Nunca había visto 2001: Odisea del espacio, pero lo que había leído al respecto bastaba para estar seguro de que verla en pantalla grande sería una ocasión valiosa. Por eso le propuse a mi amiga Victoria ir un sábado de agosto al cine BAMA, que había programado un ciclo dedicado a la obra de Stanley Kubrick.
Victoria y yo nos conocemos desde hace más de 20 años. Precisamente desde sala azul, cuando para mí ella era la nena que lloraba a grito pelado cada vez que su mamá tenía que dejarla en la escuela e ir a trabajar. No hicimos buenas migas de inmediato. Recién en quinto grado tomaríamos la decisión de ser mejores amigos. Con el correr de los años, nos transformamos en una dupla simbiótica e inextinguible. La presencia de Victoria en mi vida ha influenciado mi psiquis, mi lenguaje, mi sentido del humor y mi sensibilidad toda. No puedo siquiera imaginar qué sería hoy de mí si no hubiese crecido a su lado.
Ninguna descripción que intente esbozar le haría justicia a lo que se ve y oye en 2001. El argumento es apenas un esqueleto, una excusa para desplegar elementos sensoriales y bosquejar algunos temas, aunque sin ofrecer hipótesis ni verdades reveladas. Ante mis ojos de primerizo, lo que Kubrick estaba haciendo era elevar las posibilidades de lo audiovisual a su máxima potencia. Aquella combinación de plástica y sonido constituía una entidad ardiente, escalofriante y transcendental. De inmediato me resultó evidente que lo que se proyectaba sobre la pantalla había encontrado en el formato película su forma justa y exacta. Ningún otro dispositivo hubiese estado a la altura de las ambiciones de su creador.
Al año siguiente a ver 2001 por primera vez, comencé a tomar clases con Lisandro Rodríguez. Su taller de creación y experimentación escénica supuso un quiebre absoluto en mi cabeza. Mi juventud curiosa era ideal para la efervescencia de aquellos encuentros. El espacio era una usina de acción y pensamiento, donde la tarea ejercida era tan intelectual como visceral. Las ideas de Lisandro y el intercambio con mis compañeros abrían caminos sin detenerse a tomar ni un respiro. Lisandro insistía en asumir la materialidad específica de nuestra praxis. Una vez nos preguntó por qué hacíamos teatro y no otra cosa. No supe qué responder.
Desde aquel entonces, el interrogante por la especificidad me sobrevuela.
Si se quiere contar una historia, uno puede escribir un cuento o un guion. Si se quiere decir cosas en voz alta, basta con ponerse a recitar poemas o hallar un estudio de radio. Si lo que se desea es actuar, bien puede hacerse en series, telenovelas, publicidades y películas. Quizá haya quienes hacen teatro porque lo que quieren es ser mirados. Bueno, las redes sociales ya se encargan de eso.
Entonces, ¿por qué teatro y no otra cosa?
He visto obras que podrían haber sido historias de Instagram, confesiones de diario íntimo, fanzines de poesía, panfletos de una agrupación partidaria. Me entusiasma la especificidad, en especial cuando produce la sensación que conduce a la certeza de que aquello sucediendo sobre el escenario es un acontecimiento que no podría haberse configurado en otro soporte.
«La mejor literatura es la intraducible», han dicho más de una vez mis maestros de escritura. Hay textos cuyas operaciones sobre el lenguaje son tan sofisticadas y complejas que aniquilan toda posibilidad de versionarlos. Pienso en La piel de caballo de Ricardo Zelarayán. En El obsceno pájaro de la noche de José Donoso. Son libros que no se limitan a narrar, sino que hacen del lenguaje un instrumento tan rotundo que empujan la literatura hacia un punto límite y sin retorno.
Hoy por hoy me atrevo a afirmar dos cosas sobre el teatro.
1) El teatro habita al borde de un precipicio. Acontece en un presente y, por ende, está evanesciéndose todo el tiempo. Rubén Szuchmacher lo define como «incapturable». Esa condición lo colma de adrenalina y lo hace susceptible a fallar. La luz puede cortarse, un actor puede tener un ataque cardíaco mientras pronuncia un monólogo, un espectador puede ponerse de pie en medio de la función y sacar un revólver de su portafolios. Sin embargo, nos largamos a hacerlo. El teatro es un asunto de coraje, verdad y fe. De juego y compromiso.
2) Al ser un acto en presente, realiza una operación sobre el tiempo, el cual no se puede pausar ni retroceder. A diferencia de otras artes, como la literatura y la plástica, donde quien lee o mira dictamina cuánto tiempo entregarle a la obra, el acontecimiento escénico establece su propia manera de transcurrir. Al avanzar linealmente sobre la línea de tiempo, el teatro va de un punto a otro. En ese trayecto puede no haber texto, puede no haber movimiento, incluso puede no haber actuaciones. Pero seguro hay tiempo. El tiempo pasa, mal que nos pese. Si tomo conciencia de que algo pasa, seré capaz de entregarme a que algo me pase. El teatro es una oportunidad para que me pase algo.
Cuando la película terminó, fuimos los últimos en levantarnos de nuestros asientos. En el pasillo-túnel de cortinados rojos que conducía a la salida, lo único que pudimos hacer fue abrazarnos y llorar entre risas. Nuestra habla apenas lograba ser balbuceos. Afuera nos aguardaba una noche cálida y acogedora, a pesar de ser mediados de agosto. El microcentro porteño se presentaba en una versión fantasmagórica por su silencio y alienígena por su luz, como si la odisea nos hubiese transportado al espacio exterior. Esa calma era imposible para una noche de fin de semana a pocos metros del Obelisco. Era un mundo distinto. Si nuestro destino, en efecto, estaba predeterminado, aquel momento confirmaba la existencia de la fuerza sobrenatural que había decidido que nuestras vidas se cruzarían. Nos había pasado algo y estábamos juntos. No nos correspondía estar en otro lugar.
Julián Cnochaert nació en Buenos Aires el 19 de septiembre de 1996. Es actor, dramaturgo, director de teatro y traductor. Su obra Pampa escarlata ganó la convocatoria Óperas primas 2019 del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas. Pampa escarlata se presenta los sábados a las 2 en Área 623 (Pasco 623, CABA). Las entradas pueden adquirirse en el siguiente link: https://www.eventbrite.com.ar/e/pampa-escarlata-tickets-193575979967