Interior, día, más precisamente mediodía del jueves 4 o del viernes 5 de octubre de 2018; una mesa en el bar Gran Doria, San Martín y Mendoza, ciudad de Santa Fe. A la mesa conversan Martín Prieto, organizador del encuentro Poesía Litoral (que estaba teniendo lugar por esos días en el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez), y un poeta invitado como orador al evento: Daniel Durand. El tema de la charla informal es la deuda del escritor Juan José Saer con su tradición regional. ¿Quién sería, por así decirlo, su precursor "en la zona"? Mateo Booz, no; José Pedroni, sí. La instantánea es narrada por Prieto, sin reponer del todo el contexto, en su reciente libro Saer en la literatura argentina, publicado por la Universidad Nacional del Litoral. En ese recorte de la viñeta o de la escena puede ser que aflore su arte y oficio de poeta objetivista (estilo narrativo y descriptivo que hizo de la poesía un documental liberado de anclajes fácticos); o tal vez sólo escamotea los detalles faltantes por pura modestia de crítico, y prefiere dar a imaginar como un puro azar la "tenida" que él mismo indujo al invitarlo a Durand.
Ensayo de crítica literaria que se lee como novela familiar institucional (no es que se haya escrito así, pero se lee como, pongamos por caso, esos libros de memoirs sobre las internas del psicoanálisis que contagian pasión territorial incluso a quienes no saben lo que es un diván), Saer en la literatura argentina es hoy por hoy el testimonio definitivo, o casi, de lo que su mismo autor denomina "la operación Saer", y de la cual viene siendo uno de los más intensos y talentosos ejecutores. El libro es sólo la punta del iceberg del infinito trabajo de escritura crítica que Martín Prieto viene haciendo no sólo en textos en un sentido estricto, sino también en mapas, aulas, calles y museos, no sólo en la ciudad de Santa Fe sino en cada pueblo de la provincia.
Profesor y Doctor especializado en Literatura Argentina (UNR), gestor del Año Saer y co-curador en su contexto, junto con María Teresa Costantin, de la memorable exposición Conexión Saer, Prieto es además, por sus lazos familiares y profesionales, un testigo privilegiado de los avatares críticos y biográficos del autor de Glosa y El entenado. Una Argentina utópica donde Saer esté en el centro del canon de la literatura nacional a pesar de Aira, a pesar de Piglia, a pesar de Borges, a pesar de Buenos Aires y a pesar de su exilio en París desde 1968 hasta su muerte en 2005: tal es el universo multimedia que Martín Prieto y sus sucesivos equipos vienen construyendo en todos los formatos posibles. Si la Biblia de semejante trabajo de evangelización es la obra de Saer, su gran comentario es esta novela crítica imbatible.
Pero, a diferencia de la religión organizada, la historia de la literatura es una disciplina cientifica y como tal se atiene a fuentes, documentos, polémicas y divergencias, todo lo cual está presente y a la vista, y no cesa de explicitarse en la saga crítica que reescribe Martín Prieto. El Saer cuyo recorrido como objeto de estudio se analiza aquí atravesó vaivenes, incluso traiciones; Saer en la literatura argentina está escrito con suficiente honestidad intelectual como para dibujar el mapa de los propios pasos que erigen su monumento. Esta honestidad lo hace un libro apasionante, contagioso de la pasión que lo anima; no es sin embargo la única virtud de esta recopilación de ensayos escritos con prosa afilada de polemista, en la mejor tradición argentina, aunque lo por dirimir en estos entreveros no sea la Nación como forma política sino como campo cultural.
En los primeros capítulos, el lector lego se preguntará: ¿y a quién le importa? ¿A quién le importa, más allá de la academia universitaria, que la literatura argentina haya nacido en una carta de Sarmiento? Y sin embargo, con el correr de las páginas, una fina labor de edición se acopla a la vertiginosa filigrana de la escritura para empezar a revelar, como los fiscales o detectives de las películas, foto tras carta tras dato biográfico que se ensambla con la obra y termina por cautivar en un entramado indestructible, logrando su primer objetivo: situar a Saer en su propio territorio. El otro es que se lo lea. El libro termina con una carta de amor de una lectora, escritura donde se sobreimprimen ("no hay rincón de la ciudad que no te nombre") la obra de Saer y el mapa urbano de Santa Fe. En ese palimpsesto, que compone el último plano del libro-como-película, se da a entender que la literatura de Saer es una carta de amor a la ciudad de donde partió.
La obra de Saer como demiurgo del mundo que habitó, como autor de una obra de culto, como creador de nombres y vidas que van y vienen entre diversos cuentos y novelas, desde su fiel disciplina entre la precisa escritura literaria y la incierta urdimbre de la memoria, evoca la de otro escritor latinoamericano: Juan Carlos Onetti. Cuando en una entrevista televisiva le citan, sin mencionar fuente, a un colega y compatriota suyo que lo declara "uno de los mejores escritores del Uruguay", Onetti responde: "¡Del Uruguay! ¡Qué tristeza!" La broma expresa las tensiones entre la localidad y lo global. Y activa la pregunta: ¿por qué no puede ser nacional o universal una obra que represente, sin exotismo (pura ciudadanía), cada recoveco de Santa Fe, Montevideo o Rosario? ¿Tiene que ser París o Buenos Aires? La respuesta excede el campo literario; en su interior, la pregunta es más que pertinente.