Ceros y unos 7 puntos
Zeros and Ones; EE.UU./Alemania/Reino Unido/Italia, 2021
Dirección y guion: Abel Ferrara.
Duración: 85 minutos.
Intérpretes: Ethan Hawke , Valerio Mastandrea, Cristina Chiriac, Babak Karimi , Salvatore Ruocco.
Estreno en Flow.
Si hay un realizador en la industria del cine estadounidense contemporáneo al cual puede aplicársele la muletilla de “francotirador” ese es, sin duda alguna, Abel Ferrara. Pero si el director de Un maldito policía, La adicción y Angel de venganza nunca fue ajeno a los presupuestos bajos y a las libertades que estos pueden regalar, tal vez no haya una película más lo-fi, más anárquica y de espíritu punk en su filmografía reciente que Ceros y unos, que tuvo su paso por la competencia oficial del Festival de Locarno y ahora llega, casi sin aviso previo, al streaming local. La experiencia puede ser bastante frustrante para el espectador casual, en particular si la opción es elegida gracias al afiche –con un Ethan Hawke de mirada seria y penetrante– o la sinopsis oficial: “un soldado americano en Roma es testigo del estallido del Vaticano, embarcándose en un viaje heroico con la intención de descubrir al enemigo desconocido que amenaza al mundo entero”.
El soldado, de nombre J.J., existe (también su hermano gemelo, un revolucionario interpretado por… Hawke, en un caso típico de doble rol), el Vaticano sí estalla (con efectos de sobreimpresión de baja definición) y el enemigo oculto parece tener designios maléficos. Pero Ceros y unos no se parece en nada a un clásico thriller de intriga internacional. O sí, pero desarmado hasta su extinción, explotado desde adentro, destruido a tal punto que no existe posibilidad alguna de enamorar al amante del cine de género. Antes de la secuencia de títulos, Hawke habla a cámara y anticipa que su deseo de trabajar bajo las órdenes de Ferrara están a punto de cumplirse, describiendo someramente el “guion” (el propio actor, entre risas, lo pone entre comillas) de lo que está a punto de verse. El corte a un tren que arriba a una estación presenta al soldado en cuestión: Hawke con barbijo y una botellita de alcohol en gel siempre a mano.
Rodado en tiempos de pandemia, el film juega constantemente con la ironía, y cuando el protagonista ingresa en un antro para comprar droga, los billetes son salpicados con alcohol al 70% para reducir la posibilidad de un contagio. Antes, un beso es antecedido por la correcta utilización de sendos tapabocas. Lo cierto es que, durante gran parte del breve metraje, la “historia” nunca llega a comprenderse, aunque su estructura de descenso al inferno la acerca a algunos clásicos del noir. J.J. se encuentra con la pareja de su hermano preso, hace contacto con un homeless que oficia de espía, se comunica con un hombre misterioso vía videoconferencia y es secuestrado por dos mujeres rusas para tener sexo, entre otras secuencias excéntricas y extremas. ¿Qué hace J.J. en esa Roma que parece completamente deshabitada, cortesía de las cuarentenas reales que sufrió el país? ¿A quién le rinde cuentas? ¿Cuál es su objetivo? Ninguna de las preguntas tendrá respuesta, ejemplo cabal de provocación anti relato.
La fotografía esencialmente nocturna de Sean Price Williams, (hiper)poblada de grano digital, aberraciones visuales y pixelados, no hace más que potenciar la intención de describir un mundo en descomposición. Un universo de traiciones, seres que viven en las sombras y poderes que intentan manejar el mundo a su antojo sin que se note su presencia. “El mundo puede verse así y, al mismo tiempo, como un lugar donde sigue prevaleciendo la bondad”, afirmará sobre el final Hawke, el actor, cerrando el film con otra reflexión fuera de la ficción, no del todo seguro de que la película le haya gustado, pero feliz de haber participado en el proyecto. Es lógico: más que un film, Ceros y unos es una alucinación oscura, una pesadilla difícil de digerir. Seguramente esa fue la intención de Ferrara.