No va a recibir un halago, una palabra entusiasta de parte de su padre. Sonia sabe que su canto está impregnado de la misma simpleza que la encandila pero no puede evitar anhelar algo de esos hombres que dialogue con la ternura que demuestra con una constancia dulce. En ese clima chejoviano que dibuja el escenario austero, ella será otra criatura deslucida por el desamor.
Pero el personaje que compone Candela Souto Brey irradia cierta alegría calma, como si no estuviera dispuesta a dejarse vencer por el destino del autor ruso. Todavía confía que el doctor puede enamorarse de ella aunque sabe que prefiere la belleza de Elena, su manera desencantada de estar en el mundo. Pablo se identifica con esa indolencia que les impedirá amarse pero cada texto, cada confirmación de la propia dejadez al momento de actuar, será contada con humor, con esa entrega al tedio que destaca el sin sentido en una escena realista.
De esa apariencia, donde el drama es una irrupción tan sorpresiva como añeja, se apodera Francisco Lumerman en El amor es un bien para traducirla al contexto precario de un hostal en Carmen de Patagones donde los personajes ya no tienen fincas ni son terratenientes en decadencia como en Tío Vania sino sobrevivientes de una clase media que se muestra cada vez más inútil al momento de fabricar su subsistencia.
Sonia, Iván y Pablo han construido una cotidianidad risueña y afable a base de porros, vino y algún ensayo de su espectáculo folclórico que funciona como última atracción en los festivales locales. Perdieron cualquier ambición voluptuosa pero se deleitan cuando Pablo se preocupa por el maltrato ambiental del negocio sojero y por la destrucción de los bosques. Podrían ser felices con muy poco pero llega Alejandro, el padre de Sonia y los enlaza como animales dóciles en una estrategia que responde a la lógica de un mundo en el que su hija y su cuñado no podrán sobrevivir.
Alejandro necesita representar una seguridad lastimada cuando ve que Elena prefiere sumarse a esa manera de perder el tiempo de Sonia y Pablo y no atender a los cuidados de esposa joven hacia un marido enfermo. Pero Elena no puede evitar convertirse en espectadora de un drama que se manifiesta en la crueldad de Alejandro, siempre expresada con trivialidad, como si el personaje no pudiera medir su efecto o como si directamente no le importara. Hay un desamparo en la estética que construye Lumerman que no tiene modo alguno de ser alterado. Se apodera del escepticismo de Anton Chéjov al mostrar seres que han olvidado la idea de justicia y prefieren permanecer o escaparse.
El amor pasa a ser en esta versión de Tío Vania un bien escaso que prácticamente nadie puede asumir y ejercer, un impulso que queda trunco, un valor que los personajes ya no saben como adquirir, un ejercicio del que tanto Pablo como Elena parecen haber perdido la práctica y un estímulo al que Sonia se aferra como creencia . Ella es la única que hace de su deseo algo capaz de ser ofrecido como un armado social nuevo que destituya la eficacia que su padre pregona y parece obligarla a reproducir. En ese universo de fracasadxs, donde algunxs simulan para diferenciarse y hacer de la herida que le causan al otro una idea fugaz de triunfo, Sonia se convierte en una chica que puede aceptar su falta de brillo con calma y también con templanza y entereza, que traza en esa poética un desvío en el que no podrá incluir a su tío Iván, demasiado enamorado de la autodestrucción. Si en Chéjov la esperanza tenía algo de estupidez, de una filosofía ampulosa que no servía de consuelo, Sonia prefiere apostar a una sonrisa inalterable para cubrir esa tristeza a la que todavía no está dispuesta a entregarse. ,
El amor es un bien se presenta los sábados a las 22 y los domingos a las 18 en Moscú Teatro, Camargo 506, CABA.