La primera puesta de Crónica de un secuestro data de 1971. Al año siguiente su autor, el periodista Mario Diament, comienza a escribir en La opinión y a desarrollar, paralelamente, una carrera como dramaturgo. Por aquel entonces se conocían por la prensa detalles de secuestros: el del general Aramburu por parte de Montoneros había ocurrido el año anterior y el del gerente de Swift y cónsul británico Stanley Sylvester, por parte de un comando del ERP, sucedía ese mismo año. A cinco décadas de aquel estreno, la obra vuelve a escena bajo la dirección de Marco Passetti, con actuación de Gabriel Cavia, Julián Caisson y Santiago Cerra, todos ellos formados en los talleres que dirigía Agustín Alezzo.
En alguna oportunidad, Diament comentó que “no pasa un año sin que esta obra suba a escena en algún lugar del mundo: alguna vibración debe provocar en las ansiedades, fantasías y terrores de la sociedad contemporánea”. La pieza presenta a Pedro y Martín, secuestradores de Morel, un agente de seguros de buen pasar económico, a quien van sonsacando detalles de su vida para confrontarlo consigo mismo, “para que se le caiga el velo de su culpabilidad”, según adelanta el director en la entrevista con Página/12. Se podría decir que, en definitiva, es acusado de colaborar con un sistema que reparte los castigos en cárceles y reformatorios, y lo que se le imputa es su silencio cómplice, propio de la pasividad de la clase media. Así, el secuestrado debe hacer un ejercicio de conciencia para reconocer su culpabilidad. La sorpresa que depara el desenlace, sin embargo, da para diversas lecturas.
La obra fue ensayada durante el confinamiento y el estreno se fue demorando aún más dado que el director y los actores buscaban un espacio en la que el público estuviera cerca del espacio de actuación. Por eso esperaron a que El Método Kairós (El Salvador 4530), habilitara su sala más chica, para solamente 27 espectadores. Allí es donde se ofrecen las funciones, los viernes a las 22.
-Fue difícil trabajar la puesta?
-Sí porque hay mucha argumentación y fue necesario traducir a acciones todo lo que se habla entre los personajes, para que entre en juego lo emocional. No caer en cliches y encontrarle el punto justo a esta obra fue todo un desafío. En una hora, el personaje de Morel pasa de la confusión al vuelco mental que lo hace enfrentarse con sus culpas.
-¿Los captores se reparten el clásico rol del “bueno” y el “malo”?
-Juegan a hacerlo. Pedro es un cínico, porque sabe de Morel más de lo que aparenta y con inteligencia sabe hacia dónde quiere llegar con su interrogatorio. En cambio, Martín es un matón brutal. Su sola presencia emana terror.
-¿Qué reflexión se pone en juego?
-La obra pone el foco en la desigualdad social. Si Morel va a hacer todo lo que pueda para intentar sobrevivir, los secuestradores tampoco tienen otra alternativa. ¿Quién podría juzgarlos si todos están en una situación crítica de supervivencia?
-Entonces hay igualdad de condiciones…
- No, porque a los ojos del espectador, Morel aparece como inocente y los secuestradores como culpables. Y como en el proceso de repartir las culpas quienes intervienen son abogados y jueces, por esto mismo es que Morel cree que el Estado y la policía van a defenderlo y a llevar a sus captores a la cárcel. Pero luego se da cuenta de que está solo.
-¿Qué es lo que falla?
-Como especie, los seres humanos creamos todo tipo de factores de protección. Nos protegemos de la naturaleza y de nosotros mismos poniendo en nuestras casas barrotes, cerraduras…La mente también genera mecanismos de protección. Es irónico que Morel sea un agente de seguros. Porque por su misma profesión vive haciendo una evaluación de riesgos sobre todas las cosas y vende seguridad a las personas. Y de pronto él es quien se encuentra en la situación más vulnerable.
*Crónica de un secuestro, en El Método Kairós (El Salvador 4530), viernes a las 22.