Doy las gracias porque mi cuerpo funcione sin mi supervisión consciente. Que el millar de operaciones y procesos que me mantienen con vida corran por cuenta de otras voluntades. Cuán inimaginable es concebir los infinitos movimientos e interacciones que nos suceden a cada minuto, las confabulaciones celulares que se traman dentro nuestro. Algunas habré aprendido en los años de enseñanza obligatoria, pero la que más recuerdo es la apoptosis o “muerte celular programada” que cumple un rol muy importante para el funcionamiento del organismo y que seguramente retenga bajo el impacto de que hay muerte en la vida.
Dendrita, la muestra de Denise Groesman que inaugura el regreso de Móvil tras el período de confinamiento, remite desde su título al universo anatómico que nos conforma. Nomenclatura científica pero simpática, define las terminaciones ramificadas de las neuronas, encargadas de recibir los impulsos nerviosos y transmitirlos al soma. Desde la similitud fonética con el nombre de la artista hasta la graficación de la red como leit motiv de la instalación o su carácter conectivo, unx podría preguntarse si acaso existe un término más acertado para nombrar este experimento.
Los tres meses de trabajo in situ que fueron necesarios para gestar Dendrita son palpables apenas se pone un pie dentro del ecosistema. Condensación de un tiempo largo de decantación lenta que queda plasmado en la abundancia de detalles donde sea que se pose la mirada. Muchas manos, saberes y oficios se conjugaron en su realización, desde el tejido y la fermentación hasta la ingeniería y la bioconstrucción. Todo material involucrado fue recolectado, ya sea en la calle, en el Delta, en tierras yermas de San Isidro o en pizzerías vecinas de Chacarita. Machete en mano y a cosechar juncos bajo la supervisión de la familia junquera. Jornadas completas en Manzanares para juntar cañas frescas y flexibles. Para encarar su corte y sustracción, lo primero que hay que hacer es pedir permiso. Luego confiar en la lógica rizomática de la caña (¿acaso se puede escapar a Deleuze?) basada en tallos subterráneos que almacenan nutrientes, sobreviviendo al desprendimiento y potenciando la continuidad del crecimiento. Se conjugan así diversos territorios, con sus historias y problemáticas propias, en este nuevo paisaje artificial.
Dendrita es un recorrido intestinal, sólo que esta vez nos toca ser bacteria, por no decir caca. Es imposible elegir uno solo de los cinco sentidos a la hora de atravesarla, dado que todo está dispuesto para el entretenimiento del cuerpo todo. La vista va por descontado, oh sentido privilegiado. Pero también hay que profanar la distancia que permite la observación y profesar menos solemnidad: está prohibido no tocar. Hay que estirar la mano y ver qué textura nos sorprende, sentir el látex como una piel sintética con incrustaciones de almendras y semillas y ramitas ¿y esas flores peludas?¿o son frutos? Además, instrumentos élficos de llaves tintineando y chapas chocando para el deleite del oído. ¿Y ese olor? No es posible descifrar o encasillar la fragancia de ese pantano bajo una categoría estanca. Es una mezcla hedionda y deliciosa de un sinfín de emanaciones. Si el olor resulta de la composición de la mezcla entre gases, polvos y vapores, aquí los hay de todos los reinos. Y para las papilas gustativas ¡un fermento de manzana para alimentar la flora microbiota!
Para lxs que hace mucho no se van de vacaciones, caminar por el laberinto unidireccional cuando la luz atraviesa el tejido de ramas y refleja su sombra sobre el cartón, resulta una sensación semejante a la de caminar por el bosque. Dendrita es un mundo aparte. Para descansar después de la travesía está la red, una invitación a convertirse en arácnido y trepar usando manos y pies hasta encontrar el nudo de reposo. Desde las alturas se puede ver la cartografía de la instalación; el túnel como un acampe espiralado y la torre en el centro que podría compararse, como sugiere Alfredo Aracil en el texto de sala, con una antena, un instrumento musical de hippies anarco-primitivistas o el monumento a la III Internacional de Tatlin. Tres recipientes con patas de hierro, largas y finas como insectos, triangulan el eje de la torre. Son moiseses con mantos viscosos acunando criaturas alienígenas, músculo vivo en brebaje avinagrado: son las madres que protegen el fermento que se gesta debajo y que incorpora todo lo que sucede en el ambiente. No hay barrera sanitaria que contenga ese caldo de cultivo en el que se funde un poco de cada quien que la visita.
Ésta es una muestra con voluntad propia, un espécimen pluricelular latente en constante transformación. Y como todo órgano vivo, también alberga muerte. En ella la descomposición se vuelve un espectáculo a título propio. Contemplemos la belleza de la putrefacción en la fruta fresca de vesículas jugosas que comienza a disecarse desde el centro, hasta que su corteza se vacía y endurece. Luego llegarán las hormigas (múltiples colonias habitan allí, nosotrxs somos sólo una más) y el albedo blanco se volverá negro. La muerte llama a la vida; es la lógica de la mortalidad vegetal que escapa al binarismo hermético, otra dinámica de existencia. Prevalencia de lo cíclico, del recambio necesario para la fertilidad y la regeneración de la vida a partir de la muerte, como las cabezas cortadas que dibujaban los nazca, creciendo en sus bocas muertas vegetales vivos.
* Editora del Flasherito Diario. La exposición "Dendrita", de Denise Groesman, con curaduría de Solana Molina Viamonte y texto de sala de Alfredo Aracil, sigue hasta 18 de diciembre en Móvil, Iguazú 451, Parque Patricios, y se puede ver los viernes y sábados, de 16 a 20 hs.