Expropiar la cumbia de las tierras patriarcales no es cosa nueva, lo vienen haciendo las bandas feministas y transfeministas del cono sur con empeño. Una tarea creativa para hackear esas letras que fueron ( y son) educación sentimental de generaciones. Ha corrido mucha agua debajo del puente desde la tanga de Laura hasta las letras racistas y homofóbicas de “Dippy” , cantante de cumbia, antipolítico y por momentos cercano a Mauricio Macri. Hace algunas semanas se puso a disposición de cualquier partido “excepto el kirchnerismo”. Otro que toma el envión del avance rancio de la derecha en las arenas de las redes sociales y los programas de televisión. El agua sigue siendo turbia pero la cumbia ya no solo es de los muchachos que “marcan” con el dedo a la fan desde el escenario. Hay camalotes que flotan en este género festivo y no solo con las letras: es el show en donde aparecen bailando corporalidades gordas, maricas en cola, pibxs con indumentaria futbolera y la intervención para visibilizar problemáticas de la comunidad lgtbiq+ y los feminismos.
La cumbia villera popularizada en los contornos del 2001, fue una cantera de letras que valieron de insumo para la ocupación callejera, en donde cambiar algunas palabras y sostener la melodía se convirtió en una estrategia de creatividad y lucha. “Que calor, Que calor oéo, que calor que tengo yo/ que levante la mano como yo/ el que quiera un vino en cartón”. Una canción original de la banda Supermerk2 que mutó hacia la versión que sonorizó largas jornadas de lucha por el derecho al aborto, en donde sale el vino y entra el misprostol: “Que calor que calor oéo/ que calor que tengo yo/ que levante la mano como yo , le que quiera misprostol”.
¿Qué tiene este lenguaje musical? ¿que ya no tiene ni cabida desde una perspectiva feminista? En el 2017 en una entrevista para este suplemento, Tita Print, cantante y activista feminista, que aprendió a tocar el keytar mirando a Pablo Lescano lo explicaba con claridad: “La cumbia tiene ese paso que va para adelante. Por eso está re bueno que acompañe a esta revolución feminista ese ritmo que, además, es tan nacido del pueblo. La cumbia es para gozar y acompaña la revolución del goce”.
“El deseo es una bailanta” se tituló uno de los últimos shows de Sudor Marika, banda oriunda de “El docke” que viene arrastrando un público fervoroso desde hace 7 años. Fue en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires en una vuelta a la configuración de lugar cerrado y aforo controlado. Además estuvo en el escenario "Rebelión en la zanja", grupo de cumbia transfeminista nacido en el 2017 que le canta irreverente a esa familia que recibe a la feminista “aguafiestas”: "En la reunión familiar vos siempre me miras re mal/ Cuando hablo de feminismo vos siempre me miras re mal” ¿Qué te pensás?/ ¿que me importa encajar? Yo solo quiero una birra y salir a bailar/ Irme a la plaza a luchar por el aborto legal/ Con mis amigas rancheando una costra fumar/ Escupir la heteronorma/ Reírme del pecado/ Darle un beso a mi novia y cagarme en el patriarcado”.
Y si el deseo nos mueve ¿cuánto nos mueve la cumbia o la bailanta? Hay que ver la conmoción corporal y colectiva de estos shows en donde las letras sí que vienen a cambiarlo todo. Ya no siempre desde la sustitución de palabras y sostenimiento melódico sino desde una intencionalidad de diseñar una poética musical en donde la estructura patriarcal no tenga lugar entre el güiro, las maracas y el keytar. Es una orgánica del género, de lo que sucede en el escenario y por fuera de él.
El pasado 22 de noviembre, las Kumbia Queers compartieron escenario con Sudor Marika en Tecnópolis, fue en el marco del festival por el mes del orgullo: “No queríamos hacer otra canción de protesta pero están pasando muchas cosas” dijeron desde el Juana Azurduy para nombrar a Elias Garay, el joven mapuche asesinado de un tiro en la cabeza a menos de un metro de distancia por personas vestidas de civil que entraron -cordón policial de por medio- a un asentamiento destinado a recuperar un territorio ancestral. Balas de plomo. Como las que fueron directo a la cabeza de Lucas González. Los escenarios cumbieros transfeministas suenan fuerte pero no dejan pasar ninguna. Cantaron contra el gatillo fácil y a favor de agregarle un día más al fin de semana, en un manifiesto/ canción conocido como “Feriado nacional” (de la vagancia). El engranaje antipatriarcal esta bien aceitado: en el show anterior, Sudor Marika hizo corear al público porque se cumplieron 9 meses de la desaparición de Tehuel: “Ole ole ole ola / que están mirando / que no lo ven / no estamos todes hoy también falta Tehuel”.
En otro de los escenarios estaba Chocolate Remix, un proyecto musical de reggaetón lésbico encarnado en la tucumana Romina Bernardo desde 2013. Este último octubre estrenó disco de la mano de Goza Records. Se llama “Pajuerana” y viene de esa reapropiación del insulto, en este caso para referirse a la muchacha venida de la provincia. La coartada que las disidencias vienen utilizando enrocando el insulto “puto” “tortillera” “maricón” para apechugar y dar pelea. En el caso de Chocolate Remix, lo hace en la canción “Quien sos”, utiliza la jerga tucumana contestando al insulto: ¿Vo' qué hablá'? ¿qué decí'?¿Qué boquea'? ¡ni me conocí'! ¿Qué te hacé'? ¿quién te creí? Si no sabé' ¡qué te metí!
Las Kumbia Queers, que están cerca de cumplir los 15 años como banda de punk tropical cerraron el show en Tecnópolis con “Puesta” y una expropiación más: “Yo quería hacer una canción de protesta/ Pero la verdad es que estoy puesta/ Perdoname amiga si me pongo molesta/ Pero la verdad hoy estoy puesta/ La cosa no es con vos es que la realidad me cuesta/ Me siento mejor cuando estoy puesta/ Yo queria hacer una canción de protesta/Ya fue, me escabio y que explote la fiesta”.
Desde la fiesta, al aborto, el amor libre, el gatillo facil, el antiracismo, la amistad y la familia, la cumbia antipatriarcal viene a por todo. La propuesta se viene orquestando hace tiempo: escuchar, bailar, disfrutar, ocupar espacio y hacer del deseo una bailanta.