A raíz de una frase que pronunció el ex presidente Mauricio Macri, amigues me contactaron sorprendidos por la similaridad con la expresión “cambio de era,” de la que hablamos y analizamos en conversaciones y análisis decoloniales. La frase reciente del expresidente, el día de las últimas elecciones, fue: “Espero que esto empiece una nueva era en la Argentina”. Fue una actualización de otra frase que había pronunciado en el 2014: “Arranca una nueva era en la Argentina”. No se si la “nueva era” que espera y enuncia ahora es la misma esperanza que supuestamente empezó con sus cuatro años como presidente. Por otra parte, la “nueva era” en Argentina (y no sólo) es inseparable de la pugna por re-occidentlizar el planeta y la desobediencia por des-occidentalizarlo.
No puedo saber a ciencia cierta que entiende Macri por “nueva era”. Puedo adivinar que es una boutade y aclarar, al mismo tiempo, el significado de la expresión “cambio de era” en la perspectiva analítica decolonial. Anibal Quijano argumentó, desde la debacle financiera del 2008, presuntamente programada, que ya no podíamos entender lo que estaba ocurriendo en los marcos de pensamiento que arrastramos de la era precedente. La presunta programación de una crisis, como las que en el pasado supuestamente ocurrían “naturalmente”, fue un signo de alerta. Economistas e historiadores de la economía identificaron “los ciclos largos Kondratiev” para explicar las crisis económicas recurrentes.
¿Cuáles son algunos de los signos del cambio de era que no pueden confundirse con nueva era?
Dejando de lado el significado que tenga para el ex presidente, la expresión tiene ya un significado asignado en el imaginario construido por la retórica de la modernidad a lo largo de 500 años, del 1500 al 2000.
El primer signo es el significado implícito de que cambio es siempre de signo positivo. Prometer cambios es prometer la mejora del estado de cosas que suscitan la promesa. Lo que ocurre es que no es así para todas las personas implicadas, y no es necesariamente así para las condiciones de vida en el planeta. Un cambio, por ejemplo, que promete incremento económico mediante la explotación de los “recursos naturales” y el empobrecimiento de la mayoría de la población, es un cambio conveniente para quienes lo ejecutan pero no para todas las personas que lo experimentan.
A partir de 1500, la primera etapa de la consolidación de Europa en la larga trayectoria de expansión colonial, la idea de cambio connotó, y connota, salvación. Salvación por conversión al cristianismo, salvación por la misión secular de progreso y civilización, salvación por las promesas del desarrollo, salvación por las promesas de democracia de mercado. Una palabra clave de la retórica de salvación es “nuevo y novedad”. Lo cual implica también justificación de la desposesión. La invención del “Nuevo Mundo” (que no era nuevo para las poblaciones que habitaban el continente desde siglos antes del 1500) se expandió a todas áreas de existencia, desde el nuevo Toyota, a las nuevas Nikes al nuevo IPod.
Intuyo que la expresión de Macri se inscribe en la historia de la retórica de esperanza y salvación. Esta retórica involucra instituciones y actores salvadores que la hacen posible. “El Gran Reinicio” celebrado por Davos y “El gran reinicio” anunciado por el FMI, en las esferas político-económicas, tienen su complemento en la esfera cultural. El clamor de Bruno Latour para “Reiniciar la modernidad” (como resetear la computadora) suena a un pedido de borrón y cuenta nueva para conservar los privilegios conquistados en la era de cambios, la consolidación europea de la modernidad y la simultanea fabricación de la imagen y el imaginario de la “civilización occidental”: modernidad, posmodernidad, reiniciar la modernidad, se alinean y constituyen la era de cambios. Este es el paradigma en el que, entiendo, se instala la expresión del ex presidente: “Arranca una nueva era en la Argentina”.
Cambio de era tiene un significado muy distinto a irreducible al significado de nueva era. Significa, en primer lugar, que la era de cambios que se inauguró en el siglo XVIII con la formación de los circuitos comerciales del Atlántico y la invención del Nuevo Mundo, agotó su ciclo. Los signos del agotamiento, perceptibles hacia el 2000, son hoy incuestionables. ¿Cuáles son algunos de estos signos? Veamos.
En el orden inter-estatal (confusamente llamado inter-nacional), el ciclo del orden unipolar construido, regulado y controlado por los estados imperiales del Atlántico Norte, llegó a su término. Estamos ya viviendo las consecuencias de la explosión del orden inter-estatal unipolar mantenido a lo largo de 500 años. De la explosión surgió el ya existente orden inter-estatal multipolar. La multipolaridad co-existe con el orden unipolar cuyos sostenedores (actores e instituciones) se esfuerzan por mantener los privilegios de la unipolaridad.
De manera que hoy la unipolaridad es ya un componente más del orden multipolar. La hegemonía rota del orden multipolar dio lugar a las estrategias de dominación manifiestas hoy en las sanciones de Estados Unidos, apoyadas por la Unión Europea, a China, Rusia e Irán. Sin embargo, la voluntad de des-occidentalización que anima a los Estados que guían el orden multipolar ya no sucumbe a la dominación. Así que el signo más evidente, con todas sus consecuencias, del cambio de era es la política des-occidentalizante liderada por China, Rusia e Irán enfrentada a la contra-reforma re-occidentalizante (para mantener los privilegios de la occidentalización del mundo, 1500-2000) liderada por EE.UU. y la Unión Europea.
Una de las consecuencias es que ya no estamos en una “nueva” Guerra Fría. La Guerra Fría corresponde a la era de cambios y a la disputa entre dos contendientes herederos de la ilustración: liberalismo político y económico frente a socialismo político y económico. Hoy la economía es el motor del orden mundial pero la disputa no es ya entre dos sistemas de idea (ideologías) europeos. Los diseños globales creados, mantenidos y gestionados en y por la historia local de occidente (cristianización, civilización y progreso, desarrollo sostenible o no) ya no regulan los diseños de historias locales multipolares que desobedecen a los diseños globales unipolares. La multipolaridad no se asienta ya sobre el socialismo y el comunismo. El motor de la multipolaridad es la des-occidentalización y la des-occidentalización se asienta en experiencias, memorias y praxis de vida de larga data y ajenas a las experiencias, memorias y praxis de vida de la civilización occidental, cuyos pilares son Grecia y Roma.
Grecia y Roma son irrelevantes en las memorias y praxis chinas de vida, al menos hasta la Guerra del Opio. En la historia de Rusia, Grecia y Roma tienen otro significado, ligado al cristianismo ortodoxo. Para Irán hoy, sus raíces en la civilización persa datan varias centurias antes de Cristo. En realidad, el Shahanato persa (Persia no estaba gobernada por un Emperador sino por un Sah) era hacia donde miraban los gobernantes y filósofos griegos, Grecia fue relevante para Persia (y también para los califatos árabes) después del surgimiento del Islam en el siglo VII DC.
De modo que la reconstitución y restitución de memorias y experiencias de vida asentadas en las lenguas de los Estados des-occidetalizantes (Mandarín, Ruso, Persa) y las praxis de vida que las lenguas conllevan, reemplazan y desplazan al socialismo y se desenganchan del cristianismo occidental y del secularismo del siglo VIII europeo. Las fuerzas y energías des-occidentalizantes son irreversibles y no sujetables a los universales abstractos sobre los que se montó la occidentalización del planeta (1500-2000) y la era de las promesas del cambio. La des-occidentalización es un cambio mayor. No sé si es y será mejor o peor. Simplemente es; y es un cambio de era. Dudo que el ex presidente Macri tuviera este escenario en mente cuando anunció dos veces el advenimiento de una nueva era para la Argentina.
La pugna inter-estatal en la que están enredadas la reforma des-occidentalizante y la contra-reforma re-occidentalizante afecta tanto las decisiones de los Estados medianos y pequeños, como las relaciones domésticas en todos los Estados, tanto aquellos en pugna como aquellos que basan sus decisiones en la hegemonía de la pugna entre mantener la unipolaridad y la emergente multipolaridad. Los estados de la América luso-hispánica, también llamada latina, no están aislados del entrelazamiento de los Estados en pugna.
La orientación que tomen depende del gobierno de turno. Brasil durante los gobiernos liderados por Lula da Silva y Dilma Rousseff fue un Estado des-occidentalizante, como lo fue también el gobierno de Evo Morales y el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner. Brasil cambió el rumbo hacia la re-occidentalización después del golpe judicial y de la elección de Jair Bolsonaro. De manera semejante Argentina viró hacia la re-occidentalización en los cuatro años de gobierno del ex presidente Macri. Colombia conservó su orientación re-occidentalizante gobierno tras gobierno, semejante a la trayectoria de Chile. El gobierno de Alberto Fernández mantiene hasta el momento una posición ecuánime en sus relaciones con EE.UU., por un lado, y China y Rusia, por otro, dando prioridad, al parecer, a las relaciones con la Unión Europea. En este escenario inter-estatal, la nueva era que imagina Macri para Argentina no puede ser otra que la esperanza de que Argentina sea alineada con la re-occidentalización.