villa Constitución (1974), enfrentando a la burocracia sindical.
Así, mientras la “patria metalúrgica” era liderada por Lorenzo Miguel, los talleres y las fábricas que orillaban el bajo Paraná seguían a “los de la Marrón”. Esa historia retrata este libro, la de un hombre que se transforma en símbolo de su época por la osadía y el coraje con el que guía al movimiento sindical que representa: su historia gremial y los acontecimientos que le van dando forma, demuestran el paso de los gestos cotidianos a lo épico. Y comienza a forjarse la leyenda.
La edición es una decisión conjunta entre distintas gremiales -ATE Capital, SiPreBA, UTE, Subte, UOM-, y la Fundación Germán Abdala. Con un esclarecedor prólogo de Victorio Paulon –compañero de luchas de Piccinini-, fue editado por Alejandro “Gitano” Ulloa, con fotografías de los años de apogeo del clasismo en Villa. Fueron tomadas por Norberto Puzzolo, entonces reportero gráfico de Noticias y de El Mundo, y pueden verse en el Museo de Memoria Rubén Naranjo. Se suma la asesoría documental de Ernesto Rodríguez, conocido entre sus compañeros como “Chicharra”. También protagonista del Villazo que consagró a Piccinini en los primeros 70, Rodríguez se dedicó a “guardar todo”: volantes, afiches, actas. Esas pruebas documentales enlazan anécdotas y textos.
Los textos son de tonos periodísticos y académicos, gremiales y sociopolíticos. Con datos y testimonios emotivos. La personalidad ecléctica del formato caleidoscopio da pie para rearmar su figura a través de múltiples partes y convierten al libro en un aporte esencial para entender al sindicalismo en la Argentina. Esto funciona al tiempo como legado para las nuevas generaciones. Así fue concebido, en ese doble carácter, explica Ulloa a Página/12.
La gesta histórica
Los textos de “Alberto Piccinini, en la memoria colectiva”, como reza el subtítulo, proponen “militar para cambiar el estado de cosas” de “un capitalismo salvaje, en ofensiva permanente”. Es que “militar es un derecho. Esto era cierto en los setenta y es cierto ahora” sentencia. Y ese derecho constituye el corazón de la fuerza proletaria se alzó en una huelga por 59 días por la liberación de sus dirigentes, entre ellos Piccinini, detenido en Coronda inicialmente y luego en Rawson.
En 1974 y tanto desde las barracas aceiteras como desde los talleres de Acindar o Massey Ferguson, se expandió la construcción obrera del clasismo. Llegó desde el sur santefecino a Rosario, San Lorenzo, al Gran Buenos Aires, a Córdoba. La predica coronó en marzo del ‘74 con una emblemática caravana en Villa Constitución: los tres kilómetros de la Ruta 9 que separan Acindar de la plaza San Martín se colmaron con la Columna de la Victoria que consagró a la política gremial de la Marrón.
Entre trabajadores y habitantes de la villa, unas 15.000 personas se reunieron en esa plaza en asamblea. Piccinini era la conducción indiscutida. El hecho, paradigmático, se conoce como “el Villazo”. Allí nace la épica del hombre que desde el llano construyó poder sindical, y detenido llegó a motivar una huelga histórica. La represión fue feroz. Piccinini, quien fue trasladado a Rawson para evitar su contacto con los huelguistas, fue liberado con el retorno democrático. Luego fue constituyente. También fue diputado.
Los que recuerdan
Ulloa, “como buen setentista”, fue metalúrgico y obrero naval, antes de ser editor. Empezó a militar desde muy joven en los talleres del norte de Buenos Aires, y pasó por Córdoba hasta recalar en el cordón industrial de Rosario donde tomó contacto con el clasismo a través de sindicatos como SITRAC SITRAM y SMATA. Eran épocas de “pleno empleo” en el país y la militancia implicaba un trabajo asalariado, señala.
Ese espíritu busca recuperar este libro, que llega al perfil de dirigente desde el enfoque sindical. “Dos compañeros dirigentes, precisamente, Beto Pianelli (Subte) y Angélica Graciano (UTE) –repasa Ulloa-, me encomendaron poner manos a la obra y empezamos a armarlo, con Victorio Paulon. Y todos querían colaborar, por eso se fue armando a lo indio, cada vez que lo teníamos aparecían más testimonios, así crecía”.
Del informe del Comité de Lucha de Villa Constitución desgranan los testimonios de Anselmo “el Tano” Brambillas –reconocido dirigente italiano-, o los recuerdos de quienes vivieron la gran huelga. “La historia de la Marrón y del Pichi, y los conceptos centrales de un gremio antipatronal y clasista que lo moldearon hasta lograr sus convicciones socialistas, son el nudo”, relata Ulloa.
Con la ambición de ver una sociedad más igualitaria, sostiene el editor, se fueron enlazando los textos. “De compañeros como Zenon Sánchez, quien llegó casi analfabeto a la fábrica y hoy escribe con visión política”. O Alicia Ruescas, la que perdió a su familia en esa resistencia gremial: su padre –secuestrado y asesinado-, era delegado de Acindar. “El libro tiene equilibrio” comparte Ulloa.
El contexto histórico discute el pacto social y la vuelta de Perón, en distintos puntos de vista: Felipe Pigna, Alcira Argumedo, Antonio Cafiero. Y el retorno a la actividad sindical de 1982 se cuenta también desde distintas voces; la de Aldo Strada, trabajador de Acindar, llega a través de un texto de su hija Julia Strada, actual directora del Banco Nación. Así, el libro rescata lo trascendente y lo fugaz, también el humor que salva del espanto.
En las palabras que Tato Dondero -actual dirigente de SiPreBA-, elige para referir al recorrido sindical y ejemplificador de Piccinini -al que conoció en el penal de Rawson “junto a los dirigentes del Villazo detenidos en la primera etapa de esa gesta”-, deslumbra el razgo que se permite la hilaridad: “Yo esperaba cuatrillizos -cuenta Dondero- y era tema para los compañerxs y amigxs, cada cual me decía algo. Lo de Pichi quedó en el recuerdo, por el cariño y la practicidad: ‘Tato, dormí ahora’, me dijo”.