Christiane Alberti es psicoanalista en Francia y organizadora de la próxima Gran Conversación de abril de 2022 (Ex Congreso Mundial de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, AMP). Vive en París, donde es miembro de la Ecole de la Cause freudienne (ECF), también integra la AMP.
--¿Cuál es el lugar de la mujer?
--Les propongo entonces dos apartados. Primero, el contexto en el que Lacan sitúa la rebelión de lo femenino para con el discurso. Segundo, intentar extraer de ello algunas cuestiones clínicas que la Gran Conversación. En un pasaje del Seminario II, Lacan inicia su partida con un acto que tome en serio la cuestión del matrimonio. Pierre-Joseph Proudhon da su estatuto verdadero y auténtico a lo que sostiene la fidelidad entre los partenaires amorosos.
“¿A qué se aferra? A nada más que la palabra dada, pero al mismo tiempo es una palabra dada a la ligera y de la que sabemos por adelantado que es imposible de mantener”, dice Lacan.
Si dejamos de lado la ilusión romántica del amor, ¿cómo explicar lo que sostiene este compromiso humano? Sólo se puede explicar por el pacto simbólico. El amor dado al esposo no concierne al marido como individuo concreto, incluso idealizado, sino a un ser más allá. El amor es un don de la mujer a todos los hombres. Todos es una función universal. El hombre universal, así como la mujer universal encarnados en el partenaire de la pareja humana. Hay que distinguir entonces el pacto simbólico de la relación imaginaria entre dos partenaires. Entre los dos hay conflicto, tensión siempre, pero ¿por qué? Para entenderlo, hay que volver a las estructuras del parentesco tal y como Lévi-Strauss lo puso en evidencia. Hay intercambio del objeto original, la palabra, y hay intercambio de las mujeres; “no entre los hombres, […] sino entre los linajes androcéntricos. El orden simbólico es androcéntrico. Es un hecho” dice Lacan. Es a partir de ahí que Lacan lee la posición disimétrica de la mujer en el vínculo amoroso y en el vínculo conyugal en particular. Por lo tanto, el orden simbólico somete, trasciende a la mujer y esta posición es insoportable. Lo que es insoportable es estar en una relación de segundo grado en este orden. Se trata del hombre más concreto o del hombre más trascendente, pero como sucede raramente que el hombre esté a la altura de Dios, podemos captar que ella se encuentra confrontada en la relación imaginaria. En la época de los amos, ella tiene el recurso de la reivindicación. No son objetos, no son esclavas. “Cuando no hay amos, se nos lleva de regreso al estatuto del rival. La rivalidad más dura entre hombres y mujeres se manifiesta y esto no viene de ayer. Por ejemplo, los envenenamientos de maridos en la Antigua Roma. ¿Amos/esclavos o rivalidad misma en la estructura?
Se desprende de ahí que lo femenino consigue alojarse a partir de las funciones definidas por la familia: hermana, hija, madre; designaciones que le proporcionan un lugar, una visibilidad, un ser de discurso. En tanto que sujeto, las mujeres están definidas por esta universalidad. Lo femenino está entonces recubierto por la madre que estraga lo femenino, como dice Marie-Hélène Brousse, y el marido convertido en niño, dice Lacan. El inconsciente, con la misma estructura del discurso del amo, de la mujer, sólo conoce a la madre. Cuando la significación del matrimonio es desgastada -como en nuestras sociedades- comprendemos por qué la guerra de los sexos causa furor. En ella la rivalidad es más radical y tiende a la separación entre los sexos. La dominación masculina es aún más insoportable y el principio femenino consigue rebelarse con una luz más cruda. No es su sitio.
Lacan identificó entonces muy pronto la posición femenina como la de un lugar vacío. Lo femenino está estructuralmente desplazado. No está en su sitio en relación con este Todos los hombres. Lo que caracteriza es su inconsistencia real que impide que se asigne lo femenino a un lugar. No hay sociedad que no haya buscado siempre alojar a las mujeres por fuera de los espacios de la ciudad. Hay, en efecto, una alteridad profunda que caracteriza a lo femenino. Lacan completó el mito de Tótem y tabú sacando consecuencias lógicas. Si el padre está muerto, no hay ya todas las mujeres. No hay universal femenino. La mujer no puede ser La mujer -con L mayúscula-. Las mujeres no pueden constituir un todo, pero también cada mujer no está ella misma unificada. Jacques-Alain Miller dice: “El lugar de este goce femenino (que) no está fuera del cuerpo sino en el cuerpo, no forma sin embargo una unidad”. Esto manifiesta que, en el goce, el mismo goce femenino se ve Otrificado. No-toda, no una. Ella goza de una ausencia sin sentido. Su goce es el de una ausencia. El hombre como partenaire amoroso se apresura muy a menudo a querer habitar con su presencia esta ausencia, pero esto falla inevitablemente. Dado que ella espera más bien de él que le permita presentar su propio goce de ella que no se puede situar. No estoy ahí, entre centro y ausencia. Ella está entre el centro de la función fálica en la que ella participa y esa ausencia en el centro de sí misma a falta de un significante que la representaría. Es en la relación con este irrepresentable, con esta falta de significante que una mujer puede experimentar un goce que se sustrae del goce fálico limitado. Absencia ya que ninguna palabra puede decirlo. No da ningún sentido a la vida, ni ningún ser. De ahí un goce-ausencia en el corazón de ella misma pero que la convierte en Otra para ella misma.
*Psicoanalista de Orientación Lacaniana. Miembro de la NEL y de la AMP.