Es un hecho que lo de Brazofuerte viene por el lado de Louis Armstrong. Al legendario Satchmo suenan las músicas de esta orquesta, pero no exclusivamente. También huele a improntas que atacan por otros lados. Por Oscar Alemán, si se quiere ubicar al grupo en órbita geográfica. “Idolo, guitarrista a nivel mundial, comparable con Django Reinhardt”, enumera Guille Arrom, guitarrista y banjista del combo que mostrará el disco Vivo en Thelonious hoy a las 21.30 en Boris Club (Gorriti 5568). “Todos conocemos y admiramos a Alemán, pero la mano viene más por Louis, por su sonoridad”, contrapesa Nicanor Suárez, contrabajista, aunque Arrom vuelva otra vez sobre el jazzero negro argentino: “Yo, cuando toco las melodías, lo hago como lo hacía él, y también meto citas”, explica el guitarrista de Luis Alberto Spinetta entre Téster de violencia y Pelusón of milk. “Además, nos inspiramos en viejas bandas de jazz argentinas, que nacieron en la misma época que las de New Orleans, como la Santa Paula Serenaders”, dicen. La conversación con PáginaI12 sigue su curso a través del recuerdo de visitas ilustres. Se habla de las giras de Ella Fitzgerald, de las venidas de Duke Ellington, Bill Evans, Charles Mingus y Jim Hall.
–A diferencia de muchos rockeros, los jazzeros vinieron en tiempo y forma.
Nicanor Suárez: –(Risas) Gran diferencia, sí, porque la mayoría de los músicos de rock vinieron en plan revival, sobre todo a partir de los noventa. Creo que los del jazz venían en su mejor momento, porque acá había una movida muy grande. Atraían mucho.
Los bueyes perdidos transcurren mientras se espera la presencia del clarinetista y saxofonista Juan Klappenbach (alma mater de grupo, según Arrom) y en cierto momento escapan hacia los orígenes de la banda. “Todo empezó cuando Juan fue a Madrid y tocó en Mad for Dixie, la banda que tenía yo allá, pero lo hizo después de mi retorno”, cuenta el guitarrista cuando el aludido irrumpe en la sala, con una remera de Bob Marley y una gorra que dice “Cuba”, bandera de la isla incluida. Hacia él vira el grabador, entonces. “La excusa del arranque fue un festival internacional de baile que se hizo en enero de 2013. Yo participaba en la programación y, para la última noche, el organizador me dijo que armara algo. Yo venía pensando en hacer una jam; no habíamos ensayado nada, pero la idea era que, conociendo el lenguaje, todos íbamos a conversar en el mismo idioma”, cuenta Klappenbach. “Ellos dicen que soy el director, pero la verdad es que lo nuestro es una cosa de banda. Cuando hay un solo, es el solista quien toma la dirección, y pide al resto cómo quiere que suene la banda”, admite, mientras Suárez traduce lo dicho como “cooperativa musical”.
–¿Por qué eligieron ese momento tan específico del jazz, habiendo tanto período, estilo o escuela a seguir?
N. S.: –Porque lo que nos nuclea es el gusto que todos tenemos por el jazz tradicional, que algunos llaman dixieland.
Juan Klappenbach: –A mí me gusta llamarlo jazz social, porque las melodías se pueden cantar. El concepto es este, y lo de jazz social tiene que ver con una música que integra personas. Así sucede en las fiestas en que tocamos.
N. S.: –Sobre todo en lugares como Niceto, porque funcionamos en dos espacios. Uno es de baile, de fiesta, y el otro de escuchar como Thelonious, club de jazz donde grabamos este disco. En ambos vienen gente joven y no tan joven (risas). Por eso el disco tiene un repertorio que no está encarado desde el baile. Hay solos más largos, y otro repertorio. Es la foto de una de las maneras que tenemos de encarar un show.
También le dicen hot jazz o swing a lo que toca Brazofuerte, cuyos orígenes se remontan al verano de 2013, cuando, a apenas dos meses del debut, grabaron su primer disco Swingin’ Party. “En lo que todos coinciden, toquemos donde toquemos, es en la energía que baja del escenario. Una cosa muy potente, una sonoridad y una manera física de ejercer la música, muy vital”, describe Suárez, y Arrom le tiende una mano: “También hay mucha conexión, un solista termina una frase, y desarrolla el solo desde ahí. Lo lúdico también pesa, jugamos todo el tiempo”, sostiene el guitarrista del combo que completan Marcelo Gallo en trompeta; Eduardo Manentti en trombón y scat; Manuel Fraga en piano y Hernán Avella en batería, todos parte del disco en que registraron standards del género como “Dippermouth Blues”, de King Oliver; “Hyena Stomp”, de Jelly Roll Morton, y “Cotton Tail”, del Duke, entre otras piezas. “Nos viene a ver gente de 70, 80 años, y nos dice ‘me llevaron a mi juventud, a cuando iba a ver a la orquesta típica, o a Alemán’, y también vienen pibes de 20 años que se copan con el baile. Se genera una unión generacional que también se da en la banda”, apuntala Suárez.
–Son tres generaciones, no dos como las que congenian en los conciertos de rock.
Guille Arrom: –Y se encuentran con que es un estilo que tocamos con fundamento.
–Y con un concepto. Hoy en la música hay un culto a la pluralidad y la heterogeneidad. Un disco puede ser una caja de Pandora, y muchos músicos han olvidado eso de desarrollar un estilo y seguirlo.
J. K.: –Por más que suene obvio, sí, todo pasa por el filtro nuestro. Hay temas que alguno sugiere, y no entran porque no cuadran en lo colectivo. Hay algo que nos suena a todos y esta es la herramienta que nos lleva a decidir si entra.
G. A.: –Por ejemplo, hacemos “The Preacher”, de Horace Silver, que no es una canción clásica. No es del veinte ni del treinta, y sin embargo, nosotros la llevamos a esa época, la tocamos de esa manera.
N. S.: –Ahí está el concepto, en llevar los temas a una sonoridad que nos sale espontáneamente.