Una carta puede ser un largo monólogo, una conversación en solitario, especialmente cuando lo que guía la escritura es el desamor y el otro, en el recuero, en la evocación, en la construcción de la palabra que se dice o escribe, empieza a ser inventado. Un ser que deviene en criatura de una trama demasiado susceptible para ser del todo cierta.
Esto le pasa a Terry cuando recuerda y habla. Hablar y recordar son dos operaciones muy teatrales porque requieren siempre de una potencia física, de una inquietud, de un estado de alerta. Terry le escribe a Cemento, el hombre del que está enamorado y que será siempre una ausencia. Demasiadas palabras lleva Terry en el cuerpo pero se le ve liviano y versátil, un poco almodoviano. Terry podría salir de juerga más allá del dolor del desamor. En la ropa vistosa, en los tacos radiantes con los que se desplaza por el escenario, el sufrimiento podría aplastarse entre tragos y fiestas. Pero Terry sigue prendado de Cemento, y su escritura epistolar se convierte en acción, en dictado tormentoso del protagonista hacia un mundo ficcional que convive con él en escena.
Cemento es un texto literario, el atrevimiento de llevar lo epistolar a la forma dramatúrgica y también es un material que busca pensar las maneras de representación dentro de la trama. La escritura de Consuelo Iturraspe no se queda en lo introspectivo, imagina un personaje que va hacia las situaciones que nombra, que se ríe un poco de su condición despechada, que le quita al abandono, o a la propia huida (todo es ambiguo en el plano amoroso) su valor determinante y trágico.
Terry podría ser un personaje de Birdman, la película de Alejandro González Iñarritu que se presentaba como un largo plano secuencia sin cortes. Más allá si el material fílmico nos engañaba y su efecto era posible por algunos trucos imperceptibles, es acertado pensar que una carta es también un infinito plano secuencia. La verdadera acción está en la cabeza de Terry, en ese hombre que no puede olvidar, aunque, tal vez, si tuviera a Cemento a su lado, sería muy probable que no lo soportara, pero hay algo en ese permanecer en el recuerdo que lo constituye como personajes y lo hace crecer en escena.
Lo primero que ocurre cuando llegamos al teatro tiene que ver con una banda de música que nos recibe en una instancia alegre y distendida. El teatro se convierte en una zona compartida. Después Terry le dará a las actrices (que son dos integrantes de la banda de música) las indicaciones para que reproduzcan los diálogos entre él y Cemento. Es aquí donde la obra recuerda a Birdman, a ese territorio sucio donde esos seres se dan la chance de llevar al teatro una adaptación de los textos de Raymond Carver. Es bello escuchar a Leonel Elizondo decir los nombres de Cemento y Terry como el pie justo para la línea del parlamento que reconstruye sus días juntos, porque hay algo que se distancia y se pierde, algo que lo coloca por fuera de su propia vida.
La dirección de Iturraspe está en sintonía con el modo de actuar de Elizondo como si lxs dxs construyeran la dramaturgia en escena a partir de un estilo de interpretación. Elizondo trae el universo de Terry como un narrador herido pero también como el sobreviviente de ese desarraigo que implica el amor cundo el otro no está. Su comprensión del texto tiene que ver con el modo mesurado en que lo toma para transitar por un estertor bello, roto, como si las palabras fueran suyas. Hay un ritmo en la escritura y la actuación que hace de Cemento una opera pop, bizarra, moderna. Una conjunción roquera entre lo clásico de una historia eterna y su destrucción cuando es apropiada por la escritura y convertida en carteles que se proyectan en escena..
En Cemento nos imaginamos a Terry llevando su melancolía festiva por la noche como ese tapado de diva que, tal vez, deje olvidado en el asfalto.
Cemento se presenta los viernes a las 20 en Espacio Callejón.