Annette 8 puntos
Francia, 2021.
Dirección: Leos Carax.
Guion: Ron y Russell Mael.
Fotografía: Caroline Champetier.
Música: Sparks.
Intérpretes: Adam Driver, Marion Cotillard, Simon Helberg, Rebecca Dyson-Smith.
Duración: 140 minutos.
Estreno: en la plataforma Mubi.
En su libro fundante El alma romántica y el sueño, Albert Béguin estableció de una vez y para siempre la relación entre el romanticismo alemán y la poesía francesa, a la vez que señalaba que la experiencia poética de los románticos llevó a su máxima entidad el predominio de la noche. En Annette, el realizador Leos Carax se afirma como el gran poeta romántico del cine francés y ratifica lo que ya era evidente en su escasa, inquietante obra previa y muy particularmente en Holy Motors (2012), su film inmediatamente anterior: que su universo es definitivamente onírico y nocturno, iluminado apenas por el resplandor exaltado de la luna.
Basado en una tragedia musical escrita y compuesta por el dúo californiano Sparks (ver entrevista aparte), Carax -en el inicio mismo del film- se reserva junto a los hermanos Ron y Russell Mael el papel de demiurgo. Son ellos tres quienes desde un estudio de grabación, bajo el hechizo de la potente canción “So May We Start”, van sumando actores y técnicos, y los sacan a la bulliciosa noche de la ciudad de Los Angeles, donde finalmente Adam Driver y Marion Cotillard, la pareja protagónica, se pone en la piel de sus personajes. Es un plano-secuencia coral, virtuoso en varios sentidos, no solamente por la proeza técnica y el contagioso dinamismo que le impone al comienzo de la película, sino también por lo que anuncia y lo que logra: lo que se verá es una creación, un puro artificio, pero con la capacidad de hacerse carne, de materializarse en un perturbador relato fantástico donde el amor está fatídicamente asociado a la muerte.
¿Qué pueden tener en común un astro del stand-up y una diva de ópera? Nada, salvo un amor que parece condenado desde el inicio, por más que dos de las primeras canciones –en un film que hace de ellas sus diálogos- se empeñen en afirmar que “True Love Always Finds a Way” y “We Love Each Other So Much”. Pero a pesar de todo el amor que se profesan, Henry y Ann habitan compartimentos estancos, mundos incomunicados, antagónicos incluso: el del pop y la ópera, la baja y la alta cultura. Aunque le cueste reconocerlo, él es un mero producto del show business, una estrella fugaz que se sabe a punto de extinción y que por eso agrede cada vez más a su público, en la manifestación más evidente de su carácter violento y autodestructivo. Ella en cambio está en paz consigo misma y tiene un don, su voz privilegiada, que heredará la hija de ambos, la pequeña Annette.
Que en el film Baby Annette esté representada desde el mismo momento del parto por una marioneta expresa no sólo la voluntad fantástica del film de Carax sino también su naturaleza monstruosa. Pero donde el verdadero monstruo es Henry, un personaje celoso, egocéntrico, maníaco, manipulador, capaz de todo lo peor con tal de perpetuarse en la cima de un éxito al que se ha hecho adicto como un morfinómano.
Los giros del guion son muchos y cada vez más sinuosos, en una suerte de espiral descendente hacia el abismo (“Sympathy for the Abyss” se titula justamente la canción final), por lo que conviene guardar cierta reserva a la hora de hablar de la trama de Annette. Pero sí se pueden mencionar los ecos que resuenan en el film de Carax, que nunca son referencias explícitas, citas ni homenajes, sino el magma del que se alimenta el imaginario de la película. Esas resonancias van desde Los paraguas de Cherburgo –la tragedia musical por excelencia, aludida por los propios Sparks en la entrevista adjunta- o Nace una estrella, donde el protagonista masculino también era una figura tóxica (particularmente en la versión de George Cukor con James Mason y Judy Garland), hasta los relatos fantásticos de E.T.A. Hoffmann con muñecos que hablan, o dominados por la figura del doble, que aquí en Annette también se manifiesta de modo angustiante hacia la mitad de la película.
Lo notable de Annette es que su clara filiación gótico romántica no le impide (más bien todo lo contrario) plantear serios cuestionamientos a la cultura de masas contemporánea, dominada por terrores menos metafísicos: la sociedad del espectáculo, la fetichización del éxito, la explotación infantil o la banalidad del gran público, hipnotizado por el morbo y movido la curiosidad malsana. Pasado y presente se funden en la noche eterna de Annette.