Aunque las dos encantadoras temporadas de Betty –la notable serie de ficción biográfica sobre una pandilla de chicas skaters– se pueden ver en HBO, ya se supo que la cadena no avanzará con una tercera temporada el 2022. Bueno, es verdad, están muy bien otras series del streaming como Succession y también las temporadas completas de Los Soprano, e incluso, Zendaya disfrazada de Seth Rogen en Euphoria es una especie de espectáculo, pero también, ya es hora de que HBO de alguna explicación a los deudos que quedaron: ¿Por qué canceló la serie juvenil más libre y graciosa y adorable y original de su parrilla?
Creada y dirigida por la cineasta Crystal Moselle, Betty tiene un recorrido que data de 2016. Su primera encarnación fue, de hecho, un corto y después una película llamada Skate Kitchen, que tuvo cierta notoriedad en el Festival Sundance y sucedáneos. En ella, la cineasta seguía de una manera pseudo-documental a una pandilla del mismo nombre: un colectivo real de chicas skaters adolescentes que patinaban por los costados menos cool de Nueva York y que tenían pequeñas aventuras citadinas mientras transitaban sus propios ritos de iniciación a la adultez.
Con el corto y la película, Moselle logró algo no tan común por estos días: crear una ficción deliciosa a partir de personajes reales, sin abusar de la idea de “no actores”, ni de realidad, ni de realismo, ni de denuncia social, ni de grave declamación, aunque englobe un poco de todo. Pero si bien, la historia de las skaters se transformó en una obra valorada, y HBO pidió incluso convertirla en una serie que tituló Betty, a pesar de su belleza –y de lo barata que parece– su última encarnación nunca fue lo suficientemente popular: terminada su segunda y pandémica temporada, la cadena anunció que no la renovaría, dejando una pandilla pequeña pero muy fiel y expresiva de dolientes.
Quizás el término "Betty" no es tan conocido por estos lados, y ciertamente no era positivo cuando nació en Estados Unidos: una "Betty" era como llamaban los chicos en los 80’ y 90’ a las chicas que osaban andar por los skateparks, pero a quienes solo se les permitía la circulación porque estaban buenas. "Pero la gente no lo va a recordar así en absoluto. Lo recordarán como ‘¡Ah, es el programa de las chicas que patinan!’, dice Rachelle Vinberg, ahora de 23 años, una de las skaters que inspiró la serie.
“Antes de Skate Kitchen, tenía la idea de que Nueva York ya estaba muerta. Pensaba: bueno he terminado mi vida aquí, me voy a ir muy pronto. Pero luego conocí a estas chicas y descubrí una versión totalmente nueva de Nueva York. Creo que fue un muy buen ejercicio, saber que siempre podés reinventarte e inspirarte de nuevo”, dijo la directora Crystal Moselle, una freak, claramente fanática de las historias, que ahora está escribiendo un documental sobre su padre, terapeuta musical en hospitales psiquiátricos en los años 70, y que antes de eso, había estrenado The Wolfpack un fascinante, y terrible, documental sobre un hombre que encerró a sus siete hijos en un departamento durante 14 años.
Un poco eso que ella dice sucede con su Betty. Su postal sobre la juventud, e incluso su visión de una Nueva York cientos de veces retratada, luce casi renovada, levemente corrida del eje previsible. La serie explora un costado lavado y crepuscular de la ciudad, bien cerca del agua y de sus parques, un poco más lejos de sus rascacielos, donde Brooklyn y Queens, sus skateparks y sus sándwiches de delis son el paisaje natural. Y donde las chicas y sus callados –y también tremendamente graciosos y lisérgicos– conflictos existenciales, están muy lejos del glitter y los besos de diseño que caracterizan a la mayoría de las producciones para jovencitos. No hay demasiados problemas pirotécnicos aquí, aunque se los sugiere todo el tiempo –la diversidad sexual y racial, el abuso, la pobreza, son parte del telón de fondo–, pero se ensaya más bien una artesanía de la tragedia cotidiana: una mochila que se pierde y una comitiva detectivesca se pone en marcha, una chica que choca a toda velocidad con la puerta abierta de un auto, viajes de hongos en el parque, una cita de skate feminista que fracasa y por supuesto depeciones sexuales por doquier.
Las chicas cuentan que la pandilla Skate Kitchen surgió por casualidad. “Estábamos todas juntas patinando y dijimos: ‘¡Vamos a documentarlo!’. Hicimos una página llamada ‘Skate Kitchen’ porque un amigo de entonces había visto vídeos de chicas patinando en YouTube y había comentado ¿No deberían estar en la cocina haciendo un sándwich?”. Bueno, así fue como empezaron, pero eso fue antes de que se encontraran con Crystal Moselle que claramente se enamoró locamente de ellas y las invitó a producir en conjunto este ensayo generacional. Con la ética de nuestros días sin acercarse jamás a la declamación porque, en principio ¡es muy graciosa!, pero después, la reconoce cierta cotidianeidad que no necesita remarcarse todo el tiempo. “Creamos los guiones y luego ensayamos con las chicas. Después, volvemos a crear las escenas con la opinión de ellas. Luego de todo eso, filmamos, y lo filmamos casi como un documental. Para mí, se trata de descubrir. Quiero que se sienta como un descubrimiento”, dijo Moselle.
La segunda temporada de Betty fue filmada a fines del 2020, y toma la pandemia con una naturalidad y una poética que pocas series lograron en este tiempo: muchas de ellas se esmeraron por ignorarla en estudios cerrados y burbujas con testeos diarios para seguir filmando, y otras la sobreexplotaron generando sendos dramas. Betty aprovechó para hablar de la juventud y la ciudad, con la tragedia de fondo: ser joven en una emergencia sanitaria, las redes comunitarias en los lugares más marginales de la ciudad, o la gentrificación extrema de los barrios populares de la ciudad. Y claro, ver a las chicas patinando por las calles de una Nueva York vacía y pandémica es una postal de una espectacularidad rara. Además, si antes las chicas se esmeraban por entrar a un deporte típicamente masculino, ahora tienen otros problemas como, bueno, sobrevivir en un apocalipsis lento y burocrático. Es una lástima su cancelación porque es un espectáculo ver a Nina Moran, Dede Lovelace, Moonbear, Rachelle Vinberg y Ajani Russell en acción, jóvenes ignotas en el cine y la tv, que quizás nunca continúen sus carreras en la industria. Aunque eso parece perfecto, vivirán por siempre patinando en su ciudad vacía, tomadas de las manos, con el pelo al viento.