En 2013, y con apenas seis años, Luana sentaba precedente al convertirse en la primera niña trans en el mundo que pudo obtener su DNI de acuerdo a su identidad de género autopercibida. Pero era tan solo el tramo final de un recorrido plagado de trabas burocráticas, discriminación y prejuicios sociales. El film Yo nena, yo princesa retrata esa lucha encabezada por Gabriela Mansilla, la mamá de Luana, con un guion basado en el libro homónimo que ella misma escribió para inspirar y contener a las familias que conviven con una infancia trans. Dirigida por Federico Palazzo, producida por el Grupo Octubre, Arco Libre, Tronera Producciones y Universidad Nacional de La Matanza, la película empezó a transitar su quinta semana en pantalla grande y ya superó los treinta mil tickets vendidos, un éxito inédito para el cine nacional más aún luego de la crisis que produjo la pandemia en el sector.
En la versión cinematográfica, Eleonora Wexler es la encargada de ponerse en la piel de Mansilla, mientras que Juan Palomino asume el rol paterno. Ambos construyen en la ficción el papel de madre y padre de los mellizos Manuel y Elías, y le ponen el cuerpo a una familia tipo convencional que empieza a desmoronarse cuando Manu les dice: “Yo nena, yo princesa”. El elenco principal se completa con las actuaciones de Isabella G.C. -quien en la vida real es una niña trans e interpreta a Luana de modo inmejorable- Valentino Vena, Valentina Bassi, Lidia Catalano, Mariano Bertolini y Paola Barrientos, entre otras figuras.
“Ningún laburo me atravesó tanto como esta película”, revela Wexler a Página/12. “El director confió en mí y le voy a estar eternamente agradecida por esta posibilidad porque Gabriela es un ejemplo de vida”. A Palomino le tocó interpretar a un padre que busca entender pero no puede. “La posibilidad de involucrarme con este personaje fue un gran desafío porque muchos miran, sienten y emiten opiniones desde ese lugar binario en el cual mi generación ha crecido. Por otro lado, me parecía importante visibilizar este tema, y fue hermoso volver a formar parte del cine testimonial que ha sido el caballito de batalla de nuestro cine con títulos que interpelan como La historia oficial o El secreto de sus ojos”, señala el actor.
La película se realizó en abril de 2021, en un contexto difícil de restricciones y con un plan de filmación ajustado de cinco semanas que se desarrolló, en gran parte, en diferentes espacios de la Universidad de La Matanza. “La pandemia fue un momento difícil para todos, y filmar en esa situación fue un trabajo arduo pero revitalizante”, sostienen los intérpretes.
-Yo nena, yo princesa aborda una realidad de la que poco se sabe. ¿Se preguntaron qué harían si se encontraran en la situación de tener un hijo o hija trans?
Juan Palomino: -Sí, claro. Me lo pregunté, y creo que frente a algo así trataría de ser comprensivo. Si bien no soy un progresista acérrimo, porque tengo una genealogía bastante particular, con el tiempo pude comprender y celebrar muchas situaciones como el amor entre personas del mismo sexo. Los años me hicieron un poco más sabio para entender los vínculos de estos tiempos. Y sé que entender temas como el de la orientación sexual o la identidad de género es un desafío para muchos. Muchos jóvenes son expulsados de sus familias, y en otros casos son abrazados, como corresponde. Y las personas trans tienen un promedio de vida de 35 años porque han sido excluidas y han tenido que caer en lugares oscuros como la prostitución. Por eso celebro que la política haya sido un factor fundamental para incorporar estas problemáticas en su agenda y para transformarlas en una política de Estado.
Eleonora Wexler: -También me hice esa pregunta. Si no, no podría haber estado en este proyecto. Y siento que si me pasara algo así no podría luchar como Gabriela, porque nadie más que ella podría hacer lo que hizo. Pero siempre fui una persona abierta y, aunque sé qué sería un camino muy difícil, escucharía y acompañaría a mis hijos. Porque de eso se trata ser madre.
-¿Cómo trabajaron sus personajes?
E. W.: - Compuse mi propia Gabriela, sabiendo que se trataba de una madre que escuchó y que luchó hasta el final y no la paró nadie. Fui a su casa, pensé que iba a estar conversando una hora pero me quedé cuatro. Ese día hablé también con Luana y Elías, y después aparecieron la madre y el hermano de Gabriela. Ella me abrió su corazón. En un momento me mostró en un álbum de fotos el proceso de cómo Manuel pasó a ser Luana. Además, estuve en la casa de Ingrid, la mamá de Isabella, que es otra mujer luchadora. Su ayuda fue muy importante para poder vincularme con su hija.
J. P.: -Tuve que empezar a buscar en mí, de dónde vengo y cuál es mi genealogía. Yo nací en La Plata, pero me crié en Perú, en Cuzco, y mi educación fue patriarcal y eclesiástica. Cuando era niño mi referente era James Bond, un personaje machista que encima tenía licencia para matar. Por eso trabajé sin juzgar a mi personaje. Porque este padre representa a muchos hombres que hemos crecido con una mirada sexista y machista, producto de la información que recibimos donde el hombre siempre fue visto como el proveedor en la familia. Es un tema muy complejo. Todos somos progres hasta que nos tocan ciertas situaciones y aparecen algunas latas de conserva en la alacena.
-No obstante, no es un personaje lineal, porque hay un momento en el que él parece empatizar con la situación de su hija…
J. P.: -Es que él ama a sus hijos y a su mujer, pero no puede sobrellevar esa realidad ni pensar en el futuro, y no puede funcionar en esa familia por más que quiera. En este padre hay contradicciones, porque si no caeríamos en el estereotipo de algunas telenovelas donde hay buenos y malos.
-¿Qué aprendizaje se llevan de esta historia?
E. W.: -Tomé conciencia de muchas cosas que no conocía. Y cuando empecé a entender lo que había vivido Gabriela y conocí su lucha, el pecho se me llenó de emociones. Lo que tenía que contar en cada escena lo sentí desde un lugar de mucha convicción, y aprendí todo el tiempo. Conocer lo que significa una infancia trans implica deconstruir un montón de cosas.
J. P.: -Pude revisar mi propia historia, para ser más tolerante y poder entender desde otro lugar la realidad del tiempo que me toca vivir. He elegido para vivir el camino del arte y la poesía y eso me ha permitido darme cuenta de muchas cosas.
-La película permanece en salas y eso da cuenta de que existe una repercusión significativa. ¿Cómo evalúan este éxito?
E. W.: -Está dejando un legado, contando algo que el público necesita conocer. Es un material que enseña, educa, concientiza y emociona. Las niñeces trans existen mucho más de lo que uno cree. Este es un mundo que ha sido tapado, y este proyecto acerca esta realidad al público. Cuando la gente que fue al cine me cuenta que la sala está llena me agarra una emoción muy grande. Tiene un largo camino por recorrer en la pantalla.
J. P.: -Es la película más vista del cine nacional luego de las restricciones. Es evidente que existe, en una parte de la sociedad, una necesidad de entender esta temática. Muchas veces el nuevo cine argentino ha sido críptico y para pocos, y celebro que esta película tenga tanta llegada. Es una propuesta para todo el público, pensada para que las distintas generaciones puedan comprender una problemática que siempre ha estado y que hay que visibilizar. Y formar parte de eso me hace muy feliz.