La primera vez que vi una reproducción de "La Boda Campesina" de Brueghel El Viejo, fue en un libro de El Arte para los Niños, una colección de cuentos escritos a partir de obras de distintos artistas. Me acuerdo haber tenido también uno de Van Gogh y su "Noche Estrellada" y uno de Paul Klee. Este se llamaba "El Plato de Polenta", y no sé hoy de qué trataba el cuento, pero sí de pasarme un buen rato mirando las imágenes y sus miles de detalles: el niño chupándose el dedo después de vaciar su plato (ese recorte era la tapa), el hombre a la izquierda en el preciso instante que sirve una jarra, otros dos llevando los platos en una puerta que hace de bandeja, el músico que los mira con angurria, el perro tratando de rescatar alguna sobra, el viejo sentado en la única silla con respaldo, los adornos rústicos pero el mantel limpio. Yo tendría unos 5 o 6 años, y a esa edad pasar el tiempo haciendo algo entretenido es casi lo único que importa.
Una cosa que me gusta que pasa con mis pinturas es que les gustan a los niños. A veces porque aparecen personajes que ellos reconocen, a veces porque les gusta descubrir detalles, o a lo mejor porque intuyen que yo también me divierto cuando pinto. Yo en Brueghel veía eso. Aunque los temas fueran más dramáticos, como en "El triunfo de la Muerte" o "La Caída de los Ángeles Rebeldes", siempre encontraba algo que me resultaba divertido, siempre había algún detalle por descubrir.
Solemos creer, y cada vez más, que basta con un pantallazo para ver una imagen. Nos pasamos casi todo el día haciendo eso. Pero ahí aparecen obras como las de Brueghel El Viejo y Brueghel El Joven, de El Bosco también, que nos convencen de frenar un rato, de mirar con más atención porque, si no, no vale la pena.
"La boda campesina" es un óleo sobre madera de 1568 del pintor flamenco Pieter Brueghel, al que llamaron "El Viejo y El Campesino". La escena está situada en un granero lleno de gente (hay incluso algunos agolpados en la puerta en la parte superior de la imagen, como esperando a entrar) y todos parecen más concentrados en comer y beber que en cualquier otra cosa. Mide 114 cm de alto por 164 cm de ancho y está exhibida en el Museo de Historia del Arte de Viena. Nunca tuve la posibilidad de verla en directo, me gustaría mucho. Crecí y me formé, por decirlo de alguna manera, viendo reproducciones de obras en libros, láminas y postales. Es cierto que las reproducciones fueron mejorando con los años, muchísimo, y sin embargo hay algo que sucede cuando se ve una obra en vivo que no se puede alcanzar de otra forma. Me acuerdo cuando ya de grande me encontré frente a "La Noche Estrellada" de Van Gogh y me puse a llorar. Creo que si algún día llego a estar frente a frente con "La Boda Campesina" no voy a llorar, más bien voy a sonreír como cuando era chico y ponerme a mirar todos los detalles nuevamente, seguro quede algo por descubrir.
Mucho tiempo después supe que podría tener una lectura "sociológica", una representación de los distintos estratos sociales de la época y sus comportamientos, representadas en las formas de vestirse y de comportarse de los distintos personajes en ese festín. Y un análisis de la composición, con una lectura que parece venir bajando en una diagonal de izquierda a derecha y nos conduce, con el brazo del hombre que toma los platos, hacia el margen inferior izquierdo donde están el niño y el hombre que sirve vino.
Pero lo que más me llamaba la atención era una pierna que apenas se ve debajo de la tabla con los platos. ¿De quién es esa pierna? ¿Del hombre que carga la tabla por delante? ¿Del que está sentado en la cabecera? ¿Y quién es el novio en la boda campesina? ¿El que reparte los platos? ¿El que está sentado a la derecha de la novia con la cuchara en la boca? Leí que hasta algunos decían que el novio no aparece, siguiendo el proverbio flamenco que dice "Es un hombre tan pobre que no puede estar en su propia boda", pero es una conjetura más. Si tenía el libro a mano y había alguien cerca, lo desafiaba a encontrar al novio o al dueño de esa pierna misteriosa. Era como un Buscando a Wally pero sin las soluciones en la última página.
Me gustaba sobre todo eso, esos detalles que no tenían una respuesta, esas cosas que el artista había puesto ahí sin un sentido definido. Como dije más arriba, yo debía tener unos cinco o seis años. Fue la primera vez que pude intuir que el arte, en general, no suele traer respuestas. Mas bien nuevas preguntas.
Javier Velasco nació y vive en Buenos Aires. Es artista plástico e historietista. Publicó los libros La Barranca de la Muerte y otras historias (Maten al Mensajero, 2018. Premio Banda Dibujada Mejor Historieta Infantil 2019) y Grandes Vestimentas (Galería Editorial, 2013). Trabaja como ilustrador y dando talleres. Actualmente presenta la muestra Manual de Historia Argentina II, una serie de pinturas al óleo sobre diferentes batallas y escenas de la historia argentina en Galería Mar Dulce.