Desde París
Francia se despertó casi en pie de guerra contra todos los ciudadanos del mundo que viven en su territorio. En un video bochornoso difundido en las redes sociales el polemista de ultraderecha Eric Zemmour oficializó su candidatura para las elecciones presidenciales de abril de 2022 con un credo cuyo eje es la teoría del reemplazo de la civilización Occidental por otra foránea. Esa teoría está manchada de sangre porque inspiró a los terroristas blancos de Nueva Zelanda, Noruega y Estados Unidos. Aunque parezca una broma ultrajante, la propuesta política de Eric Zemmour va muy en serio y cuenta en estos días, según los últimos sondeos de opinión, con la simpatía del 15% del electorado. Si tienen el “extraño sentimiento de una desposesión”, si les “hablan en un idioma extranjero”, si tienen la “impresión de estar en un país que ya no reconocen más”, Zemmour se presenta como el salvador de una Francia invadida, contaminada por la toxicidad de los extranjeros. ”Ya no hay más tiempo para reformar a Francia. Es hora de salvarla. Y esa es la razón por la cual decidí presentarme a la elección presidencial”, dice el ya oficial candidato francés, que luego agrega: ”para que nuestros hijos no conozcan la barbarie, para que nuestras hijas no lleven velo, (…) para preservar nuestros modos de vida, para que los franceses sigan siendo franceses”.
El video es una puesta en escena donde todo respira el apocalipsis. En la más pura tradición de las retóricas sobre el ocaso y la reescritura de la historia, Zemmour y su equipo de campaña imitaron las tomas y los ángulos de la cámara con las que, desde Londres, en la BBC, el 18 de junio de 1940, el general de Gaulle convocó a los militares, ingenieros y obreros franceses de la industria del armamento presentes en territorio británico a entrar en contacto con él para luchar contra la Alemania Nazi. Sin mirar a la cámara, en una biblioteca con libros antiguos, con los ojos pegados a su discurso, ante un viejo y enorme micrófono y la grandilocuencia de la sinfonía número 7 de Beethoven como música de fondo, el ultraderechista francés culpa a la izquierda y a la derecha de haber llevado a Francia “al ocaso y la decadencia” al tiempo que interpela con un “no nos dejemos reemplazar”, ese “país que ustedes tanto quieren está desapareciendo”.
En su video se suceden las imágenes de la historia de Francia y un montaje tipo clip con escenas de violencia donde toda la modernidad parece en llamas y envuelta en un caos impetuoso y el pasado como un territorio blanco de amor y armonía. Zemmour se dirige a un mundo que no existe más y en el cual una parte de la población parece creer. La oficialización de su campaña interviene en un momento critico para él. En las últimas semanas había acumulado varios contratiempos, empezando por una nueva condena judicial por incitación al odio racial, la anulación de su conferencia en Londres en el Royal Institute, otra conferencia similar en Suiza anulada por el Intendente de Ginebra y un lamentable episodio que Zemmour protagonizó en Marsella, el pasado fin de semana, cuando levantó el dedo anular ante una persona y le dijo “métetelo bien adentro”. Los sondeos le pasaron rápidamente la cuenta de sus extremismos. En dos semanas perdió entre 4% y 5% de su fuerza electoral.
Ese señor pretende ser el próximo presidente de Francia. En su portal de internet hoy aparecieron sus 5 prioridades, las 5 “i”: identidad, instrucción, impuestos, industria, independencia. Sin embargo, el dispositivo político en torno a Eric Zemmour sigue siendo de perfil muy bajo. Faltan figuras fuertes, federadoras, y sobre todo, dotadas de un aura o de una estatura de mujeres u hombres de Estado. Su popularidad fue creciendo con las semanas a la par de sus intervenciones y apariciones a la vez compulsivas e injuriosas. Es un adepto coercitivo de la interpretación de la historia de Francia. Hace unas semanas revindicó la figura del Mariscal Pétain, al frente del régimen colaboracionista de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial. Zemmour aseguró que Pétain había “salvado judíos franceses” durante la ocupación nazi de Francia cuando, en realidad, colaboró con la deportación de los judíos hacia los campos de la muerte. Luego, acusó a la Resistencia francesa que luchó contra el invasor nazi de haber dividido a Francia. La biografía de Zemmour es un amasijo de xenofobia, intolerancia, valores hechos de pura naftalina porque ni contenido tienen y una visión agresiva y antigua de las mujeres. Para el polemista ultra, cuya misoginia asume plenamente, las mujeres son inferiores y uno de los males de nuestro tiempo sería, según lo plasmó en el libro El Primer Sexo, la feminización de la sociedad. Sus fuentes filosóficas son los ideólogos de la extrema derecha francesa que aparecieron a finales del Siglo XIX como Maurice Barrès o Charles Maurras.
Zemmour es un encandilado por la novela nacional que él mismo reescribe durante sus intervenciones y a la que condimenta con un ultranacionalismo feroz, una poderosa dosis de xenofobia y también antisemitismo. Esta confusa mezcla de figuras históricas, monarcas y demócratas, fachos y puristas blancos aspira a competir en 2022 por el sillón presidencial. Comparado a Eric Zemmour, Donald Trump es un activista de la modernidad, Bolsonaro un centrista tímido y la líder de la extrema derecha francesa, Marine Le Pen, una figura matizada del conservadurismo europeo.
En los meses que quedan de aquí a la elección presidencial del 10 y el 24 de abril de 2022 sus consejeros le van a enjuagar la imagen para extraerle las manchas garrafales que tiñen su retrato. La clientela de Zemmour está en esos segmentos sociales que se duermen con la pesadilla de perder su identidad y se despiertan con la certeza de que están invadidos. A diferencia de Marine Le Pen, cuyo partido, Reagrupamiento Nacional, es la formación preferida de la clase obrera, Zemmour es el portavoz de una burguesía ultraconservadora y urbana. Su candidatura podría bien figurar en las páginas de un catalogo “créase o no”, en un compendio lastimoso sobre la historia contemporánea de la regresión política. Pero es tristemente verdad, tanto más desconsolador cuanto que esa nostalgia reaccionaria se expandió como un veneno cautivante. Las momias de la ultraderecha son las sirenas de la modernidad.