La hermana, la pareja y la hija de Juan Carlos Abachian sumaron con sus testimonios piezas para armar el rompecabezas de angustia que dejó la desaparición del joven, secuestrado en diciembre de 1976 en La Plata, visto en varios centros clandestinos del circuito Camps, y con paradero desconocido desde entonces. “Es un dolor que forma parte de tu vida para siempre, porque te acostumbras pero no se va, es una especie de angustia permanente”, definió Rosario, que tenía meses cuando se llevaron a su papá, durante su testimonio en el marco del juicio por los crímenes de lesa humanidad que tuvieron lugar en los pozos de Quilmes y Banfield y El Infierno, centros clandestinos a cargo de la Policía bonaerense durante la última dictadura.
Esta mañana fue la primera vez que Rosario cuenta su historia ante la Justicia federal por los hechos que cambiaron su vida para siempre, que le aportaron una cuota de dolor permanente. Ella celebra este momento, el momento en el que convierte esa carga en aporte para algo mas grande: “Me gustaría no estar aquí, no tener que testificar por nada, pero el terrorismo de Estado me pasó a mí y nos pasó a todos”, dijo cuando Esteban Rodríguez Eggers, uno de los jueces que subroga el Tribunal Oral Federal número 1, le consultó si tenía algo para decir en relación a la desaparición de su papá vinculado con ella. Y ella sí tuvo: “Vivo en un país donde no se ha juzgado ninguno de los crímenes contra la humanidad que sucedieron durante la dictadura franquista, en un ejercicio de olvido y desmemoria tremendo, así que poder aportar en este juicio algo es reparador para mí. Me siento heredera del compromiso que tenían mis padres”.
Rosario Abachian es la única hija de Juan Carlos Abachian y habla con acento español porque desde 1977 vive en Madrid. Tenía apenas poco más de un año cuando su mamá, Mercedes Loyarte, logró salir a Uruguay, luego ir a Brasil, con un permiso trucho firmado ante un escribano que les dio una mano a ellas, a su tía Florencia Loyarte y a su abuela materna, y de allí a España.
Desde allí y con el tiempo, pudo reconstruir la vida de su papá hasta el momento en que fue secuestrado gracias, sobre todo, a lo que le contó su mamá. Durante los juicios por la verdad y los de lesa humanidad que sobrevinieron post nulidad de las leyes de impunidad, completó un poco más: “Supe que fue llevado por los centros clandestinos de circuito Camps, que estuvo en comisaría 5ta, (Pozo de) Arana, en (el Pozo de) Banfield --razón por la que es “caso” en este debate-- y también supe de las circunstancias en la que estaban presos él y sus compañeros de prisión, las torturas a la que fueron sometidos”.
La persecución previa
Juan Carlos comenzó a militar en la Juventud Peronista en Mar del Plata, cuando estudiaba Derecho en la Universidad Católica de esa ciudad. Allí también jugaba al Rugby. “Peleábamos por la nacionalización de la universidad”, sumó Mercedes, cuyo testimonio inauguró esta mañana la audiencia 50 del debate oral y público sobre los crímenes de las Brigadas policiales bonaerenses de Banfield, Quilmes y Lanús y que transmite La Retaguardia y Pulso Noticias. Meses antes del golpe de Estado de 1976, narró Mercedes, debieron dejar la facultad y la ciudad luego de que la Triple A asesinara a unos compañeros suyos. Fueron a Ciudad de Buenos Aires y terminaron en La Plata, en una casa compartida con otra militante, Lucía Maroco.
Rosario nació en abril. En diciembre, el 26 a la noche, una patota de fuerzas de “personal uniformado” se llevó a Juan Carlos desde la puerta de su casa. Lo último que oyó Mercedes, desde dentro de la casa, fue un grito de él: “Corré que te matan”. “Y bueno, yo corrí, corrí por el fondo de mi casa, tenía 20 años, pude saltar paredes y me escapé”, recordó. La bebé, en esos días, estaba al cuidado de los abuelos paternos debido al peligro que pesaba sobre sus padres. “Por suerte”, dijo Rosario esta mañana. De no ser así, su mamá “no podría haber escapado y estaría muerta” y ella “seguramente sería hoy una de los nietos robados”, evaluó.
Mercedes volvió un tiempo a la ciudad de Buenos Aires, donde vivió con su hermana Florencia, ambas “completamente desenganchadas” de la organización en la que militaban, por entonces Montoneros. Con la ayuda de la familia materna, se exiliaron. “Estuvimos aquí --en Madrid-- los 8 años que duró la dictadura en Argentina viviendo y trabajando ilegales, nos separamos de toda la familia, era imposible verlos, daba inseguridad y miedo”, relató la mujer. Volvieron con el regreso de la democracia, pero solo de visita. Entonces, Rosario tenía 9 años.
La búsqueda sin fin
Mientras, las familias de Mercedes y de Juan Carlos sufrieron numerosos allanamientos: la buscaban a Mercedes, pero también insistían con Juan Carlos, a pesar de que ya había sido secuestrado. Los Abachian buscaron a su hijo “por cielo y tierra”: presentaron hábeas corpus, viajaron a Rawson porque les habían dicho que “quizá estaría preso ahí”; creyeron luego que estaba en la Esma, declaró Marta, su hermana, última testigo de la audiencia de hoy.
Señaló que “recién en 2005” su padre Soghomón Abachian “reconoció” que Juan Carlos “ya no estaba”. “Hasta ese momento, reclamaba su paradero y tenía la esperanza de que volviera”, mencionó. Poco tiempo después falleció. En 2012, con la sentencia del juicio por los crímenes del Circuito Camps, “supimos dónde estuvo secuestrado”, por los testimonios de sobrevivientes. Lo que aún no saben es “el paradero final”. En aquel fallo, el Tribunal Oral Federal número 1 plantense, nombró a Miguel Osvaldo Etchecolatz como uno de los responsables de la desaparición física de Juan Carlos. Susana Bedrossian, su madre, que ya tiene más de 90 años, aún dice que lo verá regresar.