La esencia del mundo se nos presenta esquiva y vamos -en modo zombie a veces, concientes otras- percibiendo aquello que tenga sentido: algún sentido para la existencia y la vida material que llevamos. Esa conjugación halla su magma en la literatura. Qué es, si no, escribir y leer, tratando de dar forma a historias que habiliten mundos e ideas para intentar entender algo de lo que nos pasa a diario.
Como los elementos que hacen al mundo, agua, tierra, aire y fuego, aparecen tres libros que disparan en el blanco: la espiritualidad y la materialidad de una montaña en La Luz y la Montaña, de Soledad Urquía; la fogosidad de una Margaret Thatcher desbocada e hipersexualizada por Carolina Cobelo en su libro Thatcher; y la pureza del agua que desborda a Inés Marcó en su despedida del nado abierto en las aguas barcelonesas.
► El fuego: Thatcher, de Carolina Cobelo (Metalúcida)
Dos personajes ya caducos y afectos a la muerte (ajena) como Ronald Reagan y Margaret Thatcher protagonizan esta hilarante novela de Cobelo. La sexualidad aparece como pulsión vital y negación de la muerte con vehemencia, en un amorío con efectos concretos sobre los designios de una humanidad que trata de soltar la Guerra Fría. Pero no, porque los líderes, insaciables, quieren más y más. Y si Gorbachov, tonto él, no provee, irán a por China a buscar, en la factoría del mundo actual, su comunismo redentor.
Anticomunistas que saben que no se puede vivir sin opuestos; una Thatcher autopercibida hombre que habla al mejor estilo urbano de Buenos Aires y reclama sexo a un Reagan domesticado por una Nancy Reagan de la KGB desactivada, mientras el Alzheimer avanza sobre el mandatario norteamericano, pero parece hacerlo también sobre todos los líderes del planeta. Más allá del revisionismo paródico de Cobelo, cabe la pregunta: ¿cuántas decisiones de la máxima política global habrán sido tomadas en una cama o en el fondo cristalino de un vaso de whisky?
► El aire y la tierra: La luz y la montaña, de Soledad Urquía (Tenemos las Máquinas)
En el fragor de la urbanidad se puede caer en la tentación de ir a toda velocidad. De olvidar un poco la tontería obvia de que moriremos, de que nada tiene mayor sentido que buscarle uno y que hay algo que nos excede en algún sitio. Sea un orden divino o uno completamente secular, algo organiza y mantiene unidas las cosas y los modos.
En La luz y la montaña, Soledad Urquía -cohacedora de la editorial CHAI, junto a su esposo Santiago La Rosa, con quien convive en Traslasierra, Córdoba, tras salir de Buenos Aires- nos invita al proceso de autoconocimiento, de meditación, de prácticas y asanas, pero también de filosofía budista, que ha comenzado años atrás en la India. Y lo espiritual, lo etéreo rodeado de aire montañoso, se hace a la vez carne con la materia: con la maternidad y sus avatares.
Un libro que provee calma, que invita a frenar. Que propone habitar contradicciones -mejor dicho, que expone las propias y, quizás así, invita- y que es, como indica en su título, un modo luminoso de regar la existencia. Difícil salir de este libro igual que como se ha entrado, algo de su esencia se impregna en uno. Un ritmo más calmo. Una pregunta.
► El agua: Som-Hi, de Inés Marcó (Blatt & Ríos)
Si el cristal con el que se mira la trama es, en parte, su hacedor, en el caso de Som Hi!, de Inés Marcó, el agua, ese tamiz que puede hacer las cosas más grandes a la vista y más suaves al tacto, más livianas al peso y más frescas a la vez, se torna el elemento distintivo. Este título, que en catalán significa "Somos", es precisamente el diario de una nadadora que es grupo. Una nadadora que se percibe cardumen de aguas abiertas, que narra el día a día, el esfuerzo físico y la paz mental del nado en las costas barcelonesas durante un período en el que se desafía a diario en ese oleaje, mientras fuera del agua se juegan los destinos independentistas de Cataluña.
Hipnótico, por momentos acompasado y completamente sedante, el nuevo libro de la entrerriana es una forma de narrar la comunidad a partir de los hechos individuales y de los pequeños gestos y rutinas que marcan caminos y modos en el devenir del otre. Una mueca, un sonido, un modo de nado o un llamado particular pueden trazar un camino y una forma de andar. Y la nadadora, que en algún momento abandona las aguas por adentrarse en otros procesos comunitarios, vuelve a Barcelona para un nado final.