Las mujeres llevamos, cada vez que salimos a la calle, casi toda nuestra vida en el bolso, pienso, mientras hago el recuento de lo que debo cargar conmigo: tres pares de anteojos -para leer, para ver lejos, para el sol-, la billetera, los documentos, tarjetas de crédito y débito, algo de dinero, el teléfono y el cargador, por las dudas las pastillas para la presión, alguna lapicera, una libreta, las llaves del auto, de casa, del departamento de mis padres -por si tengo que pasar a verlos- y, desde hace meses, el tapaboca.
Lo que llevo en el bolso es el indicio de la época que nos toca vivir, lo que está pasando en el mundo. Y también en nuestra vida. Recuerdo cuando sólo cargaba una barra de labial para salir. Otro tiempo, muy lejano. Los teléfonos portátiles sólo existían en las películas y no necesitaba llevar llave. En mi infancia siempre había alguien en mi casa y, muchas veces, la puerta quedaba abierta. En aquél entonces no me importaba si el viento me despeinaba y si no tenía plata, volvía caminando.
Recuerdo el periodo en que llevaba pañales, biberones, chupetes, jarabe contra la fiebre -es mejor prevenir que curar-. Entonces podía ver sin anteojos. Llevaba un par para protegerme del sol. Años después dejé los bártulos de primera infancia, los reemplacé por libretas, lápices de colores, por si los chicos se aburrían. El teléfono móvil era más grande que el actual. Lo usábamos sólo para llamadas.
En otro momento, mi bolso ya no tuvo las cosas de los chicos. Habían crecido. Ellos se encargaban de llevar lo que necesitaban. Igual, yo hacía un repaso antes de que salieran. Pesada, la vieja: ¿tenés plata, tarjeta de transporte, teléfono, abrigo por si refresca? Después mandaba un mensaje de texto: ¿Todo bien?, cuando llegaba la respuesta, me quedaba más tranquila.
Antes de la pandemia tenía en el bolso un cepillo, algo de maquillaje, un espejito. Hace meses que no me arreglo tanto. Salgo muy poco, me recojo el cabello y me escondo tras el barbijo. Sólo se me ven los ojos. Dejé de prestar atención al aspecto exterior de las personas. Y del mío también. Me pude reconciliar con las batallas que perdí, hice las paces con los sueños que no podré alcanzar y conseguí aliarme con el tiempo que me toca vivir.
Vuelvo al presente. Tengo que guardar el carnet de la obra social, los últimos resultados del laboratorio, los estudios pre quirúrgicos y una estampita que rescaté de algún cajón, cuando todavía creía en algo. No puedo descartar ningún tipo de ayuda. Sonrío. Antes de salir, agrego un portarretrato con una foto familiar del último viaje que hicimos los cuatro juntos: estábamos sonrientes y relajados, nuestros brazos se cruzaban por la espalda. Seguramente, estaríamos diciendo whisky.