Al final, la historia le dio la razón. En los últimos 15 años de música popular contemporánea en la Argentina, no hubo artista que sufriera tanto el garrotazo de la adversidad como Juana Molina. Antes de que terminara el siglo XX, la cantautora ya había dado el salto hacia el futuro. Además, con un discurso global hilvanado a partir de un lugar idiosincrático. Desde su estudio casero, modernizó el imaginario del Río de la Plata y le inventó un idioma de raíz onomatopéyica a su cosmogonía. Uno donde Eduardo Mateo dialoga por Skype con Animal Collective y Nick Drake le muestra las aplicaciones de su tablet a Leda Valladares. No obstante, de la misma forma que sucede con los gritos atenazados de las pesadillas, Molina, mientras llegaban los ecos de que Europa, Australia, Japón y Norteamérica se habían rendido a sus pies, bramó una verdad que acá fue ignorada.
Aunque en 2014 los astros se alinearon. O algo así. Ni siquiera Molina le encuentra explicación. Pero comenzó a llenar salas en el país y fue cabeza de cartel de festivales. Y es que, como si se tratara de una epifanía, el público local, el mismo que durante sus recitales le pedía que resucitara a Gladys, a Marcela Balsam o a cualquiera de los personajes de Juana y sus Hermanas, sintonizó con su imaginería. Todo esto sucedió con su trabajo más complejo hasta ese entonces, Wed 21, que terminó por rankear entre los mejores discos de esa temporada. Sin embargo, a tres años de la consumación del fenómeno, con una fabulosa banda aceitada y con el resto de las piezas en su sitio, la también icono de la folktrónica volvió a las bateas y a las plataformas digitales con Halo, un álbum que demostró que su propuesta no resiste fronteras.
Lanzado el pasado 5 de mayo, el séptimo material de estudio de Molina (al igual que el mejor de su carrera) generó revuelo en todo el planeta apenas apareció. Al punto de que radios de Francia, Alemania y Estados Unidos lo eligieron como el disco de la semana, mientras que en la BBC sonaba “Paraguaya”, primer single y video que se desprenden de un repertorio conformado por una decena de tracks. Pero la presentación mundial de Halo sucedió el miércoles por la noche en Buenos Aires, en Niceto Club, frente a su público (repite el próximo 24 de mayo en el mismo aforo). Ante mil personas, la trovadora de última generación dio cuenta de la dialéctica entre modernidad y tradición que bien supo acuñar y, además, mostró que no se anda con solemnidades ni con rodeos. Una vez que una voz sampleada loopeara el nombre de su flamante álbum, con la imagen de su autora proyectada en el fondo del escenario, Juana, ataviada con un vestido negro en cuyo remate alude a Jane Bone (el personaje óseo que posa en la tapa del disco), saltó a las tablas acompañada por los músicos que la acompañan.
Tras largar con “Cosoco”, un folk pasado por tinta King Crimson (la de la trilogía de Discipline - Beat - Three of a Perfect Pair), Molina avanzó con otros tres temas más de Halo: “Cara de espejo”, delirio de espíritu rumbero y dinámica krautrock, y “Estalactitas”, folklore oscuro, psicodélico y visceral. Al tiempo que en “Paraguaya”, Juana, quien hasta ese momento estuvo a medio camino entre el sintetizador y la guitarra, se despejó de los instrumentos para bailar ese sapucai electrónico que gira en torno al misterio del jazz. Aunque en vivo, a diferencia del disco, tiene una cadencia más bailable. Luego llegó su mayor hit o quizá su canción más arengadora: “Un día”. Y, cuando levanta ese mantra arreado por el “One Day, One Day, One Day”, el público toma dos opciones: o se imbuye en el baile o en sí mismo. Aunque en ambos casos la intención es la misma: ser partícipe del viaje. La artista, además, es una estupenda guía, pues con pocos recursos es capaz de erigir una aventura vertiginosa, desconcertante e inesperada. Lo que demostró asimismo en “Ferocísimo”, “Eras” y “Lo decidí yo”, todos de su trabajo previo, Wed 21.
Ante la mirada atenta de su madre, Chunchuna Villafañe, que de tanto en tanto deslizaba una sonrisa de goce y otra de orgullo, Molina siguió revelando Halo mediante el pop abstracto “A00B0”, secundado por el tema que inspiró el nombre de su nuevo material, el blues marciano “Lentísimo halo”. Claro, esto pasó tras las pocas alocuciones de la celebración, en las que dio la bienvenida “al nuevo ciclo” y presentó a sus músicos, el lúdico Diego López de Arcaute (batería y percusión) y el imbatible y multifuncional Odín Schwartz (bajo, guitarra, sintetizador y coros), y agradeció a su equipo y al diseñador de sus álbumes, Alejandro Ros (crédito de este diario). Pero después de hacer el tribalístico “Sin dones” y el lisérgico “In the Lassa”, Juana volvió a “Wed 21” con “Ay, no se ofendan” y “Bicho auto”. No obstante, la fiesta no terminaba ahí. Al volver al escenario, salió a rockearla con la canción que titula su trabajo anterior. Una vez que dejó atrás ese country deforme, emanaron “Sin guía” y “Dar” (de Un día). A manera de manifestó, la despidida se dio con “Final feliz”. Y así fue. Todos se entregaron a la alegría.