¿Quién es esa mujer? ¿Una extranjera loca que deambula por la ruta? ¿O una gitana en guerra contra el Estado porque quiere vigilarla? ¿Por dónde anda ella? ¿Un paraje solitario de Córdoba o un pueblo perdido en algún lugar de Europa donde los caídos del sistema ya se cuentan de a montones? Las protagonistas de Harwicz caminan por el lago de la ambigüedad con moscardones a su alrededor, que ponen danza, musicalidad y belleza al servicio del asco y la náusea. Y todo eso trenzado con la piel suave de un hijo bebé, las tetitas de una preadolescente, la languidez del púber. Tres novelas en tres años y un círculo que cierra con la reedición de la primera, que en su momento había publicado Paradiso y era prácticamente imposible de conseguir.
Harwicz, nacida en Buenos Aires en 1977, creció en Villa Crespo, se formó en artes y en cine y a los 29 años decidió dejar sus clases, su casa y su vida social para marchar a un pueblo perdido al sur de París, un pequeño caserío a 180 kilómetros de la gran capital donde hizo una parada de algunos años para estudiar literatura comparada en La Sorbona. “Fue romper con todo y pensar que si me iba mal no sería tan fácil volver y tener todo eso de nuevo. Vender la casa, los objetos, desarmar la biblioteca, dejar de dar talleres. Irme solamente a escribir: vaciar todo y tirarme de cabeza creo que fue lo que produjo las tres novelas.”
¿Cuánto tiene que ver el escenario de tus novelas con ese pequeño pueblo en el que vivís?
–Mucho, y tiene que ver con diseñarse una vida para escribir. Para mí el paisaje de bosque es artificial. Nunca voy a escribir de los arroyos ni de los viñedos como lo haría un francés que nació ahí. Es más: él diría esto no es creíble. Como no lo leen, no lo dicen (risas) pero lo dirían. Un editor que me tradujo al hebreo me dijo “tu bosque no es de ardillas, topos, hongos. Tu bosque es un bosque de lenguaje”. Y un poco es verdad. Es un bosque que tiene una verdad poética pero tiene una verdad de mentira. No sé lo que interpretaría un francés al leerlo, pero seguramente diría “¿y esto dónde es? No existe”. Es verdad que no existe.
¿Cómo es diseñarse una vida para la escritura?
–No digo que todo el mundo tenga que hacerlo pero es lo que me funcionó a mí. Yo hice talleres literarios, universidad y demás, y escribía cuando podía: a la noche, a la mañana temprano, en los bares, cuando me dejaba tiempo las clases, pero no me resultó. Hice algo más radical que fue quemar las naves, ir ahí (tampoco pude escribir en París) y cuando me fui a vivir al campo, dejé todas las otras actividades, vacié mi vida y lo único que hago es escribir. Una vida para la escritura y no al revés. También están quienes escriben con un whisky a la madrugada o en la juerga. Yo necesito cortarme de la sociedad. No hay fórmulas pero a mí me sirvió encontrar el paisaje para encontrar las novelas.
¿Cómo transformó tu visión sobre la maternidad haber escrito estas tres novelas que constelan sobre madres e hijos?
–Me sigue pareciendo una experiencia infernal la maternidad. La demanda me parece infernal. Y tengo uno de 6 años, se porta bien, no está enfermo, pero eso de estar todo el tiempo mirándolo, y que nunca alcanza, no se sacía, una relación tan física, que te pegan, te tocan, te arrancan, te rompen el vestido. Seguro que no todas las maternidades son iguales pero sí creo que son amores violentos. Las de mis libros son maternidades no convencionales porque estas madres casi no quieren que sus hijos vivan su infancia, la protagonista de La débil mental quiere que se apure su hija a crecer. Y ese apurar la infancia tiene algo muy malsano. La madre de Precoz también tiene una relación extraña con la temporalidad porque cuando empieza el relato él tiene 14 años, ya es pesado, largo, y ella mucho no se da cuenta, dice no sé si es un bebé o no. Como si fueran madres que no entienden las temporalidades de los hijos. Que me parece que en la vida sucede más de lo que creemos.
También hay una tensión sexual que atraviesa todos los textos.
–La tensión sexual entre padres, madres, hijas e hijos es un tema que me interesa mucho. El incesto. Las zonas indeterminadas. Alguien me contó una vez que el padre le decía “mi mujer” a su hija, y le desconfiguró la cabeza, le transformó el deseo, pero vos la ves y es una persona que trabaja, le va bien, hace sus cosas. El imaginario alrededor de lo que se dice, por ejemplo “te como todo” como algo tierno y es algo que roza lo caníbal, sin embargo se dice con total naturalidad. Me pareció súper interesante para extremarlo en la literatura. En Precoz los personajes son apátridas, indocumentados, no se sabe dónde están, están caídos del sistema. Y otra cosa en común de los personajes de las tres novelas es que no trabajan de nada o los están echando, no son marginales en sentido clásico, no viven en la villa ni en la favela, de hecho ni siquiera aparece lo latinoamericano en el paisaje, pero hay marginalidad. En Matate, amor hay una idea de familia, una suegra, la navidad. En La débil mental están ellas dos, yo digo “dos zorritas desahuciadas”, y en Precoz son madre e hijo en una casa entre lo gitano, algo de ambiente de guerra, el colegio que los abandona. Para pensar la maternidad me sirve pensar personajes corridos de la sociedad, las casas rodantes, la inmigración. Y lo mío es una marginalidad de estar en los márgenes, no de revolver la basura pero sí de correrte de la sociedad, estar en el limbo.
¿Qué pensás de tu hijo leyendo tu obra en veinte años?
–Nunca lo pensé mucho pero creo que está bien, que los hijos en general admiran o están orgullosos de las madres que han podido ir hacia el deseo, no deprimirse, frustrarse sino ir hacia el deseo. Si yo fuera estas madres de los libros entonces ahí sí me parece patético, pero porque no soy éstas madres me parece que él va a poder leerlo desde otro lugar.
¿Cómo construís esa voz que parece pensamiento y que se va puliendo a lo largo de las tres novelas?
–Yo no pienso en la historia, en la idea, en herramientas, yo no soy un plomero, no pienso una linealidad. Si no tengo la voz no tengo nada. Yo lo que busco es la voz, y para mí eso es todo, hasta que no la tengo no puedo avanzar. Primero trato de escuchar hablar al personaje, cerrar los ojos y escucharlo hablar. Cómo la encuentro no tengo idea, es un misterio, es salir a cazar. Yo pruebo y pruebo y cuando sale la voz, escribo la novela. Después se corta. Y siento que no puede haber pudor en la escritura. A veces una escribe y cuando lee quiere tachar todo. Ni pudor ni juicio ni pensar quién te va a leer, un novio o una madre, y entonces qué va a decir. Porque todas esas son interferencias negativas. Ese es el camino del infierno de la escritura. Yo escribo con la intensidad con la que se leen mis textos, con la respiración entrecortada como dice en la contratapa de Precoz, yo escribo así como borracha de intensidad.
¿Cómo es la adaptación de Matate, amor al teatro?
–Fue un proceso lento. Siempre se dice que de alguna manera mis libros están paridos o construidos desde la dramaturgia, como si ya fueran sin quererlo ni serlo, mini obras de teatro, novelas que contienen obras de teatro o obras de teatro que contienen novelas. Y yo creo que es cierto, que se pueden leer en clave teatral. Cuando salio Matate en Paradiso en 2012 me ofrecieron hacer una obra de teatro, ese proceso se cayó aunque llegó a etapas bastante avanzadas. Pero Erica Rivas había leído la novela y quería hacerla y así fue naciendo este proyecto. Buscamos quién podría dirigirla, ella justo actuó en una película sobre Marilú Marini, la directora y actriz que vive en Paris, así que me puso en contacto con ella, nos juntamos allá y acá un montón de veces. Y bueno, estamos en la etapa de adaptación teatral del texto y cuando Marilú se instale acá en uno o dos meses van a empezar a ensayar. Será unipersonal. Marilú vive hace 40 años en Francia y mi libro está atravesado por balas del francés, tiene algo de la extranjería en la lengua, y ella es eso, tiene eso como actriz y como directora.
¿Qué estás escribiendo ahora?
–Algo incipiente pero es la voz de un varón contemporáneo, en el banquillo de los acusados, el violento con todos los matices de la violencia. Quien es ese hombre que está en las sombras y que no tiene voz pública. No se trata de excomulgar ni de castigar sino de meterse en la cabeza. Me interesa mucho Omar Chabán, un tipo que fue colgado públicamente y que murió en la precariedad total, le tiraban fruta podrida, tipo medioevo, lo secaron directamente, cómo el escarnio público lo mató. Ese hombre me interesa, quién es él, acusado como si él hubiera ido al baño de Cromañón y hubiera ahogado a todos los bebés pero Racista es una voz en construcción. ,