Existe una filosofía que se hace caminando. Escribir se convierte en una práctica tan activa como la mirada que compone y destruye esa ciudad que es la materia de sus ideas. Allí podría encontrarse Walter Benjamin en los años treinta, entregado a la fantasmagoría del París de los pasajes, dispuesto a una escritura que era interpretación y disputa con esa realidad sobre la que interrumpía continuidades y creaba imágenes iluminadoras. Pero también, por una suerte de temporalidad que es ambigua, donde el pasado se enlaza como un hilo cortado, perdido para que el presente sea una madeja contradictoria y lumínica de la que saldrán conceptos nuevos, en esa misma ciudad podrá hacer uso de su atención filosa Susan Buck-Morss. La filósofa norteamericana supo entrar a El libro de los pasajes como si se tratara de una calle que escondía un método para descifrarla. Ella jugó con los borradores de Benjamin en un aprendizaje mimético y escribió Dialéctica de la mirada, un libro donde los hechos y las cosas son un lenguaje que expresa algo histórico y transitorio, una constelación que se captura como una invención política.
Buck-Morss estuvo en Buenos Aires invitada por la Universidad de Tres de Febrero y entre sus charlas y clases la revolución, como una radiación presente, trajo esos apuntes benjaminianos donde el montaje del autor alemán se convierte en una textualidad abierta que pide ser invadida y completada.
Usted señalaba en La ciudad como mundo de ensueño y catástrofe que el diseño de las ciudades hoy se rige más por criterios de seguridad que de ilusión, pero esa presencia de lo real tiene el mismo efecto narcotizante que Benjamin veía en la fantasmagoría, no provoca crítica.
–Si decimos que la fantasmagoría produce un shock y nos anestesia y la realidad también nos shockea y anestesia, entonces todas las formas culturales producen lo mismo. ¿Cuál es la posibilidad de hacer una crítica política a través de la cultura si todo es lo mismo? Si es lo mismo la realidad que la fantasmagoría, ¿cuál sería la potencia de la cultura para producir una crítica política? Me parece que esta es una gran pregunta que se tiene que responder microscópicamente. No hacer grandes teorías sobre la cultura de masas. Enfocar, en detalles, en fragmentos, esa sería la respuesta benjaminiana, construir imágenes dialécticas. Benjamin hablaba de iluminar las posibilidades revolucionarias del presente. ¿Cómo hacer esto hoy, en una etapa que no parece muy propicia para las revoluciones?
Me parece que lo revolucionario hoy puede encontrarse en las formas en las que se manifiesta el feminismo donde no se lucha solo por derechos (que son fundamentales) sino por cuestionar una matriz de masculinidad que es generadora de violencia. Es algo muy profundo que lleva a repensarlo todo.
–Sí, yo diría que el feminismo es revolucionario. Podría decir, usemos revolucionario como adjetivo, no como sustantivo. Yo veo que hay distintos grupos o movimientos que se apropian del término revolución. Tiene un sentido político hacer este uso de la palabra revolución pero si vamos a la historia del término lo primero que quiere decir revolución es una revolución solar, volver al punto de inicio. Es un término que si lo estudiamos en profundidad pierde todo valor crítico. Es una palabra que adquiere un significado profundo y potente en la práctica. Efectivamente yo creo que algo está pasando con las mujeres muy interesante, lo mismo con movimientos como Somos el 99%, Occupy Wall Street. En mi libro Mundo de ensueño y catástrofe, sobre la revolución rusa, planteo una diferencia que me importa subrayar entre la vanguardia artística y la vanguardia política. Los bolcheviques, que eran la vanguardia política del partido, tenían un plan y sabían adónde iban y todo el resto tenía que estar atrás y seguir ese plan. La vanguardia artística se tomaba la revolución en un sentido muy serio y muy radical de vamos a cambiar todo, los muebles, vamos a cambiar la forma de las teteras, porque eso va a producir una transformación de la vida cotidiana y de nuestra mente. Una revolución llevada a un grado muy intenso y que muchas veces se pensaba en términos de liberación. Cuando aparecen palabras como liberación, revolución, aparecen algunas constelaciones, por alguna razón queremos usarlas para nombrar esa transformación material pero tal vez eso, como decía Benjamin, es transitorio, no tenemos que pensar que se puede llevar a cualquier otro momento. Lo revolucionario tiene una fecha de vencimiento y está bien porque eso quiere decir que puede volver a aparecer, pero no hay que pensar que ya sabemos qué es lo revolucionario y lo tenemos para siempre sino que tiene que ver con los modos en que las constelaciones históricas se producen en cada momento.
Ese shock es más probable que hoy ocurra en la acción política concreta que en el arte. En la época de Benjamin todavía se creía en la posibilidad revolucionaria del arte que hoy está prácticamente descartada.
–Efectivamente, el arte ya no tiene esa potencia de producir una revolución. También creo que donde se pueden producir momentos revolucionarios o transformadores es en la experiencia de performance política. Estar y hacer las cosas revolucionarias es algo transformador para quien las realiza, y lo es también ver cómo otros las hacen. Estar en experiencias de democracia directa aquí en la Argentina, o cuando las mujeres marchan por las calles. Cuando presencié la Primavera árabe en las plazas de Egipto yo aprendí algo ahí, reconocí en esa lucha una lucha común. La experiencia de hacer y de ver que otros hacen es muy importante.
¿En estos movimientos políticos hay algo de ese espíritu de vanguardia que se veía en el arte a comienzos del siglo XX?
–Estos movimientos feministas son algo de vanguardia, en el sentido de experimentación, no en el sentido de vanguardia política que guía. En relación a esto hay un concepto que aparece mucho en Benjamin que es el concepto de mímesis que también aparece en Marx y en Hegel. La capacidad mimética es fundamental en los procesos de creación y transformación política porque tiene que ver con lo que nosotros aprendemos haciendo, en la práctica, no en el aprendizaje libresco. La mímesis está conectada con el aprendizaje del hacer y eso sería fundamental en un proceso revolucionario pero, lamentablemente, lo que sucede es que una vanguardia política aprende en términos teóricos y luego quiere bajar esa teoría que es verdadera al pueblo, en vez de dejar que el pueblo aprenda en su práctica y esto es algo que no solo le pasa a la vanguardia política sino que le pasa a una profesora cuando está enseñando Marx ¿Cómo se transmite ese pensamiento? Siempre hay un punto en el que se lo domestica en esa transmisión teórica. Por eso la mímesis como práctica supera eso. Por supuesto que lo que estoy diciendo puede ser objeto de crítica porque es un poco anarquista. Creo que estamos más cerca de pensar que lo que más vale son esas formas más teóricas y no las formas anárquicas de la experimentación que yo creo que son la gran fuerza para la política revolucionaria.