Guillermo Roux fue uno de los grandes artistas de nuestro país, dibujante eximio y pintor exquisito construyó una obra sólida y una voz personal en la escena latinoamericana. Su obra, valorada por sus pares, la crítica especializada y el público general, quedará como un importante legado artístico.
Los que tuvimos la fortuna de conocerlo y tratarlo personalmente extrañaremos su calidez, el brillo de su mirada inteligente, su fino sentido del humor y su vasto conocimiento y erudición. En 2018 llevamos a cabo su última exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes. El proyecto lo acercó un amigo compartido, Pacho O’Donnell. La muestra se denominó Diario gráfico y, con curaduría de Cecilia Medina, presentaba decenas de dibujos que provenían de una serie de cuadernos que el maestro fue completando en sus noches de insomnio y convalecencia entre el 2015 y el 2017. En medio de la organización de la muestra Guillermo planteó la idea de desdoblarla para presentarla también en un contexto diferente. Así fue que dividimos los 290 dibujos en dos exposiciones simultáneas: Una en el Museo Nacional de Bellas Artes en el barrio de Recoleta y la otra en la Casa Central de la Cultura Popular, un centro cultural dependiente del Ministerio de Cultura de la Nación, ubicado en la Villa 21 24. La muestra fue un éxito en ambas sedes y generó una sinergia inédita en la ciudad con dos focos de atención que ampliaron notablemente el eco de su obra.
Los cuadernos de dibujos funcionaban como diarios íntimos que ayudaron al artista a sobrellevar sus noches insomnes y, si bien la gran mayoría de las páginas exhiben formidables dibujos, hay también textos y pensamientos sueltos que conforman un testimonio escrito que revela su estado de ánimo y su cosmovisión. Por ejemplo el que corresponde al 17 de septiembre de 2016, día de su cumpleaños 87:“Renu ncié voluntariamente a la fiestita habitual en estas fechas. Seguramente hay cosas que merecen ser festejadas. Hoy no lo siento así. La vejez me llegó con demasiadas tristezas. Me pregunto cuales fueron las equivocaciones en el camino. No traicioné nunca mi vocación, trabajé siempre, fui en extremo generoso. Pero demasiadas veces no tuve coraje, dejé hacer por comodidad. Pero es una gracia que recibí el haber encontrado a mi hija Alejandra. Ella me trae una fortaleza que me falta. Este cuaderno llené de soledades. Mis padres me dotaron con la posibilidad de expresarlas, aunque no creo poseer demasiado talento, siempre me esforcé por superarme. Algo fue quedando. Tengo una compañera desde hace cincuenta años: Franca. Agradecido sentimiento valioso que me marcó cada día. Es el haber creído en mí. Ayudarme a vencer las fuerzas negativas. Basta esto para una vida. Estos años de ancianidad los pude vivir sosteniéndome en el desinterés, la compasión y la generosidad. Me pertenece todo lo bueno y lo malo. De lo bueno aprendí y de lo malo no guardo culpas ni rencores. Nada de lo que pude hacer en estos 87 años me es ajeno. Largas noches silenciosas van dejando su huella en estos cuadernos. Nadie me debe nada y no creo deber.”
* Director del Museo Nacional de Bellas Artes.