¿Qué es la belleza? Solo respondiendo esto podríamos hablar de fealdad. Y perdonen que me meta con estos temas tilingos, es que llegó el verano y la belleza de los cuerpos, o su ausencia, se impone. En verano, si no hay belleza que no se note. Pero, ¿qué es la belleza?

La belleza es un canon. Una imposición. Un dogma. Una construcción. Y si bien es un concepto que cambia de cultura en cultura, siempre impera uno sobre los otros. Cuando decimos que una persona, una escultura, es bello/a, se dibuja en nuestras mentes un ideal compuesto de curvas, colores, rasgos. Esa es la belleza.

Pero, ¿quién impone el modelo de belleza? Nadie y todos. A partir del siglo XX, seguramente fue la publicidad la que ejerció un rol predominante a la hora de imponer lo “bello”. Y es la publicidad la que va rompiendo esos códigos para instalar otros. No siempre por motivos nobles, obviamente.

La belleza es un concepto en estado de revisión permanente. Antes, bella era la mujer rellenita, modelo que fue reemplazado por la mujer extremadamente flaca, incluso anoréxica. Quizá había que venderles los mismos jeans a todas y eso resolvía el problema de los talles. Porque la belleza también es un negocio.

En tanto los hombres debíamos tener pelo. Los pelados renegábamos más a la hora del regateo amoroso. Ahora ser pelado es sexi (si tenés músculos, a lo Jason Statham, mejor), cambio quizá impulsado por actores que ayudaron a romper barreras.

A la fealdad hay que reconocerle que incentivó al cambio y a ver el lado B de las cosas. “Lo que importa es que sea sanito”, decían las abuelas cuando el bebé era más bien feón. Y eso de “es feo pero me gusta porque tiene buen humor y es inteligente”, estimuló a que muchos leyeran libros y aprendieran a contar chistes, aunque sigue siendo más fácil que te dejen por feo que por bruto.

Ahora la novedad es la gente que ya no espera el dictamen de la moda y ha comenzado a afearse deliberadamente. Me refiero a los que se tatúan, se cortan el pelo y se visten hasta límites vomitivos, como buscando ser parte de una “tribu de la fealdad”. Ustedes dirán que está mal que yo le diga feo a alguien por un corte de pelo, pero no se puede definir algo como bello o feo según un canon no existente. Y si bien esta novedad de afearse busca instalar otro canon, no son cosas que se logran por impulsos aislados.

Además, el canon está siempre vigente. Lo aceptamos cuando se nos escapa la expresión “está más lindo que antes”. Y por algo los medios hablan de la moda del “feísmo” (revista XL), aceptando que habría una moda del “lindismo” (neologismo mío).

Hoy, afearse (y no verse feo, aunque uno esté tatuado hasta las orejas y con el pelo cortado por un carnicero) parece un triunfo ante la “dictadura de la imagen”. Quizá sea un triunfo personal. Una rebelión a una de las normas sociales más consolidadas. Pero a la vez es otra imposición, otra moda paralela y, obviamente, otro negocio.

Y, además, el “feísmo” es un movimiento global, extranjero, es decir impuesto por otro tipo de publicidad o moda alternativa. Por eso las grandes marcas producen ropa “fea” y cara. Si querés rebeldía además debés poder pagarla. Cuando las empresas se hacen eco de los cambios sociales, hay que sospechar, no alegrarse tontamente.

Visto desde la política, probablemente nos sea más que otro capítulo de la división de la sociedad en tribus cada vez más pequeñas, aglutinadas por motivos muy diversos, incluso estrambóticos (terraplanismo, especismo, antivacunas) a las que ya no será posible unirlas nunca más bajo una ideología transformadora: izquierda, progresismo, etc.

Ni hablar de revolución, aunque hay quienes crean que darle la espalda a una de las taras de la sociedad, la belleza, es revolucionario. Diferenciarse por una cuota de feísmo ante la dictadura del lindismo es una cuestión cosmética (nunca mejor dicho). Es cómo decir: no puedo cambiar el mundo entonces me cambio yo poniéndome feo como la mona.

Ahí aparecen las empresas que abandonan el modelo imperante de belleza (esas curvas, colores y rasgos a los que me refería) para instalar modelos alternativos, imperfectos, gente que parece casi como uno, ¿vieron? Recuerden las publicidades de Benetton. Eso, que muchos ven como un triunfo, es en realidad una derrota. Es el sistema transformando la rebelión en un negocio. La Barbie y el Ken tatuados (que no existen, pero existirán) es el mercado creando un marketing para la rebeldía.

En “No logo” Naomi Klein le llama marketing de la diversidad. “En vez de crear campañas publicitarias para los diferentes mercados, las campañas podían vender la diversidad a todos los mercados a la vez”. Y remata con una definición genial: el mercado propone el “sabor del arco iris”.

Más allá de eso, a mí me resulta simpático. Inocente e inocuo pero simpático. Quizá un día de estos me tatúe y saque músculos a lo Vin Diesel. Por qué no. Y en tanto seguimos esperando los grandes cambios que nos favorezcan, otros cambian las cosas cuando se les da la gana mientras nosotros nos pintamos las uñas y nos cortamos el pelo.

 

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