El ser humano tiene conciencia de que la muerte es parte de la vida. Lo que cambia es qué hace con esa información mientras vive. Desde los mártires que a fines de los 60 y principios de los 70 abandonaron sus cuerpos, la cultura rock y sus exégetas varias han pretendido reconvertir a la muerte en un hecho artístico. El grunge, subgénero nacido en Seattle apenas comenzados los 90 y que perduró algo así como media década, no sólo no fue la excepción, sino que llevó ese precepto a una plataforma todavía más alta. No sólo era abandonar la fanfarria del glam y su diversión compulsiva, era hacer exactamente lo contrario.
Todo empezó cuando Andrew Wood, por entonces cantante de Mother Love Bone, uno de los grupos considerados pioneros en el estilo, murió de sobredosis de heroína en 1990. La historia pareció cerrar con el suicido de Kurt Cobain en 1994, un acontecimiento consagratorio de una ética en la que el artista, en lugar de deshacerse del dolor con sus canciones, lo retroalimenta. Sin embargo, al llevar lo perturbador de sus letras a un punto físico y emocional irreversible, también sella su credibilidad de algún modo, se vuelve infranqueable y atesora la última verdad.
Habrá que ver qué explicación encaja ahora con la muerte de Chris Cornell. El excantante de Audioslave, Temple of the Dog y Soundgarden –sin dudas, su mejor creación– fue encontrado muerto el miércoles a la medianoche en el baño de una habitación del hotel MGM Grand Casino, en la ciudad estadounidense de Detroit. Su vocero, Brian Bumbery, fue quien dio a conocer la noticia. Horas más tarde, los estudios forenses confirmaron que se trató de un suicidio por ahorcamiento.
A diferencia de Cobain, que era de Aberdeen, Christopher John Boyle –así era su nombre real– sí había nacido en Seattle, la ciudad que vio crecer al movimiento grunge ya desde fines de los 80. Y el grunge fue, probablemente, la última gran jugada del rock, un ente que hasta entonces se había mantenido siempre en movimiento para captar la atención de sucesivas generaciones. Cornell y Soundgarden fueron reconocidos hasta el último día como uno de los más altos representantes de esta cultura, así como Pearl Jam y Alice in Chains –cuyo cantante murió de sobredosis en 2002–, además de Nirvana, desde luego. Si se suma a esto la muerte de Scott Weiland, exlíder de Stone Temple Pilots, que coqueteó con el grunge, la escena se obtura más y más.
Al escuchar a Soundgarden, se advierte que Cornell pertenece a una generación de músicos que pudo combinar una envidiable capacidad compositiva con cierto virtuosismo para llevarla a cabo, dos cualidades que no siempre coexisten. De amplísimo rango vocal y alta capacidad para conducir intensidades, el cantante conseguía que los gritos ásperos de “Jesus Christ Pose” sonaran tan musicales como las dulces estrofas de “Fell on Black Days”. Quizás esa versatilidad sensible haya provenido de su fascinación por The Beatles y también por la música de su tierra, como el soul: se percibe muy claro en varios pasajes del único y excelente disco editado por Temple of the Dog, la banda cruza de Soundgarden y Pearl Jam creada en 1990 en honor a Wood, amigo personal de Cornell.
Lanzado en 1991, Badmotorfinger es probablemente la obra maestra de Soundgarden, en la que el grupo exhibe un máximo de potencia, novedad y peligrosidad, merodeando entre el grunge y el heavy metal. Tan alto era el nivel que “Rusty Cage”, la canción que abre el álbum, fue versionada al poco tiempo por Johnny Cash. Pero el resultado universal más contundente llegó tres años después con Superunknown, otro trabajo indispensable que, además, presentaba “Black Hole Sun”, una balada compuesta a solas por Cornell que es el mayor éxito del grupo. Superunknown vendió alrededor de 9 millones de copias en todo el mundo, y fue una de las grandes cartas del grunge, que experimentaba un clímax creativo.
Una vez disuelto Soundgarden, Cornell lidiaba con problemas de adicción. Así vagó por tablados y estudios hasta grabar Euphoria Morning, un primer álbum solista que por momentos parecía un pedido de auxilio: “Y sólo te amo cuando estoy deprimido/ Pero una cosa tenés que saber/ Estoy deprimido todo el tiempo”, cantaba en “When I’m Down”. Necesitado de algún plan colectivo al que aferrarse, halló la oportunidad al encontrarse con la base de Rage Against The Machine, que acababa de ser abandonada por su cantante.
Nació entonces Audioslave. El “supergrupo” llegó a grabar tres discos, de los que quedaron algunos sencillos –“Like a Stone”, “Show Me How to Live”–, pero un legado general algo híbrido, que no resultó directamente proporcional al talento y el peso de sus músicos. Más atento a lo estrictamente musical que al activismo social de sus compañeros, Cornell y el resto de la banda finalmente se dieron la mano en buenos términos. De hecho, el grupo se había reunido provisoriamente a principios de este año para tocar tres canciones en el Anti-Inaugural Ball, un evento anti-Trump llevado a cabo en Los Angeles.
“¿Cuán real soy si no puedo entretener con una guitarra?”, le había dicho Cornell el año pasado por PáginaI12. La referencia era a la faceta que lo mantuvo ocupado durante los últimos años, con la reunión de Soundgarden y el promisorio disco King Animal como paréntesis: formatos acústicos, donde se lo veía más cercano a Nick Drake que a Judas Priest, y repasaba la extensión de su carrera, incluyendo material de sus cuatro discos solistas. Fue en el mismo 2016 que llegó al Teatro Colón de Buenos Aires junto a Bryan Gibson para presentar Higher Truth, su último trabajo, en el que se dejó llevar por su costado más folk.
“Las canciones tienen más potencial para evolucionar y cambiar en un ambiente en vivo cuando están despojadas, porque tengo la libertad para hacer cualquier cosa”, decía. “Puedo acelerarlas, ralentarlas, empezarlas de modo diferente, cantarlas distinto... Cualquier cosa que quiera hacer. Eso hace mucho más difícil caer en un modo repetitivo de interpretar; no estoy seguro de si eso le importa mucho al público, pero sí importa al performer, en términos de sentirse inspirado por la canción que estás tocando en ese momento”.